
"Mire -le decía Tavera- lo que pende de su persona y cuáles dexaría estos reinos, si por nuestros pecados le acaesciese algún desastre, lo que Dios no permita, e ya que no se mueva por sí, con el esfuerzo y animosidad de su corazón real, acuérdese que dexa su hijo niño...".
Si al menos la expedición fuese dirigida contra Argel, habría encontrado mayor eco en sus colaboradores españoles, que venían pidiendo angustiosamente, desde hacía tiempo, que se impidieran los daños que los piratas causaban en nuestras tierras. Pero el destino era Túnez. Si vencía, tendría que ocuparse después de los franceses. Si era derrotado, más valía no pensar en las consecuencias.
Carlos no dio su brazo a torcer. Pizarro se había apoderado poco antes de los tesoros de los incas. El oro afluía torrencialmente a las Españas peninsulares. La imaginación del bajo pueblo se dejaba alucinar por cuanto se contaba sobre las riquezas de América -aquellas que no gozaría nunca-. Cuando los capitanes reales pasaron por los pueblos de España reclutando gente para la empresa de África, no sólo se cubrió con creces el cupo oficial, sino que miles de hombres pidieron ser enrolados incluso sin paga, como aventureros, movidos por oscuros motivos, entre los cuales no sólo estaban los ideales de cruzada y la sed de botín, sino también el deseo de entrenarse en la guerra con el propósito de marchar después a América como conquistadores. El clero mismo acudió en tropel a las mesas de reclutamiento. Carlos organizaría con ellos un cuerpo de sanidad militar, similar al que los Reyes Católicos habían creado durante la guerra de Granada.
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