Mientras que en el resto de Europa oriental la adopción de la agricultura y el pastoreo fue acompañada de una arquitectura doméstica visible, el poblado o la granja, y de unas prácticas funerarias que no dejaban evidencia externa, en la Europa occidental es difícil la localización de los asentamientos que siguen siendo en cueva o al aire libre pero con estructuras muy débiles y perecederas, si bien, a partir del Neolítico Medio comienzan a aparecer en el área catalana los sepulcros en fosas. Sin embargo, en la Europa atlántica comienza el proceso de neolitización con el desarrollo de prácticas funerarias caracterizadas por la visibilidad y la monumentalidad. Son los megalitos.
La mayoría de los megalitos tienen una finalidad funeraria, pero el megalitismo incluye también otras construcciones, como alineamientos, círculos (henges), menhires..., que se interpretan como espacios destinados a ceremoniales religiosos y sociales, seguramente vinculados al calendario. Las arquitecturas que dieron lugar al término de megalitismo son las ortostáticas o de grandes piedras. No obstante, también se incluye la construcción en mampostería o piedra pequeña que facilita la cámara de planta circular y la cubierta por aproximación de hiladas o en falsa cúpula: nos referimos a los tholoi, que implican el reconocimiento de una similitud de ideas constructivas con el Bronce del Egeo, y en el que, durante largo tiempo, se pensó que estaban inspirados (idea ya desechada). Los tholoi de utilizaron como enterramientos múltiples con hasta un centenar de inhumaciones. La cronología base fue la de los ajuares funerarios, dado que el radiocarbono resulta difícil de aplicar pues la presencia de carbones es bastante excepcional en estas construcciones.
Según el investigador Gordon Childe, en una teoría que se mantuvo vigente hasta bien entrados los 1970, el megalitismo sería un todo uniforme que reflejaba un nuevo corpus de creencias religiosas, admitiendo que éste sería el resultado de la llegada de colonos procedentes del Egeo que, en busca de metales, se establecerían en el sudeste de la Península Ibérica y en la región de la desembocadura del Tajo, donde construirían los primeros poblados fuertemente fortificados de nuestra historia, como Los Millares o Vilanova de San Pedro, introduciendo además la metalurgia y los nuevos cultos funerarios junto con los tholos.
Pero los planteamientos difusionistas decayeron con la aplicación paulatina del carbono 14, haciendo que desapareciese la concepción del megalitismo como un fenómeno unitario. Dicho de otra manera: se abandonó la idea de la cultura megalítica por la de "culturas de los megalitos", que parece lo mismo pero no es igual.
Sabemos que los constructores de los megalitos desarrollaron una economía eminentemente ganadera, así como que practicaron la agricultura de roza con una población dispersa que ocuparía un territorio concreto pero con una movilidad de asentamiento en función del propio agotamiento de las tierras que disfrutaban. La necesidad de crear un marco que visualizara la pertenencia a una comunidad delimitadora de los derechos y deberes quedaría entonces expresada externamente por la monumentalidad de las tumbas, lo cual nos lleva a una signficación que va más allá del simple contenido funerario de las construcciones.
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