Al morir Alfonso XI le sucedió su hijo Pedro I (1350-1369). La figura de este soberano ha sido siempre muy discutida, pues mientras unos lo juzgan un monstruo de crueldad, otros afirman que ese joven era bueno y generoso y que fueron las traiciones de sus enemigos las que lo enloquecieron, convirtiéndole en el hombre feroz que nos muestran los hechos de su reinado.
Pedro I lo primero que hizo al subir al trono fue encerrar en una prisión a la antigua favorita de su padre, doña Leonor de Guzmán, a la que luego mandaría asesinar en Talavera la celosa reina madre, doña María de Portugal.
Dieciséis años tenía Pedro I al heredar la corona, y para bien de todos moriría meses antes de cumplir treinta y cinco. Ya que su nacimiento trajo tantas desgracias, sírvanos de consuelo pensar que falleció joven, pues de haber llegado a viejo no se sabe los daños que hubiera acumulado su existencia frenética.
En realidad, fue una enorme imprudencia dejar que se casaran los primos hermanos María de Portugal y Don Alfonso XI, padres de Pedro I. Pero como la boda tuvo lugar el año 1328 y Pedro tardó seis años en venir a este mundo, hubiese bastado con que el Papa Juan XXII, respetando las leyes de la Iglesia Católica, anulase el enlace en lugar de autorizarlo al año siguiente, es decir, en 1329. Así se hubieran evitado un sinfín de desdichas.
Un año permaneció Pedro I en Sevilla después del fallecimiento de su padre. Y en este tiempo le sobrevino una grave dolencia que puso en peligro su vida. Se cree que fue aquella misma landre o general pestilencia que costó la vida a Don Alfonso XI, y que al decir de un cronista "fue la mayor desolación que pasó el mundo desde el Diluvio".
Es de notar que, creyendo todos que Don Pedro I no saldría de dicha enfermedad, nadie se fijó en los hermanos bastardos del rey para designarlos por herederos de la corona. De donde se infiere que, si luego la ciñó don Enrique, fue sólo por medio del fratricidio y la intervención extranjera.
El portugués Alonso de Alburquerque, hábil e inteligente, favorito ambicioso del joven Pedro I, para atemorizar a la levantisca nobleza castellana, hizo dar muerte a Garcilaso de la Vega, que había promovido en Burgos un altercado contra el rey. (A este Garcilaso no hay que confundir con su homónimo el famoso poeta del siglo XVI, obviamente).
Inmediatamente después Don Pedro I reunió Cortes en Valladolid, donde hizo un "Ordenamiento de menestrales" o reglamentación laboral, tomando el monarca disposiciones que revelaban su deseo de gobernar con acierto.
Pero mientras le rey se ocupaba en hacer leyes beneficiosas y se mostraba animado de los mejores propósitos, su hermano bastardo, Don Enrique, Conde de Trastámara, alzaba en Asturias bandera de rebelión. Mas habiendo ido el soberano a sofocarla, Don Enrique se entregó a su clemencia.
Por las mismas echas se había rebelado también, haciéndose fuerte en Aguilar, don Alfonso Fernández de Coronel, el cual, rendida la plaza por Alburquerque, fue condenado a muerte. Y como el vencedor le hiciese cargo por su conducta, se dice que contestó:
-Esta es Castilla, que hace los hombres y los gasta.
Hija del infortunado Fernández Coronel fue la ilustre Doña María Coronel, cuyo marido, Juan de la Cerda, fue también enviado al suplicio de orden del rey, que pensaba de este modo atentar más fácilmente al honor de aquella honrada matrona. Mas Doña María, para librarse de las persecuciones de Pedro I, tuvo el heroísmo de matar su celebrada hermosura -se dice, se cuenta- quemándose el pecho con aceite hirviendo y desfigurándose el rostro con un cuchillo. Así lo refiere la leyenda, si bien dicha tradición popular carece de fundamento histórico, como igualmente el que doña Aldonza, hermana de doña María, hubiera sido objeto de los torpes apetitos del rey. Parece ser que los esposos de dichas señoras, traidores al monarca, hicieron correr tales rumores para justificar su manifiesta deslealtad.
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