4 sept 2013

LA ABDICACIÓN DE CARLOS I (II)

Hubo quien atribuyó esta resolución de abdicar del emperador a la influencia del cometa Halley, que hizo poco después de aquel suceso una de sus apariciones.  Aún duraban entonces las supersticiones astrológicas medievales, con las que corría el proverbio: Nova stella, novus rex.
Al firmar Carlos V su abdicación y despedirse de los que le acompañaban, dijo, recordando sus expediciones:

-Nueve veces fui a Alemania la Alta; seis he pasado a España, siete a Italia; diez he venido aquí (a Flandes); cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en Francia; dos en Inglaterra, y otras dos fui contra África; las cuales todas son cuarenta, sin otros caminos de menor cuenta, que por visitar mis tierras tengo hechos.  Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España; y agora la cuarta que volveré a pasarlo para sepultarme; por manera que doce veces he padecido las molestias y trabajos de la mar.

Después, el emperador regresó a España, desembocando en Laredo el 28 de septiembre de 1556.  En el Ayuntamiento de esta hermosa localidad del Cantábrico existe la siguiente inscripción, en una pequeña lápida de mármol:

"De rodillas, sobre los muelles del siglo XIII, que aquí debajo están sepultados, el emperador Carlos V exclamó: "¡Salve, madre común de todos los mortales!, a ti vuelvo desnudo y pobre del mismo modo que salí del vientre de mi madre.  Ruégote que recibas este mortal despojo que te dedico para siempre y permite que descanse en tu seno hasta aquel día en que pondrá fin a todas las cosas humanas."

Encontrando Carlos V, después de abdicar,  a su bufón Pedro de San Erbas, se quitó el sombrero. Y, al ver que se admiraba, le dijo:

-No te extrañes, amigo, pues ya no me queda otra cosa que darte más que esta demostración de cortesía.

Después Laredo, el emperador se dirigió en pequeñas jornadas al monasterio de Yuste, en Extremadura, lugar que había elegido, entre tantos de su gran imperio, para descansar en los últimos años de su vida.
Al trocar el solio por una celda, Carlos V siguió una bella máxima cristiana, expresada en estos conocidos versos:

"La ciencia calificada
es que el hombre en gracia acabe;
porque al fin de la jornada
aquel que se salva, sabe;
y el que no, no sabe nada."

Se dice que para distraerse en el claustro de Yuste el emperador se dedicaba a su gran afición:los trabajos de relojería.  Y al efecto se llevó consigo al célebre mecánico Juanelo Turriano, constructor de los famosos relojes de Bolonia y que arregló muchos que poseía Carlos V, asta hacerlos marcar la misma hora.  El abdicado monarca, en cambio, trató inútilmente de hacerlo él con dos relojes.  Y no consiguiéndolo exclamó:

-Loco de mi, que he pretendido igualar a tantos pueblos diferentes en su lenguaje y en su clima.

El tal Juanelo, después de la muerte del emperador, pasó a Toledo, a cuya ciudad dotó de aguas elevando las del Tajo por medio de un ingenioso aparato hidráulico que alcanzó gran celebridad.
Parece que la última enfermedad del emperador vino de una insolación que tomó en la azotea del monasterio.  Murió en la madrugada del 21 de septiembre de 1558, y le asistió en sus postrimerías San Francisco de Borja, que había figurado en su corte con el título de duque de Gandía.  Durante este reinado y el siguiente, que llenan todo el siglo XVI, fue España la primera nación del mundo.  También fue la última vez que lo fue.

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