30 ene 2014

CULTURA CASTREÑA

Construidos originariamente en colinas naturalmente defendidas por la orografía, los castros fueron aglomeraciones de viviendas rodeados por entre uno y tres recintos amurallados y protegidas de vez en cuando por torreones o incluso fosos. Al parecer, esta multiplicidad de recintos obedecía a la necesidad de proteger a los ganados en momentos de peligro e, incluso, de recogerlos, como en un gran aprisco común, en tiempos de paz.
Originariamente las casas castreñas fueron chozas de ramaje y barro que luego se construyeron en piedra, con paredes que en ocasiones alcanzaban los cuatro metros de altura y con techos cónicos construidos con fibras vegetales y a menudo cubiertos de césped o musgo. La planta de cada castro suele adaptarse a la configuración del terreno, que cuando es abrupto obliga a construir escalinatas para salvar los desniveles. Las casas muestran siempre una tendencia a la planta circular, estando la rectangular casi siempre descartada y abundando, eso sí, la planta oblonga. La entrada a estas viviendas podía estar constituída por una suerte de vestíbulo, si bien otras veces había puertas con jambas y dintel de piedra. Para preservarse de la humedad, el piso solía estar algo más elevado que el nivel de la calle, salvándose el desnivel mediante unos escalones. El aislamiento del suelo era completado por lo general con losas de piedra.
Dentro de la vivienda se encontraba el hogar en el centro de la estancia y rara vez adosado a la pared. Alrededor del mismo es corriente encontrar bases de piedra donde se sentaban los comensales. Así Estrabón nos cuenta: "se sientan alineándose en ellos según sus edades y dignidades; los alimentos se hacen circular de mano en mano; mientras beben, danzan los hombres al son de las flautas y trompetas, saltando en alto y cayendo en genuflexión". En algunas de estas casas se han encontrado también alacenas excavadas en la pared para guardar unos utensilios de cocina que presumimos muy pobres. De este género de arquitectura popular quedan aún vestigios en las "pallazas" que se siguen construyendo en algunos rincones apartados de la Península, como, por ejemplo, en Ancares, Cebrero y Caurel, en las montañas de Lugo.

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