13 may 2015

ITALIA, UN EQUILIBRIO INESTABLE

En 1481 había muerto el sultán Mahomet II de Turquía. En los 30 años de su reinado había convertido a su pueblo en la primera potencia del Mediterráneo oriental. En 1453, el Imperio Romano de Oriente había caído en sus manos tras la toma de Constantinopla. Aprovechando el pánico que este hecho provocó en el mundo cristiano, Mahomet devoró Grecia, Serbia, Valaquia... El paso siquiente debía ser la misma Italia. Así, en el año 1480 los turcos atravesaron el Adriático y ocuparon la ciudad de Otranto, en el extremo sur de Italia. La mitad de su población fue esclavizada y el resto asesinada. Al anciano obispo de la ciudad le aserrron el cuerpo por la mitad. El mundo cristiano tembló sobrecogido al conocer la terrible noticia.
El primer objetivo de la amenaza turca era el reino de Nápoles, el "reino" por antonomasia en Italia, que años antes había sido arrebatado por Alfonso el Magnánimo, de Aragón, a la casa francesa de Anjou. En estos momentos lo regía Ferrante I, hijo bastardo del rey aragonés y cercano pariente, por tanto, de Fernando el Católico. Poco podía haber hecho el napolitano frente al empuje turco si en tan difícil situación no le hubiesen ayudado, por una parte el Papa y, por otra, Fernando de Aragón.
El Papa Sixto IV estaba muerto de miedo. Aquel pontífice, de quien dijo Gregorivus que "fue el revés de lo que debe ser un sacerdote", bien sabía que Mahomet soñaba con entrar triunfalmente en Roma. Su primera reacción ante la noticia fue la de huir a Aviñón, lejos del alcance de los turcos. Pero se repuso y tuvo arrestos para proclamar una grandilocuente cruzada, que mereció por parte de los estados italianos, otras tantas grndilocuentes, pero vanas, adhesiones. De hecho, el peso de la expedición lo soportaron el Papa y el rey de Nápoles, que, en tales circunstancias, tuvo tambiéna su disposición la flota que el rey de Aragón mantenía en Sicilia y Cerdeña. Al mismo tiempo, Castilla puso en movimiento la escuadra del Cantábrico y Portugal movilizó otra flota, que rápidamente pusieron rumbo a las costas de Italia.
En estas circunstancias, en Constantinopla ocurrió algo que haría cambiar por completo el curso de los acontecimientos. Mahomet II, además de conquistador afortunado, era un legislador sagaz, autor de un código, el Kanun-Name, en el que sentó las bases políticas y religiosas de su reino. Hombre de vasta cultura (además del turco hablaba el árabe, el persa, el hebreo, el griego y el latín), concebía el arte de gobernar de una manera que cualquiera podría confundirlo con un príncipe renacentista italiano. La razón de estado pesaba tanto en su concepción, que no había tenido inconveniente en dictar una ley en la que legitimaba incluso el fraticidio si así lo exigían las circunstancias.
Mientras los cruzados asediaban Otranto, donde los turcos se defendían ferozmente, llegó la noticia de que había muerto el sultán. La cristiandad entera respiró al unísono, previendo que en la corte de Constantinopla iban a ocurrir profundos cambios. Dos hijos dejaba Mahomet: Bayaceto y Djem, que, fieles al mandato paterno, se declararon puntualmente la guerra. Bayaceto resultó vencedor y Djem, antes de caer en manos de su hermano, huyó a la isla de Rodas,donde pidió "asilo político" a los caballeros hospitalarios de la "Orden de San Juan", que defendían la isla desde 1482.
Esta buena nueva transportó a los príncipes cristianos del terror al júbilo. Mientras Djem estuviese en manos cristianas nada había que temer de los turcos. Para los Reyes Católicos éste era el momento de dar el asalto final a Granada, estimulados por el incidente de Otranto y seguros de que no llegaría a producirse una eventual alianza entre turcos y granadinos.
El gran maestre sanjuanista, Pedro d'Aubousson, coonsciente del valor de su presa, trasladó a Djem a uno de los castillos que la orden poseía en Francia. Casi todos los reyes acudieron a él, tratando de consegiur que les entregase tan valiso rehén. Finalmente el Papa lo consiguió, después de calmar la indignación del rey de Francia con fuertes compensaciones y de conceder el capelo cardenalicio al gran maestre de San Juan. Así, en marzo de 1484 el hermano de Bayaceto, el hijo del conquistador de Constantinopla, atravesó las calles de Roma entre una multitud de curiosos, camino del Vaticano, donde el papa Inocencio VIII lo hospedó y trató como se merecía un príncipe que quizá algún día llegaría a ocupar el trono del Imperio turco.

No hay comentarios: