19 mar 2014

ROMA CONQUISTA LA MESETA CENTRAL (I)

Conozcamos ahora la tercera y más decisiva fase de la conquista de la Península Ibérica por los romanos. En los 20 años que abarca, Roma se vio obligada a mantener duras luchas contra los lusitanos y los celtíberos. Las guerras contra los primeros tuvieron dos momentos particularmente graves: primero entre los años 155 y 151; después entre el 147 y el 133. En las guerras celtibéricas se distinguen igualmente dos períodos: el primero entre el 153 y el 151 y el segundo entre el 143 y el 133.
Como vemos, los alzamientos lusitanos y celtibéricos tuvieron lugar con cierta simultaneidad. Sin embargo, la coincidencia cronológica no significa que ambos pueblos actuasen de acuerdo contra el enemigo común; así pues, las relaciones que ocasionalmente establecieron fueron excepcionales y, desde luego, muy superficiales.
De todas las etapas de la conquista romana, ésta es la mejor conocida, gracias a historiadores como Apiano y Polibio que nos dejaron espléndidos testimonios de su evolución. Merced a ellos nos es posible establecer y precisar la gravedad de los conflictos, su violencia sanguinaria y evaluar los resultados.
Ha habido historiadores españoles que han visto en la resistencia hispánica a la penetración romana una suerte de epopeya de un pueblo amante de su independencia que optó por sucumbir antes que ceder perdiendo su libertad. Los nombres de los máximos protagonistas de la resistencia (Viriato, Numancia) han sido enarbolados como bandera del independentismo indómito y ejemplar. Pero esto es ridículo.
Por otra parte, las divisiones internas de los pueblos hispánicos que restaron eficacia a la resistencia contra Roma, han sido empleadas frecuentemente como prueba apodíctica del individualismo congénito de los españoles, de su cantonalismo visceral y de su proclividad irresistible a la anarquía como si se tratase de cierta especie de tradición secular que ha puesto en grave peligro desde siempre la unidad nacional de regímenes excesivamente centralistas y autoritarios. Otra tontería.
No han faltado tampoco historiadores que se han valido de parecidos datos para sustentar tesis en sentido contrario, creando imágenes del mito español igualmente míticas e irreales. Así, se ha llegado a interpretar la resistencia ante Roma como la lucha de los pobres contra los ejércitos de una potencia esclavista, decidida a apoyar a los ricos y a los opresores del pueblo.
La realidad es bastante más compleja y resulta mucho más adecuado enfocarla obviando tanto el patriotismo como la demagogia barata.

Para Roma no se trató desde luego de un problema digno de atención preferente. Tengamos en cuenta que, durante este período, Roma consiguió el dominio total de la Península Balcánica (destrucción de Corinto en el 146), arrasó definitivamente a Cartago durante la Tercera Guerra Púnica (149-146), aplastó a los 200.000 esclavos que se le sublevaron en Sicilia (136-132) y consiguió con su prestigio y diplomacia que el rey de Pérgamo hiciese heredero de su reino al pueblo romano (133), al mismo tiempo que, en el interior, se veía agitada por las reivindicaciones de su propio campesinado.

Es obvio, pues, que la resistencia de los celtíberos o la insurrección de Viriato fueran contemplados por el Senado con una preocupación muy distinta de la que se deduce de las historias locales, siempre tendentes a la leyenda y a la exaltación patria. Es cierto que el Senado, cuando decidió acabar con la guerra de Numancia, que parecía excesivamente larga, envió a Escipión Emiliano. Pero lo mandó contra Numancia cuando ya había acabado su gran misión, que fue la toma de Cartago. Entre Cartago y Numancia, que fueron guerras contemporáneas, Roma no podía dudar sobre cuál era la más importante. Y cuando Escipión, cargado con la gloria mítica de haber arrasado a la rival tradicional de Roma, fue encargado de liquidar el asunto numantino, se permitió tomar unas medidas casi desproporcionadas contra la ciudad celtibérica, porque no podía permitirse el lujo de jugarse su gran prestigio por unas afortunadas acciones de las guerrillas enemigas.
Por otra parte, con la conquista del área Ibérica y los accesos a la meseta, Roma ya había conseguido los objetivos fundamentales de su presencia en Hispania. Los yacimientos metalíferos más importantes de la Península estaban bajo su control, las tierras más fértiles también y las comunicaciones entre las provincias estaban garantizadas por obra de Graco.

Por lo tanto cabe preguntarse, ¿qué interes podían tener los romanos en conquistar la meseta central? En todo caso un interés secundario, como el de perfeccionar y completar la obra comenzada asegurando la paz mediante la sujección de los pueblos del interior, ampliar posibilidades de reclutamiento de mercenarios y las fuentes de aprovisioamiento para el mercado, en general, y para el de esclavos, en particular.

(CONTINUARÁ)

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