Cuando llamaron a Ramiro para que acompañara el cadáver de su hermano, Alfonso I, a su última morada en el monasterio de Montearagón, llevaba ya algunos años ejerciendo el cargo de prior en San Pedro el Viejo de Huesca.
Antes había sido abad de San Juan de la Peña y de Sahagún, obispo de Burgos y de Pamplona.
Ramiro II (1134-1137) coaccionado por la nobleza y movido por la necesidad del pueblo y no por la ambición ni la "concupiscencia", como él mismo manifestó, no sólo aceptó el reino y comenzó a intitularse rey de Aragón, sino que, dispensado de sus votos monásticos, contrajo matrimonio con doña Inés de Potiers, con el fin de tener descendencia.
el enlace fue fructífero y antes de terminar el año 1135 nació una niña, a la que se puso el nombre de Petronila.
Sobre ella se resolverá más tarde la cuestión sucesoria y aun se especulará a su alrededor para llegar a una alianza con Castilla o con Barcelona.
Efectivamente, las cuestiones suscitadas en torno a Zaragoza y sus territorios, sobre los cuales reivindicaba derechos Alfonso VII motivaron un pacto entre este monarca y Ramiro II, el cual retenía en su poder Zaragoza, pero prestaba por estos territorios, juramento de vasallaje a Alfonso de Castilla.
Además, se convino en que la niña Petronila casase con el hijo del Emperador, Sancho, niño también. De esta manera se volvía a intentar la anexión, mejor dicho, la unión de Aragón con Castilla, que había fracasado en manos de los ascendientes de estos dos infantes.
Mas, por otra parte, la cuestiónd e derecho de la sucesión del Batallador estaba aún pendiente, y la Iglesia, que representaba los intereses de las Órdenes Militares, medinte un legado papal, trató de buscar una fórmula que permitiera, en cierto modo, el cumplimiento del testamento de Alfonso el Batallador y por otra, salvara los derechos que ya asistían a la hija de Ramiro Ii.
El caso era que ahora muchos de aquellos que habían ensalzado a Ramiro el Monje hasta elevarlo al trono, tramaban contra el. Y lo malo era que todos ellos tenían fuerza, sólidos castillos y viejos títulos de nobleza. Incluso había entre los conspiradores y enemigos un abad y un obispo. Y a muchos de ellos los tenía cerca, en su propio palacio.
Ramiro II sentía la presión de los grandes del reino que le menospreciaban y zaherían llamándole "Rey Cogulla". Pero, estando en el trono, reconocía que no le quedaba sino luchar por la unidad, la integridad y el bien de su pueblo.
¿Cómo podía dejarlo en manos de la díscola nobleza o permitir que el reino quedara a merced de un poder anónimo y caótico como el de las Órdenes Militares, a las que por un exceso de celo, se lo había dejado en herencia su hermano Alfonso? ¿Y cómo podía consentir que Aragón cayera en manos del rey de León, que aspiraba a toda costa a poseer Zaragoza?
Ramiro II no era ducho en intrigas y por eso dudaba en aplicar ciertos métodos... Sin embargo, reconocía que no bastaba ser virtuoso, de recta intención, querer sólo el bien y la justicia.
-Hay que tener a punto la decisión salvadora -le dijo un día uno de sus consejeros-, saberla improvisar en un segundo para ejecutarla en el siguiente.
Y mientras el rey Ramiro II se paseaba, completamente sólo, por el jardín, por los pasillos o por la habitación de su palacio, se repetía a menudo: "¿Qué hacer, Señor, qué hacer?"
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