Al ser Isabel II declarada mayor de edad, desapareció de las esferas del poder el partido progresista. Los efímeros gabinetes constituidos por José María López y el logroñés Salustiano Olózaga fueron reemplazados por el gaditano Luis González Bravo y otros, ocupando varias veces el poder el general Narváez, que recibió por sus maneras poco ortodoxas y más bien bruscas el sobrenombre de "El Espadón de Loja", aludiendo a su localidad natal.
Durante la administración de Narváez se introdujeron reformas y se dictaron medidas que fueron un verdadero mérito para el partido moderado. Entre las principales figuran la creación en abril de 1844 de la Guardia Civil, que acabó con el bandolerismo, tradicional en toda España y muy especialmente en Andalucía.
La Guardia Civil fue creada por Reales Órdenes del 28 de marzo y 12 de abril de 1844, refrendadas por Mazarredo, que era ministro de la Guerra, el cual encomendó su organización e inspección al general Javier Girón y Espeleta, duque de Ahumada.
Por lo que respecta al bandolerismo, los romances, la novela y el teatro lo han idealizado sobremanera, personificándolo en José María el Tempranillo y Diego Corrientes, el tipo del arrogante y generoso bandido andaluz que robaba a los ricos y socorría a los pobres. Nada más lejos. No menos famosos fueron "los Siete Niños de Écija", llamados así no porque fueran naturales de dicha ciudad, sino por haber hecho de su término jurisdiccional el principal teatro de sus fechorías, que en verdad no fueron nunca de carácter sanguinario.
Zugasti escribió la historia más completa del bandolerismo español, y Balaguer la del bandolerismo en Cataluña, cuyo más famoso representante fue Juan de Serrallonga, así como lo era del valenciano Jaime el Barbudo, que capitaneaba en la sierra de Crevillente una famosa banda.
Congéneres de estos bandidos generosos eran los "guapos" o valientes de profesión, los del "brazo de hierro y la mano airada", que campaban por sus respetos en muchas localidades, haciéndose respetar, ya por la dádiva, ya por le miedo, ya en fin por la admiración que en el pueblo despertaba siempre la valentía y el enfrentamiento ante los terratenientes y los burgueses, hasta que la Guardia Civil fue acabando con tales proezas, cuyos más célebres representantes fueron Francisco Esteban "el Guapo", Bartolomé Afanador, Pedro Vázquez Escamilla y otros muchos, casi todos andaluces y muy celebrados en la lírica de la época.
También durante el mandato del general Narváez tuvo lugar la disolución de la Milicia Nacional. La ley de Ayuntamientos y Diputaciones (1845), la reorganización de la Hacienda, debida a la excelente labor del ministro Alejandro Mon; el Concordato con la Santa Sede de 1851; el Plan de Estudios de 1845, obra del primer marqués de Pidal, que echó las bases para la moderna organización de la enseñanza; el Código Penal; y la inauguración de las primeras líneas férreas en España fueron otros logros. Al mismo tiempo se promulgó la Constituciónd e 1845.
El año 1846 fue el de las bodas reales. Entre los candidatos de más relieve a la mano de la joven reina estaban el conde de Trápani, hijo del rey de Nápoles, el duque de Montemolín y el duque de Aumale. Contaba el primero con el apoyo de la reina madre, doña María Cristina y del general Narváez, pero su impopularidad produjo la caída del segundo ministerio narvaísta. El segundo era hijo del infante don Carlos, y en él cifraban el escritor Jaime Balmes y el político Aparisi y Guijarro la solución del pleito dinástico. El duque de Aumale era el primogénito de Luis Felipe de Orleáns, quien estaba muy interesado en este enlace, aunque contaba con el veto de Inglaterra.
Las potencias de la Cuádruple Alianza acordaron al fin que la reina de España debía casarse con un descendiente de Felipe V, consintiendo entonces en la boda del segundo hijo del rey Luis Felipe, el duque de Montpensier, con la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II.
El rey consorte, don Francisco de Asís de Borbón, era hijo del infante don Francisco de Paula, hermano de Fernando VII. La doble ceremonia nupcial se celebró el 10 de octubre de 1846 en la capilla del Palacio. Por entonces estaba en el poder el ministro Istúriz, al que siguieron luego los del marqués de Cazatrujo y el de Pacheco. Como en el casamiento del príncipe Francisco de Asís con su prima Isabel II no tuvo parte el amor (además él era homosexual), las relaciones conyugales se quebrantaron en seguida, dando origen a murmuraciones y escándalos. El mismo rey consorte, en una conversación tenida con el ministro Benavides y publicada por Pirala, dijo:
"Yo sé que Isabelita no me ama; pero la disculpo porque nuestro enlace ha sido hijo de la razón de Estado y no de la inclinación: soy tanto más tolerante con ella, cuanto que yo tampoco he podido tenerle cariño. Yo no he repugnado entrar en el camino del disimulo: siempre me he mostrado propicio a sostener las apariencias para evitar un rompimiento. Pero Isabelita, o más ingenua o más vehemente, no ha podido cumplir con este deber hipócrita, haciendo un sacrificio que exigía el bien de la nación."
Curiosas palabras que omitían el hecho de que cuando a la reina le propusieron el enlace con su primo, exclamó: "¡No, con la prima Paquita no!".
Pero así eran aquellos tiempos.
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