Falleció María de Padilla a quien Pedro el Cruel, ante las cortes reunidas en Sevilla, había declarado legítima esposa, diciendo que estaba casado con ella antes de contraer matrimonio con doña Blanca de Borbón. Efectivamente, el casamiento se había verificado en Sevilla el año 1352, esto es, al poco de haber conocido D. Pedro I a doña María de Padilla, cuando ésta servía en calidad de dama de la esposa de Alburquerque, favorito entonces del monarca.
Les dio la bendición nupcial el abad Juan Pérez Orduña en una capilla de la basílica hispalense. Mas, a pesar de estar casado con dos esposas a la vez, Pedro I tomó, aunque por pocos días, una tercera mujer, doña Juana de Castro, hermana de doña Inés de Castro, dama o mujer de Pedro I de Portugal y coronada también después de muerta.
El insaciable rey tuvo hijos de otras mujeres; pero la que siempre subyugó al indómito y voluble soberano de Castilla, fue doña María de Padilla quien, aprovechándose de su poderoso ascendiente sobre el monarca, siempre había tratado de moderar sus instintos, por lo que su fallecimiento fue muy sentido en todo el reino.
Al morir ésta, sus hijos fueron reconocidos como herederos del trono. Eran cuatro y se llamaban Alfonso, Beatriz, Costanza e Isabel. El varón murió antes que su padre. Mientras tanto, el bastardo Don Enrique, refugiado en Francia, entró en España al frente de las Compañías Blancas, cuyo jefe era Beltrán Duglesclin.
Don Pedro I, abandonado de todos, pasó a Francia y volvió con tropas inglesas que, acaudilladas por el Príncipe Negro, derrotaron a Don Enrique en la batalla de Nájera, cayendo prisioneros Duglesclin y López de Ayala, cronista de este reinado a quienes luego dio libertad.
La venida del Príncipe Negro ejerció gran influjo en nuestra literatura, pues entonces se introdujeron en España los libros de Caballería, cuyo origen está en la crónica romanesca del obispo Turpin y en la Monmouth acerca del rey Artús y los Caballeros de la Tabla Redonda.
Más tarde, durante el reinado de Enrique II aparecieron otros libros del mismo género, surgiendo así en la Península una producción original que oscureció en seguida la fama de las obras extranjeras y vino a ser el prototipo de las de su clase: aludimos al Amadis de Gaua, compuesto según unos por el portugués Vasco de Loveira y, según otros, por un ingenio castellano a mediados del siglo XVI.
Esta obra despertó y sostuvo por mucho tiempo la afición al género literario, tan en armonía con el espíritu caballeresco, exaltado en la incesante lucha con el moro, y para cuyo cultivo estaba preparado el terreno por la creación de las Órdenes Militares, cuyos gloriosos paladines acometían las más arriesgadas empresas.
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