15 dic 2012

LA PAULATINA ROMANIZACIÓN DE ESPAÑA

Hispania fue poco a poco adoptando las costumbres de Roma, hablando su lengua y siguiendo sus leyes, de tal manera que cuando el Imperio fue invadido por los bárbaros, los hispanos, sobre todo las gentes de las ciudades y los habitantes de los lugares cercanos al litoral, en nada se distinguían del resto de los ciudadanos romanos.
Durante la República, las provincias españolas fueron gobernadas por procónsules y pretores.  En tiempos de Augusto las imperiales por los Legati Augusti, y desde Diocleciano por rectores o presidentes.  En lo tocante al culto se regían por colegios sacerdotales o Concilios; y desde el punto de vista judicial se dividían en Conventos Jurídicos, que eran tribunales parecidos a nuestra Audiencias.
Roma no pretendió ligar de manera estrecha y absorbente a los pueblos que dominó, de forma que respetó, en cierto modo, la manera de ser de cada uno de ellos.  De ahí que las ciudades fueran de muy diferentes clases: así unas se llamaban confederadas, otras colonias, algunas inmunes y las más estipendiarias. Pero luego todas se convirtieron  en municipios.  El total de las ciudades parece que ascendía a 692, en esta forma: 4 aliadas; 6 inmunes; 22 municipios; 26 colonias y estipendiarias las demás.
Su gobierno era análogo al de la República, pues lo formaba una Curia o pequeño senado, que renació en los tiempos medievales con el nombre de Concejo, y ha llegado a nuestros tiempos con el de Ayuntamiento, conservando también el de Municipio.
Las artes útiles comenzaron a desenvolverse a la sombra de la profunda paz que gozó Hispania durante el Imperio.  Fue la agricultura la que alcanzó mayor florecimiento, por la natural feracidad del suelo hispano, que recibió, como Sicilia antes, el nombre de granero de Roma.  A los cereales seguían en importancia los caldos (vino y aceite, éste de los campos cordobeses y aquél de las tierras gaditanas) y los metales preciosos (oro, plata, cobre, plomo, hierro, mercurio y estaño) siempre abundantes. Muy grande era también el comercio marítimo, que exportaba productos agrícolas y minerales, siendo sus primeras plazas mercantiles Cádiz, Málaga y Cartagena.  Cádiz era un auténtico puerto franco y contaba con numerosa marina mercante.  El comercio interior estaba favorecido por una espesa red itineraria que, teniendo por principal vía la denominada Augusta, cruzaba en todas direcciones la superficie de Hispania.  De su solidez podemos juzgar aun por los muchos tramos que existen todavía hoy en buen estado de conservación.
La vía Augusta, arrancando del Pirineo, donde se enlazaba con las vías de Francia e Italia, pasaba por Girona, Barcelona, Tarragona, Valencia y Játiva y cruzando hasta Castulo, seguía por Córdoba, Sevilla y Jerez hasta Cádiz.  Todas estas vías estaban flanqueadas de casas de postas, apoyos para montar a caballo y piedras miliarias para señalar las distancias.  Es curioso observar cómo la red de ferrocarriles españoles hasta bien entrado el siglo XX coincidía casi siempre con los viejos caminos romanos.
De la completa romanización de Hispania y del alto grado que alcanzó su cultura son buena muestra los escritores hispanorromanos, cuyos nombres figuran entre los destacados de la llamada Edad de Plata de la literatura latina.  Entre estos escritores brillan con luz propia el retórico Marco Anneo Séneca (nacido el año 61 a.C. y muerto a finales del principado de Tiberio); su hijo Lucio Anneo Séneca (2-62 d.C.), el poeta Marco Anneo Lucano (29-?), sobrino del anterior, nacidos todos ellos en Córdoba.  También nacieron en la Bética el geógrafo Pomponio Mela y el famoso tratadista de agricultura Lucio Juno Moderato Columela (1-76).  Y perfeccionaron la lengua latina en sus obras el gran poeta satírico Marcial, nacido en Bílbilis (Calatayud, Zaragoza) (43-104 d.C.), cuyos epigramas pintan y flagelan crudamente las costumbres de su época; el historiador Floro; el ilustre Cayo Silio, apodado Itálico (25-100 d.C.), por creerse que nació en Itálica, cantor de las guerras púnicas, y el retórico Fabio Quintiliano, nacido en Calagurris (Calahorra, La Rioja) (42-95 d.C.).

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