Decía Cantillón que la tierra es la fuente de toda la riqueza y hasta cierto punto, y para el siglo XVIII, tenía razón, o por lo menos captaba un problema universal. Pero al lado de la evidencia que supone el peso agrario y de la extensión de los fisiócratas, campean ideas y personas mercantilistas. Éstos se meterán en el gobierno y vivirán hondamente preocupados por el problema de las manufacturas industriales y por el comercio en general.
La revolución industrial presupone los siguientes siete cambios:
1. Aplicación amplia y sistemática de la ciencia moderna y del conocimiento empírico al proceso de producción para el mercado.
2. Especialización de la actividad económica en la producción para los mercados nacionales e internacionales más que para el uso familiar o local.
3. Movimiento de la población de las comunidades rurales hacia las urbanas.
4. Ampliacióny despersonalización de una unidad típica de producción: pasa a fundarse más en la empresa privada o púbica y menos en la familia o tribu.
5. Movimiento de la mano de obra de las actividades relacionadas con la producción de bienes primarios a la producción de bienes manufacturados y servicios.
6. Uso intensivo y extensivo de los recursos del capital como sustitutivo y complemento del esfuerzo humano.
7. Aparición de nuevas clases sociales y profesionales determinadas por la propiedad de (o por relación con) medios de producción que no sean la tierra, es decir, el capital.
Si estos cambios, relacionados entre sí, se producen conjuntamente y alcanzan un grado suficiente, constituyen una revolución industrial. Siempre se ha asociado con un incremento de la población y con un aumento del volumen anual de bienes y servicios producidos.
Estas transformaciones determinarían el triunfo del maquinismo en Inglaterra y su sucesiva implantación en tal continente. Tras la Guerra de Sucesión, España se halla abatida. El atraso se percibe en todos los lugares. La población estaba en mengua. La industria ni siquiera era capaz de abastecer de tejidos de lujo a las personas ricas. Registraremos tímidos intentos del Estado y de los particulares para asimilar y disminuir la sima que se abre a un lado y otro de los Pirineos. En la segunda mitad del siglo XVIII el gobierno pondrá todo su poder en desarrollar una industria nacional que redujera las importaciones y aumentase las exportaciones para que la balanza comercial cambiase de signo.
El desarrollo industrial español, para comenzar, se encuentra con estos obstáculos: carencia de tecnología, de trabajadores especializados, de capital y de comunicaciones.
El esfuerzo de la Corona se centrará en solucionar todos estos problemas. Puso especial énfasis en la industria textil, que arrojó unos resultados hasta cierto punto irónicos. El gobierno puso su entusiasmo en revitalizar industrialmente el interior de España. Sin embargo, mientras la industrialización interior languidecía, Cataluña y Valencia, zonas menos favorecidas, alcanzaban mayor éxito.
Se necesitaba urgentemente un ahorro, una masa monetaria circulando y una demanda rural que absorbiese los productos fabricados. Ya nos hemos referido a los ingresos obtenidos por los poderosos (clero y nobles) a cuenta de diezmos suntuarios o rentas agrarias, que eran acumulados o derrochados en objetos de lujo, la mayoría de las veces importados.
Sin embargo, se dará un ahorro proveniente de actividades mercantiles, con el que se podrá financiar alguna rama de la producción. Pero, aun en estos casos, no cuentan con la demanda necesaria. Un caso individual sería el marqués de Sargadelos, quien construyó unas fábricas a base de los beneficios que le produjo el comercio de granos y licores. Un caso colectivo sería el catalán, que capitalizando los beneficios producidos por el aguardiente y los vinos pudieron crear, incrementar y transformar algunas actividades textiles.
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La revolución industrial presupone los siguientes siete cambios:
1. Aplicación amplia y sistemática de la ciencia moderna y del conocimiento empírico al proceso de producción para el mercado.
2. Especialización de la actividad económica en la producción para los mercados nacionales e internacionales más que para el uso familiar o local.
3. Movimiento de la población de las comunidades rurales hacia las urbanas.
4. Ampliacióny despersonalización de una unidad típica de producción: pasa a fundarse más en la empresa privada o púbica y menos en la familia o tribu.
5. Movimiento de la mano de obra de las actividades relacionadas con la producción de bienes primarios a la producción de bienes manufacturados y servicios.
6. Uso intensivo y extensivo de los recursos del capital como sustitutivo y complemento del esfuerzo humano.
7. Aparición de nuevas clases sociales y profesionales determinadas por la propiedad de (o por relación con) medios de producción que no sean la tierra, es decir, el capital.
Si estos cambios, relacionados entre sí, se producen conjuntamente y alcanzan un grado suficiente, constituyen una revolución industrial. Siempre se ha asociado con un incremento de la población y con un aumento del volumen anual de bienes y servicios producidos.
Estas transformaciones determinarían el triunfo del maquinismo en Inglaterra y su sucesiva implantación en tal continente. Tras la Guerra de Sucesión, España se halla abatida. El atraso se percibe en todos los lugares. La población estaba en mengua. La industria ni siquiera era capaz de abastecer de tejidos de lujo a las personas ricas. Registraremos tímidos intentos del Estado y de los particulares para asimilar y disminuir la sima que se abre a un lado y otro de los Pirineos. En la segunda mitad del siglo XVIII el gobierno pondrá todo su poder en desarrollar una industria nacional que redujera las importaciones y aumentase las exportaciones para que la balanza comercial cambiase de signo.
El desarrollo industrial español, para comenzar, se encuentra con estos obstáculos: carencia de tecnología, de trabajadores especializados, de capital y de comunicaciones.
El esfuerzo de la Corona se centrará en solucionar todos estos problemas. Puso especial énfasis en la industria textil, que arrojó unos resultados hasta cierto punto irónicos. El gobierno puso su entusiasmo en revitalizar industrialmente el interior de España. Sin embargo, mientras la industrialización interior languidecía, Cataluña y Valencia, zonas menos favorecidas, alcanzaban mayor éxito.
Se necesitaba urgentemente un ahorro, una masa monetaria circulando y una demanda rural que absorbiese los productos fabricados. Ya nos hemos referido a los ingresos obtenidos por los poderosos (clero y nobles) a cuenta de diezmos suntuarios o rentas agrarias, que eran acumulados o derrochados en objetos de lujo, la mayoría de las veces importados.
Sin embargo, se dará un ahorro proveniente de actividades mercantiles, con el que se podrá financiar alguna rama de la producción. Pero, aun en estos casos, no cuentan con la demanda necesaria. Un caso individual sería el marqués de Sargadelos, quien construyó unas fábricas a base de los beneficios que le produjo el comercio de granos y licores. Un caso colectivo sería el catalán, que capitalizando los beneficios producidos por el aguardiente y los vinos pudieron crear, incrementar y transformar algunas actividades textiles.
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