En las comarcas castellanas, cuando se unía el medio hostil (zonas peladas, malos sueldos, sequías, pluviometría desigual, etc.) a la avidez de los señores (rentas altas, impuestos, diezmos...) la situación era dramática para el campesino. De ahí que un gobernador de Burgos hablara de los "miserables esclavos" de los propietarios y que Jovellanos, al llegar a Mansilla de las Mulas (León), comentara en su línea:
"Dicen que tuvo 700 vecinos; hay 120, las dos terceras partes jornaleros pobres; todavía hay riego, buena tierra para centeno y lino, cría de potros, mulas y ganado vacuno y lanar. ¿Cómo, pues, tanta pobreza? Porque hay badíos, porque las tierras están abiertas, porque el lugar es del duque de Alba, porque hay mayorazgos, vínculos y capellanías. ¡Oh, suspirada Ley Agraria!"
El alza de los precios agrícolas provocará la roturación de extensas zoas que se abandonan cuando el suelo se agotaba o volvían a bajar los precios. Este alza de precios del trigo y del aceite puso también en tela de juicio los privilegios del pastoreo.
Hay algunos vergeles escasos, y existen también aldeas serranas pastoriles y medio agrarias con una vida retrógrada. Se puede hablar en términos generales de una mediana miseria que garantizaba una mediana estabilidad política.
En Andalucía y Extremadura el problema eran las grandes propiedades cultivadas con descuido. El viajero Bourgoing dirá de las comarcas andaluzas:
"El gran propietario vive en ellas igual que el león en la selva, el cual ahuyenta con sus rugidos a cualquiera que ose acercársele".
Sólo en el reino de Granada había 82.186 jornaleros y en Sevilla 118.741. A esta masas de jornaleros sin tierra hay que sumar la de los pegulajeros y pelentrines expuestos , a las primeras de cambio, a ser reducidos a braceros. Todo este sector, a veces exaltado y a veces resignado, constituía la primitiva clase revolucionaria. Luchaba contra las oligarquías locales que le explotaban de formas varias. Los reformadores del siglo de las Luces tendieron a la redistribución de las tierras. En un primer intento se dieron cuenta de que al distribuir entre los pequeños agricultores las zonas de monocultivo y secano, bastaban un par de años malos para que el campesino se deshiciera de sus tierras. Se adopta un segundo intento propugnando una colonización controlada y apoyada por el Estado. El intento era perfecto, porque se libraba del campesino opresor y de que él mismo vendiera sus parcelas, pero ello suponía unos gastos enormes que el Estado era incapaz de afrontar.
"Dicen que tuvo 700 vecinos; hay 120, las dos terceras partes jornaleros pobres; todavía hay riego, buena tierra para centeno y lino, cría de potros, mulas y ganado vacuno y lanar. ¿Cómo, pues, tanta pobreza? Porque hay badíos, porque las tierras están abiertas, porque el lugar es del duque de Alba, porque hay mayorazgos, vínculos y capellanías. ¡Oh, suspirada Ley Agraria!"
El alza de los precios agrícolas provocará la roturación de extensas zoas que se abandonan cuando el suelo se agotaba o volvían a bajar los precios. Este alza de precios del trigo y del aceite puso también en tela de juicio los privilegios del pastoreo.
Hay algunos vergeles escasos, y existen también aldeas serranas pastoriles y medio agrarias con una vida retrógrada. Se puede hablar en términos generales de una mediana miseria que garantizaba una mediana estabilidad política.
En Andalucía y Extremadura el problema eran las grandes propiedades cultivadas con descuido. El viajero Bourgoing dirá de las comarcas andaluzas:
"El gran propietario vive en ellas igual que el león en la selva, el cual ahuyenta con sus rugidos a cualquiera que ose acercársele".
Sólo en el reino de Granada había 82.186 jornaleros y en Sevilla 118.741. A esta masas de jornaleros sin tierra hay que sumar la de los pegulajeros y pelentrines expuestos , a las primeras de cambio, a ser reducidos a braceros. Todo este sector, a veces exaltado y a veces resignado, constituía la primitiva clase revolucionaria. Luchaba contra las oligarquías locales que le explotaban de formas varias. Los reformadores del siglo de las Luces tendieron a la redistribución de las tierras. En un primer intento se dieron cuenta de que al distribuir entre los pequeños agricultores las zonas de monocultivo y secano, bastaban un par de años malos para que el campesino se deshiciera de sus tierras. Se adopta un segundo intento propugnando una colonización controlada y apoyada por el Estado. El intento era perfecto, porque se libraba del campesino opresor y de que él mismo vendiera sus parcelas, pero ello suponía unos gastos enormes que el Estado era incapaz de afrontar.
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