3 dic 2012

LOS CELTÍBEROS

La España céltica más representativa y mejor conocida es la coincidente con el fenómeno urbano de los castros.  Quizás estas regiones peninsulares sean las que incluyen los griegos en este término tan genérico de Keltiké, al reconocer en ellas una lengua indoeuropea distinta de la suya o del latín.  Su relación con los celtas, por tanto, ha de entenderse en el sentido en que éstos han dejado de ser un único pueblo para hoy identificarse con una serie de grupos radicados en gran parte de toda la geografía occidental de Europa, a quienes unen ciertos rasgos de cultura material, incluso aspectos sociales y lingüísticos, pero siempre superpuestos a un sustrato local anterior de gran peso.  En función de todo ello, será posible hablar de grupos culturales con personalidad propia, pero con un lógico parentesco, entre los que se encontrarían nuestros celtíberos.
Estrabón ya hablaba de berones y celtíberos, situando sus poblamientos en las tierras del interior, en el sur de Portugal y en tierras de Badajoz y algunas comarcas del norte andaluz o de Galicia y la cornisa cantábrica.
Con eso y todo, abundemos aún más en el sentido que damos a lo celtibérico para dejar claro el ámbito espacial al que se remiten las manifestaciones urbanísticas y, sobre todo, artísticas.  Es común en la actualidad pensar en la celtiberización como en un proceso de aculturación de estos espacios interiores desde el mundo ibérico.  Así, algunos elementos reconocidos de la cultura ibérica se insertan en el bagaje denominado céltico de estas gentes, tendiendo a homogeneizar sus rasgos.  De este modo, al fuerte arraigo de la tradición autóctona consolidada en los primeros momentos de la II Edad del Hierro hay que unir el peso de lo ibérico, diferente según las áreas geográficas.  Partiendo de ambas corrientes se reelabora un fenómeno cultural nuevo, con personalidad propia, diferenciable y reconocible en los anteriores, en el que incluso cabe atisbar alguna diversidad regional.  El proceso comienza en la Meseta sur desde los siglos V-IV a.C. y se generaliza ante el empuje del Valle del Ebro al resto de la Meseta norte, salvo áreas muy occidentales, en el siglo III a.C., llegando hasta la conquista y romanización.  Aun entonces ciertos caracteres de lo celtibérico, como por ejemplo las cerámicas, las estelas o algunas piezas de bronce, siguen manifestándose con fuerza.
Sin embargo, aún pesa sobre este planteamiento la visión estricta de que la Celtiberia tiene fuentes, en especial Ptolomeo, señalando únicamente como celtíberos, desde el plano de las etnias, a los arévacos, bellos, titos y lusones, y una quinta no citada en los textos que podrían ser los vacceos.  El solar restringiría cn precisión sólo al valle medio del Ebro, el borde oriental de la Meseta Norte y las cabeceras del Tajo/Jalón.  Pero también fuera de este propio marco geográfico podemos reconocer si problemas lo celtibérico en buena parte de las tierras de las mesetas. Estos mismos autores clásicos, en especial aquellos que tienen una referencia más precisa durante las guerras celtibéricas (Apiano, Tito Livio, Polibio...), nos aportan un conocimiento mayor de estos pueblos y nos acercan al fenómeno cultural que representan en el momento en que los celtíberos entran en contacto con los romanos, aunque siempre de la mano de una visión bien particular.
A día de hoy es posible referirse a tres grandes corrientes culturales a partir de las cuales se configura la cultura celtibérica.  La primera de ellas, el sustrato local, se constituyó con toda su fuerza desde los últimos momentos de la Edad del Bronce, conocida como la cultura de Cogotas I, apareciendo ya modos de manufacturar cerámicas y metales de cierta singularidad, y pos supuesto aspectos ideológicos de tipo antiguo de tanto peso como por ejemplo la pervivencia de la inhumación ritual o la existencia de cultos en lugares abiertos -nemeton-, que darán como resultado posterior algunos santuarios en espacios naturales de gran significación (Ulaca, Peñalba de Villastar...).  En definitiva, un sustrato común que hará posible establecer cierta afinidad en algunos elementos estéticos entre todos los pueblos que habitan el centro y el occidente de la Península Ibérica.
La segunda corriente cultural tendría su filiación en elementos de Campos de Urnas de la Edad del Hierro, con un camino de penetración que no de invasión, desde el Noroeste y el Valle del Ebro, arrastrando modelos materiales emparentados con los de las regiones de Centroeuropa.  En esta línea es posible atribuir la introducción del ritual incinerador, el hierro como nuevo metal, buena parte de los tipos de su armamento, algunas formas cerámica y, sobre todo, ciertos aspectos de la configuración urbana de sus poblados.  Así, por ejemplo, el esquema urbano de la disposición de las viviendas de planta rectangular pegadas al muro defensivo y en especial un sistema de defensa mediante piedras hincadas delante de las murallas, también conocido fuera de nuestras fronteras con el nombre de caballos de frisia.  Tampoco quedarán fuera de esta corriente rasgos de su ideología evidenciados en el proceso de jerarquización social, la asunción de una élite militar, la organización clientelar, o la formación de algunas divinidades de su panteón.
Y un tercer canal de influencias podemos definirlo a partir de la raigambre meridional y mediterránea.  En as primeras centurias del primer milenio será evidente la llegada de elementos tartésicos o de origen colonial canalizados por la intermediación de éstos, para en siglos posteriores, una vez que se ha consolidado la cultura ibérica, ser el contacto con este mundo ibérico el que permita una asimilación mayor de elementos mediterráneos.  No sólo es la nueva técnica de producir cerámica mediante el uso del torno alfarero, el horno de fábrica de tiro controlable y la pintura precocción, que servirá a los alfareros celtibéricos para crear estilos propios, o buena parte de sus modelos y procedimientos de su orfebrería. Otros caracteres tan sustanciales como la escritura, el progreso en las formas de vida urbana con algunas obras monumentales y las monedas, mantienen esta misma filiación ibérica, como aporte sustancial para la consolidación de la cultura y estética celtibéricas.  En este sentido tendría cabida la idea expresada en los textos antiguos, al considerar lo celtibérico como una mezcla entre lo celta y lo ibérico.

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