El anterior pensamiento acarrea tres consecuencias para la nobleza:
A) Que el Estado utilice a la nobleza teniendo en cuenta como único motivo la conveniencia política, que la convierta en un instrumento del reino, y por tanto prescinda de ella en los serviios en que no la crea necesaria.
B) Que el Estado la estructure de forma adecuada a sus intereses. Esto significa que como el Estado tiene necesidad de acrecentar el potencial económico del país, se ve obligado a adoptar una política agresiva contra los mayorazgos y la distinción entre oficios viles y nobles.
Contra los mayorazgos, porque son nocivos a la población al restringir los matrimonios de los segundones que se quedan sin fortuna; porque perjudican a la agricultura, ya que sus dueños no atienden las tierras y los arrendatarios no las pueden mejorar porque sólo se les hacen contratos a corto plazo; porque dañan el comercio al no poner en circulación comercial sus bienes, con lo que, aparte de elevar los precios, menguan el mercado; porque constituyen un elemento de inseguridadd y perturbación y porque perjudican a la Hacienda al imposibilitar la transmisión de bienes raíces.
Los mayorazgos son fieras devoradoras de la verdadera política del Estado.
Contra la distinción entre oficios viles y nobles se alza toda la polítia de la época en su deseo burqués de elevar las fuerzas de producción. Se realza la figura del comerciante, del artesano, del mercader; se les hace compatibles con la nobleza, se aducen ejemplos de cómo trabaja la nobleza inglesa, etc...
En ambos casos se darán una serie de normas legislativa para adecuar la nobleza a los intereses del Estado.
C) Que desaparecida la nobleza se piense en su supreción o anulación. Esta solución la adoptan muchos pensadores y hombres de Estado. Abundan en decir que si la nobleza no tiene funciones tampoco debe tener privilegios; se prepone la riqueza a la nobleza; se llama a la nobleza "edificio gótico que agobia a la humanidad entera", según Cabarrús:
1. Que los empleos de la sociedad se den exclusivamente a los capaces de desempeñarlos, y sus premios al mérito personal, sin más pruebas que éstas.
2. Que los matrimonios se formen sólo por la voluntad recíproca de los que se unan para amarse.
3. Que los hijos de un mismo padre partan igualmente sus bienes.
4. Que aquel que debiera a otro, pague en los términos que lo ofreció.
¿Y qué quedaría entonces de la nobleza actual? Títulos góticos y extravagantes. Se llamarían todavía duques, marqueses, condes, unos pocos individuos, que ni conducen tropas, ni gobiernan marca alguna, ni son compañeros de ningún príncipe; otros conservarían el nombre indefinible de barón; pero muy presto sucedería a estas señales de barbarie lo que a las plantas defraudadas de los jugos que las nutren: se marchitan, se agostan, y las estaciones, consumando su ruina, convierten sus desperdicios en abono vegetal.
En España, como en otros países, se estaba gestando en el seno del absolutismo el Estado democrático liberal.
Todavía subsiste el fetiche de la sangre y de la herencia, y esto no se puede eliminar de cuajo. En líneas generales, la política de la Ilustración ató a la nobleza a sus propios fines, aunque no intentó descuajarla. En este aspecto la Corona no fue revolucionaria. Adoptó una política restrictiva y limitada a preocuarse por la igualdad legal de todos y atenta siempre a rescatar regalías enajenadas, rentas reales y oficios públicos.
A) Que el Estado utilice a la nobleza teniendo en cuenta como único motivo la conveniencia política, que la convierta en un instrumento del reino, y por tanto prescinda de ella en los serviios en que no la crea necesaria.
B) Que el Estado la estructure de forma adecuada a sus intereses. Esto significa que como el Estado tiene necesidad de acrecentar el potencial económico del país, se ve obligado a adoptar una política agresiva contra los mayorazgos y la distinción entre oficios viles y nobles.
Contra los mayorazgos, porque son nocivos a la población al restringir los matrimonios de los segundones que se quedan sin fortuna; porque perjudican a la agricultura, ya que sus dueños no atienden las tierras y los arrendatarios no las pueden mejorar porque sólo se les hacen contratos a corto plazo; porque dañan el comercio al no poner en circulación comercial sus bienes, con lo que, aparte de elevar los precios, menguan el mercado; porque constituyen un elemento de inseguridadd y perturbación y porque perjudican a la Hacienda al imposibilitar la transmisión de bienes raíces.
Los mayorazgos son fieras devoradoras de la verdadera política del Estado.
Contra la distinción entre oficios viles y nobles se alza toda la polítia de la época en su deseo burqués de elevar las fuerzas de producción. Se realza la figura del comerciante, del artesano, del mercader; se les hace compatibles con la nobleza, se aducen ejemplos de cómo trabaja la nobleza inglesa, etc...
En ambos casos se darán una serie de normas legislativa para adecuar la nobleza a los intereses del Estado.
C) Que desaparecida la nobleza se piense en su supreción o anulación. Esta solución la adoptan muchos pensadores y hombres de Estado. Abundan en decir que si la nobleza no tiene funciones tampoco debe tener privilegios; se prepone la riqueza a la nobleza; se llama a la nobleza "edificio gótico que agobia a la humanidad entera", según Cabarrús:
1. Que los empleos de la sociedad se den exclusivamente a los capaces de desempeñarlos, y sus premios al mérito personal, sin más pruebas que éstas.
2. Que los matrimonios se formen sólo por la voluntad recíproca de los que se unan para amarse.
3. Que los hijos de un mismo padre partan igualmente sus bienes.
4. Que aquel que debiera a otro, pague en los términos que lo ofreció.
¿Y qué quedaría entonces de la nobleza actual? Títulos góticos y extravagantes. Se llamarían todavía duques, marqueses, condes, unos pocos individuos, que ni conducen tropas, ni gobiernan marca alguna, ni son compañeros de ningún príncipe; otros conservarían el nombre indefinible de barón; pero muy presto sucedería a estas señales de barbarie lo que a las plantas defraudadas de los jugos que las nutren: se marchitan, se agostan, y las estaciones, consumando su ruina, convierten sus desperdicios en abono vegetal.
En España, como en otros países, se estaba gestando en el seno del absolutismo el Estado democrático liberal.
Todavía subsiste el fetiche de la sangre y de la herencia, y esto no se puede eliminar de cuajo. En líneas generales, la política de la Ilustración ató a la nobleza a sus propios fines, aunque no intentó descuajarla. En este aspecto la Corona no fue revolucionaria. Adoptó una política restrictiva y limitada a preocuarse por la igualdad legal de todos y atenta siempre a rescatar regalías enajenadas, rentas reales y oficios públicos.
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