Al finalizar la contienda el 1º de abril de 1939, el cuadro que presenta el país es desolador. La industria que no había desaparecido con los avatares bélicos había sido transformada en industria de guerra; las comunicaciones, inexistentes; el campo, abandonado, y flotando sobre todo ello un millón de españoles muertos y muchos en el exilio.
Ante él, lógicamente, dos fueron las principales preocupaciones del nuevo régimen: la reconstrucción y nueva ordenación del país por un lado, y su propia consolidación política e institucional, por otro. Sobre este panorama se cernía como telón de fondo la Segunda Guerra Mundial, que dividió al mundo en dos bloques antagónicos: fascismo y democracia.
Los aspectos económicos que fueron tratados con prioridad en la posguerra, revisándose las medidas emprendidas por la Segunda República, respondían tanto a la necesidad de reconvertir la economía para ponerla al servicio de la paz, como a la urgencia de reconsiderar las transformaciones operadas en las relaciones de producción, que sobre todo en el campo llevaron a suspender la reforma agraria del partido anterior y a estimulas a los propietarios a través de la ayuda directa de la banca.
El Estado que salió victorioso de la guerra civil tomo las características de los regímenes autoritarios: pluralismo limitado, escasa movilización popular y predominio de una "mentalidad" más que de una "ideología" concreta y terminante, aunque su imagen inicial fuera la de una dictadura militar con la colaboración de hombres civiles que representaban a los distintos grupos participantes en el levantamiento de 1936.
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