
Trambién se acudió con frecuencia al Papa, para que con su autoridad castigara a quienes tratasen de practicar el intrusismo comercial en las zonas que los portugueses consideraban exclusivas. Así, en 1454, el papa Nicolás V envió a don Enrique el Navegante una bula por la que se prohibía a todos los cristianos, bajo pena de excomunión, competir con los portugueses en las costas africanas. Por si la excomunión no era lo bastante disuasoria, los barcos portugueses vigilaban los mares con orrden de echar a pique a cualquier nave castellana que encontrasen, "sin más orden ni figura de juicio". En una ocasión, un corsario portugués llamado Polenço, atrapó una carabela. Sus tripulantes fueron encarcelados en Portugal, y a un genovés, vecino de Sevilla, que iba con ellos, el rey ordenó que le cortasen las manos.
De cuanto llevamos dicho ya se habrá entendido suficientemente que, entre todos los países de Europa de finales del XV, ninguno se encontraba mejor preparado para acometer periplos oceánicos que los reinos peninsulares de España y Portugal. La experiencia adquirida por los marinos mediterráneos fue aprovechada tanto por los portugueses como por los castellanos, que a su vez enriquecieron el acervo recibido con sus propias experiencias en dos siglos y medio de comercio por el cercano océano.
La unificación de Castilla y Aragón en las personas de los Reyes Católicos y la incorporación de Granada, coinciden con la pacificación interior del reino y con una organización que permitiría encauzar hacia nuevas empresas las energías que el país había acumulado. De ahí que no podamos considerar la expedición colombina como fruto de una afortunada casualidad, sino como consecuencia necesaria de todas las premisas coyunturales que hemos venido exponiendo. Todos los caminos, pues, llevaban a América.
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