
Con Pedro III los problemas entre el rey y los súbditos, tanto en Aragón como en Cataluña, no solamente no disminuyen, sino que, al relacionarse con la política exterior de este monarca, se complican y agudizan. Por eso, antes de referirnos a su gran empresa exterior, la conquista de Sicilia, hemos de hacer mención a la prosecución de estos conflictos.
Nada más comenzar su reinado, las revueltas estallaron con gran virulencia. Jaime I había sido autoritario y prudente. Pedro III era autoritarrio... y nada más. En 1277 tenía contra él a los condes de Fox, Pallás, Urgel y al vizconde de Cardona. Casi toda Cataluña se levantó en armas. El motivo de esta revuelta fue que el rey, después de haberse coronado en noviembre de 1276 en la Seo de Zaragoza, no había ido a Barcelona a celebrar Cortes con los catalanes ni les había confirmado sus fueros, usos y costumbres. El cronista Desclot explica que los motivos del monarca se basaban en que muchos de esos usos eran perjudiciales y que éste quería reconsiderarlos antes de confirmarlos para suprimir los más gravosos y confirmar los demás. Pero no es difícil adivinar, bajo ese deseo de mejorarlos, la intención de extender su real autoridad sobre los nobles y los municipios. También se unía a las reclamaciones un esfuerzo de los nobles por mantener algunos impuestos, como el bovaje, con carácter de subsidios voluntarios, votados cada vez en Cortes, y no obligatorios, como pretendía el monarca. Pero con la ayuda de Barcelona y algunos varones, en 1280 la revuelta quedó pacificada. Un ejército de catalanes y aragoneses puso sitio a los rebeldes en Balaguer, entregándose éstos poco después. Al tiempo que se dedicaba a someter a los nobles, Pedro III orientó sus esfuerzos a solucionar la cuestión mallorquina, planteada por el testamento de su padre, que dejaba ese reino a su hermano Jaime. Éste había alentado la revuelta de los condes catalanes, por lo que la actitud de Pedro III fue más que enérgica. No obstante, llegaron a un acuerdo: el rey de Aragón reconocía a su hermano como rey de Mallorca, y éste le prestaba homenaje por el Rosellón y Montpellier, tierras consideradas como parte de Cataluña. Solucionada estas dos cuestiones, Pedro III encaminó sus esfuerzos a la gran empresa de su vida: la cuestión siciliana.
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