7 may 2014

EL DOMINADO I: INICIOS

El año 285 marca el final de la gran anarquía. El movimiento revolucionario que durante cincuenta años había sacudido el Imperio toca a su fin al subir al poder el emperador Diocleciano. Con él se inicia el último período en la historia de Roma, conocido con el nombre de Bajo Imperio, época en que asiste a los momentos finales del mundo antiguo y al comienzo de una nueva edad que damos en llamar Medievo.
La tarea de Diocleciano constituyó, en realidad, un esfuerzo titánico por salvar lo insalvable, por prolongar artificialmente la vida de un cadáver. Sin embargo, a pesar de sus errores y precipitaciones, consiguió retrasar un siglo la descomposición total del mismo.
Durante el siglo III la economía del Imperio había retrocedido a los modelos más elementales de la economía natural. La industria y el comercio, sustentados por la población urbana, quedaron desarticulados después de las violencias que ejercieron sobre las ciudades los soldados, los bárbaros, los esclavos, los colonos rebeldes e incluso las mismas tropas imperiales. La vida económica se centró en torno a la agricultura, más fácil de recuperar después de las catástrofes anteriores. En el campo, pues, se centró la actividad de las gentes tan pronto como la paz lo permitió, pero organizada según un modelo en que dominaba el latifundio como forma de propiedad de la tierra, y el colonato y la servidumbre como forma de aportación del trabajo. El nuevo régimen se construyó, pues, sobre la base de una minoría de grandes propietarios rurales, provenientes del ejército, y una masa enorme de colonos y semiesclavos que dependían de aquéllos.
Diocleciano se propuso restaurar el Imperio y no se detuvo ante ningún obstáculo. Roma perdió su carácter de capital del Imperio. En adelante habría dos: Nicomedia sería la capital de la mitad oriental, región en la que, a pesar de los desastres sufridos, seguían en pie las industrias y no se había paralizado el comercio. En occidente la capital fue Milán.
La constitución del Estado también fue modificada: Diocleciano asoció al trono, como cooperador, a su amigo Maximiano. Cada uno de estos dos Augustos, como dieron en denominarse, residía en una de las dos capitales del Imperio: Diocleciano en Nicomedia y el otro en Milán. Al mismo tiempo, cada Augusto se asoció a un César. Así fue formada la Tetrarquía o gobierno para cuatro emperadores. A los veinte años de reinado, los dos augustos deberían dejar el poder en manos de sus respectivos césares, los cuales, automáticamente quedarían convertidos en sendos augustos y habrían de designar a su vez nuevos césares. Evidentemente se trataba de impedir que se repitiesen las luchas por el poder que habían ensangrentado el calamitoso siglo III.

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