10 may 2015

LA EXPULSIÓN DE LOS MUSULMANES (I)

Los Reyes Católicos comprendían que urgía resolver el problema de los musulmanes en el reino de Granada. Con Talavera no se podía contar, pues no era hombre dispuesto a hacer ceyentes con el látigo en la mano. En busca de una solución, hicieron venir a Cisneros, que llegó a Granada en el otoño de 1499. El problema era, ciertamente, coplejo. Por una parte estaban los conversos del Islam, los llamados moriscos, a qjuienes la convivencia con sus antiguos correligionarios hacía especialmente difícil la práctica del cristianismo. La solución que ofrecía Cisneros era elemental: ya que, como cristianos, estaban bajo la jurisdicción de la Inquisición, ésta se encargaría de mantener su fidelidad al bautismo recibido. Otro grupo conflictivo lo constituían los elches o renegados. Los moros daban ese nombre a los que, habiendo sido cristianos, habían abrazado la fe de mahoma en tiempos anteriores a la rendición de Granada. Como bautizados que eran, también caían bajo la potestad inquisitorial, que les obligaría a volver a su religión original; sus hijos serían bautizados obligatoriamente y educados en la religión cristiana. Finalmente, para los que aún se mantenían fieles al Islam, cuyo número andaba en torno a los 200.000, Cisneros propuso una alternativa: o convertire o ser expulsados de España.
A poco de llegar Cisneros, los reyes marcharon a Sevilla. En Granada quedó el celoso arzobispo de Toledo acariciando la idea de dedicar sus energías a cumplir, como buen franciscano el capítulo XII de su regla, en que se urgía a la evangelización de "sarracenos y otros infieles", y el ejemploo del fundador mismo, San Francisco, que, deseoso de convertir musulmanes, había llegado siglos atrás hasta las tierras de España.
No sabemos qué instrucciones dieron los reyes a Cisneros. Según después se diría, "los que entendían de este negocio en Granada no guardaron en él la forma que sus altezas habían mandado que se guardase para que se hiciese sin escándalo". Es de creer que, si bien los reyes dieron a Cisneros poderes pararealizar sus planes, no imaginaron hasta qué punto iba a llegar su vehemencia proselitista y expeditiva. Tampoco está clara la situación en que quedaba la autoridad de fray Hernando de Talavera. Parece que Cisneros era el encargado de dirigir la operación, y el arzobispo de Granada quedó en situación de mero colaborador. Aunque el buen carácter de Talavera evitó las fricciones exteriores con Cisneros, sabemos, sin embargo, que aquél se opuso, mientras pudo, a la actuación de la Inquisición en su diócesis, que trató decalmar los ánimos en los momentos difíciles y que, pasada la tormenta que desencadenó la imprudencia de Cisneros, se sintió hundido y fracasado, contemplando cómo había quedado aquella Granada suya, "muy desgraciada y muy tornada a nada".
Pues bien, Cisneros comenzó convocando a los alfaquíes (doctores de la ley musulmana). Suavemente los exhortó a la conversión y les ofreció dádivas y regalos si se bautizaban. Los que apostataron recibieron toda clase de atenciones y se les preparó para que, a su vez, convirtieran al pueblo. Pero a los que se negaron se los hizo encarcelar.
Semejantes métodos pastorales tuvieron como resultado inmediato el que la población musulmana se apresurara a recibir el bautismo. Cisneros, al mismo tiempo, ordenó recoger los libros musulmanes (libros escritos en árabe). Tras un somero escrutinio de los mismos, se apartaron los que trataban de temas profanos; así solamente de medicina se llevaron a Alcalá unos 300 volúmenes. Los demás fueron arrojados a una gran hoguera que se encendió en la plaza de Bibarrambla. Otros muchos, que se ocultaron entonces, han aparecido después en diversas bibliotecas de África del Norte.
Un día de 1500 Cisneros envió al Albaicín, el conocido barrio granadino, a dos de sus agentes para que prendiesen, en nombre de la Inquisición, a unos elches. Imprudentemente, dijeron a los curiosos que lo mismo se debía hacer con todos ellos. El motín estalló. Moros y conversos cayeron sobre los enviados. Uno murió allí mismo; el otro escapó por pies. La gente empezó a sacar armas de sus escondrijos y, saliendo del barrio, penetraron en Granada; el arzobispo de toledo quedó acorralado en su propio palacio.
El gobernador Tendilla no tuvo más remedio que intervenir. Obligó a los rebeldes a replegarse al Albaicín y tomó las medidas necesarias para que no repitieran la salida y para evitar que los cristianos entraran en el barrio y los pasaran a cuchillo. En seguida se entablaron negociaciones con ellos. Talavera mismo se ofreció a mediar y se arriesgó a saltar las barricadas que habían levantado los revoltosos, pero estos no le hicieron el menor daaño. Las capitulaciones, evidentemente, habían sido pisoteadas por Cisneros, pero ahora la situación había cambiado notablemente: los moros se habían rebelado contra la autoridad. El dilema que se les ofrecia era el siguiente: ser ajusticiados como reos de lesa majestad, o convertirse, en cuyo caso se les perdonaba por completo. No había otra salida que el bautismo. Así pues, de la revuelta

"no quedó moro ni mora en toda la ciudad de Granada y su Albaicín que no recibiese agua de bautismo y todas las mezquitas se hicieron iglesias y junto con esto se convirtieron y vinieron a nuestra fe todos los moros de las alquerías que estaban cerca de Granada, de manera que los convertidos dicen que serán cincuenta mil ánimas o dende arriba" (Memorial anónimo escrito por un partidario de Cisneros).

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