9 jul 2013

EL EMPERADOR CARLOS

Cuando Carlos llegó a España tenía 17 años y causó muy buena impresión a los españoles por su apostura y don de gentes, a pesar de que ignoraba el idioma del país sobre el que iba a reinar.
En cuanto dominó el castellano, se dice que afirmó de éste que "es la lengua más propia para hablar con Dios".
Mas pronto esta buena impresión se tornó en descontento general al ver que el nuevo rey repartía los mejores y más importantes cargos públicos entre sus amigos flamencos, a cuya cabeza figuraba el mariscal de su corte, Guillermo de Croy, señor de Chèvres, cuyo sobrino del mismo nombre, joven de veinte años, fue nombrado arzobispo de Toledo.
Guillermo de Croy era llamado "alter rex". Éste y otros consejeros del monarca, entre los que destaca el canciller Juan de Sauvage, acumulaban codiciosamente lucrativas prebendas.
Entre las disposiciones más duramente criticadas, cuenta la de la orden de retirar de la circulación la moneda de oro llamada ducado de a dos, que hizo popular el verso con que un caballero saludaba una de estas monedas, cada vez más raras:
Sálveos Dios, ducado de a dos,
que el señor de Chèvres no topó con vos.
Carlos I reunió Cortes en Valladolid para prestar el juramento debido. Pero al nombrar para la presidencia a su consejero flamenco, el canciller Sauvage, los castellanos protestaron indignados.  Sin embargo, el rey fue jurado, si bien acabaron siendo expulsados los extranjeros de la sala donde se celebraban las Cortes, y se hicieron al nuevo monarca varios ruegos de que los separase de su lado, aprendiese el castellano y respetara las leyes del reino.  En esta ocasión se distinguió por su energía al presentar estas demandas el procurador de la ciudad de Burgos, llamado Zúmel.
Pasó después Carlos I a Zaragoza y luego a Barcelona, donde también fue reconocido. Y se hallaba en la ciudad Condal cuando recibió la noticia de la muerte de su abuelo, el emperador Maximiliano y más tarde la de su exaltación al trono del Imperio alemán.
Corría entonces el año 1519. Para los gastos de su coronación Carlos I pidió recursos a las Cortes, reunidas a este fin en Santiago y La Coruña, donde fue votado aquel subsidio y aprobado el nombramiento del cardenal Adriano, a pesar de que era extranjero, para regente de España durante la ausencia del monarca, como también la provisión de otros cargos en extranjeros famosos por su codicia.
Carlos I embarcó seguidamente en La Coruña con rumbo a su Imperio, dejando al frente del gobierno de Castilla a su preceptor Adriano de Utrecht; de Aragón, a don Juan de Lanuza, y del reino de Valencia, a don Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito.
Pero la paciencia de la nación se agotó en vista de que la política del rey se desviaba hacia los cauces de la Europa occidental y de que los extranjeros seguían con sus abusos y rapiñas.
Bien pronto el descontento de las ciudades y del elemento popular llevó a los primeros conatos de insurrección, uniéndose sus milicias concejiles para defender los intereses y derechos comunes.
Asó comenzó en Castilla la revolución política que se conoce con el nombre de "guerra de las Comunidades".
Algunas, como Segovia, dieron muerte al procurador, por haber faltado a las instrucciones que llevaba. Se llamaba Rodrigo Tordesillas. Fue sacado por la muchedumbre de la iglesia de San Miguel y llevado a la horca, a pesar de las súplicas de todo el clero y de un hermano del linchado, que era fraile franciscano y se presentó ante la multitud revestido y con la sagrada forma en las manos.
Para castigar a los culpables, el cardenal Adriano de Utrecht envió al sanguinario alcalde Ronquillo, famoso por su crueldad y ejemplo de gobernante odioso. Era natural de Ávila y murió en Valladolid, siendo tradición popular que se lo llevó el diablo consigo.

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