30 dic 2012

MÍTICA LLEGADA DEL CRISTIANISMO A ESPAÑA

Es muy difícil determinar quién fue realmente el primer predicador del Cristianismo en España.  La tradición, como todos sabemos, afirma que fue Santiago el Mayor el que llegó a nuestras costas durante el reinado del emperador Claudio (año 38), así como que se levantó en Zaragoza el primer templo cristiano que hubo en la Península Ibérica.  Dicho templo aún se conserva bajo la advocación de la Virgen del Pilar por habérsele aparecido al Santo Apóstol la Madre de Dios sobre una columna a orillas del río Ebro y en carne mortal, dejando una efigie suya sobre un pilar de mármol.
La tradición relativa a la venida de Santiago a España fue en el siglo XVI puesta en duda y aun negada resueltamente por algunos, entre ellos el cardenal Baronio, que mandó quitarla de las lecciones del Breviario.
Es obvio que estamos ante una tradición mítica que ni podemos negar ni tampoco afirmar históricamente.  Antes de la invasión musulmana son muy pocos los datos que pueden aportarse al respecto de la llegada del Cristianismo en la Península.
Con posterioridad a aquélla existe la magnificencia del culto a Santiago Apóstol en Galicia, que junto con la devoción a la Virgen del Pilar, en Zaragoza, justificaría por sí sola la famosa tradición antes expuesta.  En cambio, la tradición referente a la venida de San Pablo, aunque menos popular, se presenta con mayores visos de verosimilitud.  La llegada del "apóstol de los gentiles" a Hispania en el reinado de Nerón (año 39), siendo el teatro de sus predicaciones Tarragona, las costas de Levante y Andalucía es otra tradición menos conocida incluso para buena parte de los españoles.
Resulta pues, que España, siempre según la leyenda, sería el primer país cristiano de Europa, y el templo del Pilar de Zaragoza, la primera iglesia.  Obviamente este dato es más que cuestionable.
Lo que sí es cierto es que el Cristianismo se difundió rápidamente por toda España, comenzando por las provincias más romanizadas y, por lo tanto, más cultas, arraigando de tal forma que muy pronto muchos cristianos españoles sufrieron el martirio confesando su fe.
La más cruenta de las persecuciones fue la última, pues el prefecto Daciano, hombre sanguinario y cruel, encargado de hacer cumplir las leyes imperiales en territorio hispano, recorrió todo el país durante dos años dejando en pos de sí un recuerdo de sangre y llenando de horror las tierras ibéricas.  Los mártires fueron innumerables en Zaragoza y muy numerosos en otras ciudades.  Entre los santos mártires de esta época deben señalarse San Fructuosos, obispo de Tarragona, Santa Justa y Rufina, de Sevilla; San Emeterio, de Calahorra; Santa Engracia y San Lamberto, de Zaragoza,; Santa Eulalia, de Barcelona; San Vicente, de Ávila; Santa Leocadia, de Toledo; San Vicente, en Valencia, etc...
Entre los obispos españoles de este período, el más famoso fue Osio, obispo de Córdoba, cuya elocuencia y sabiduría alcanzaron gran renombre en todo el Imperio.  Osio llegó a ser consejero del emperador Constantino y presidió el Concilio ecuménico de Nicea.
Aceptado el Cristianismo por el Edicto de Milán, en el año 313, se estructuró la organización eclesiástica hispana, y ya con personalidad propia su vida religiosa alcanzó un desarrollo imparable en las centurias siguientes.

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