El 15 de mayo de 1702 Austria y las potencias marítimas declaraban la guerra a Francia. La Cámara de los Comunes ya había votado la puesta en pie de 50.000 soldados y 35.000 marineros, más las subvenciones necesarias.
En la línea con lo dicho, hay que examinar la rivalidad que alentaban los medios comerciales ingleses contra Francia. Cuando Felipe V toma posesión del Imperio español, el privilegio de la importación de los esclavos negros en América se concedió a la compañía francesa de Guinea. Esto era importante, porque Francia se inmiscuía en las Indias españolas, ya que el asiento de negros encubría un tráfico de mercancías prohibido. Por otra parte, Francia acapararía parte del oro y la plata que llegaban de América, vía Sevilla y Cádiz. Londres y Ámsterdam no podían permanecer pasivas ante un pacto colonial que beneficiaba sólo a España y Francia. Fruto de esta tensión es el "affaire" de "los galeones de Vigo", cargados de oro y plata americana y escoltados por la armada francesa. Se vieron obligados a hundirlos en las cercanías de la ciudad gallega, al ser acosados por la escuadra anglo-holandesa. Fue un duro golpe al tesoro español.
Los ingleses preparan otro golpe maestro. Inglaterra se arrogará el monopolio de exportación de los vinos portugueses y colocará en todo Portugal sus productos manufacturados. Acompañando a esto, los puertos portugueses quedaban abiertos a la marina anglo-holandesa. Además, el gobierno de Lisboa apoyaría la causa del archiduque Carlos con 27.000 hombres. Estos tratados de Metuen (este era el nombre del embajador inglés) convertirán a Portugal en un satélite de Inglaterra para el resto de la Edad Moderna y Contemporánea.
El oro de Brasil llegaba casi íntegro a Londres, vía Lisboa. Es lógico, porque Portugal está más cerca del mar que de España, y tenía que girar en torno a la nación que dominaba el mar. La marina, avanzada de la diplomacia inglesa, dio otra respuesta resonante y de gran prestigio.
Inglaterra carecía de bases marítimas en el Mediterráneo. Gibraltar era una presa codiciada. Los objetivos de la flota eran Cádiz, donde fracasaron, y Barcelona, que fue defendida por el virrey Francisco de Velasco.
El almirante Rooke, para paliar estos resultados, intenta un golpe contra Gibraltar. En aquellos momentos a esta plaza no le daban excesiva importancia los españoles. La operación sería fácil, ya que la guarnición contaba sólo con 56 soldados y un centenar de milicianos. El 1 de agosto de 1704 el almirante Rooke toma posiciones en la bahía de Gibraltar. Por la tarde, 1.800 marinos, al mando del príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, alemán al servicio de Inglaterra y alma del proyecto, desembarcan, ocupan el istmo y cortan las comunicaciones con tierra firme.
El día 3 la flota inglesa bombardea a los defensores. Por la tarde, el gobernador de la plaza, Diego de Salinas, capitula, y el día 6 de agosto Damstadt ocupa la ciudad en nombre del archiduque Carlos, aunque la posesión efectiva queda para Inglaterra, de donde los ingleses ya no saldrían jamás.
Lo cuenta así el marqués de S. Felipe:
"Cuando Gibraltar se rindió, el príncipe de Darmstadt fijó en la muralla el estandarte imperial y proclamó rey de España al archiduque Carlos, pero resistiéronlo los ingleses, plantaron el suyo y aclamaron a la reina Ana, en cuyo nombre se confirmó la posesión y se quedó presidio inglés. Ésta ue la primera piedra que cayó de la española monarquía; chica, pero no de poca consecuencia".
Los franceses se dan claramente cuenta de la pérdida sufrida y, en consecuencia, envían su escuadra contra los ingleses. Las flotas contrarias se encuentran en Vélez-Málaga, donde se dio la principal batalla naval de la Guerra de Sucesión. Terminó en tablas, pero en adelante la flota francesa ya no disputará el Mediterráneo a los ingleses, que conquistarán también Menorca y apoyarán con su flota los desembarcos y las misiones de tierra, sin ser molestados. La flota española contaba en esos momentos con once unidades, de las cuales sólo cinco eran de alto bordo. Siete meses después un ejército cerca Gibraltar, pero, tras un sitio de tres meses, fracasa.
Los aliados, Austria, Inglaterra, Holanda, Prusia, Saboya y la mayoría de los estados alemanes reconocieron entonces al archiduque con el título de Carlos III de España (12 de septiembre de 1703).
Francia se encontraba mejor apoyada que en la Liga de Augsburgo, pues contaba con el apoyo del elector de Baviera y el de Colonia (a la vez príncipe-obispo de Lieja), y con España, que, contrariamente a lo dicho por algunos historiadores, y repetido por otros, jugó un papel crucial; en algunos momentos, más importante que el del propio Luis XIV, y siempre decisivo.
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En la línea con lo dicho, hay que examinar la rivalidad que alentaban los medios comerciales ingleses contra Francia. Cuando Felipe V toma posesión del Imperio español, el privilegio de la importación de los esclavos negros en América se concedió a la compañía francesa de Guinea. Esto era importante, porque Francia se inmiscuía en las Indias españolas, ya que el asiento de negros encubría un tráfico de mercancías prohibido. Por otra parte, Francia acapararía parte del oro y la plata que llegaban de América, vía Sevilla y Cádiz. Londres y Ámsterdam no podían permanecer pasivas ante un pacto colonial que beneficiaba sólo a España y Francia. Fruto de esta tensión es el "affaire" de "los galeones de Vigo", cargados de oro y plata americana y escoltados por la armada francesa. Se vieron obligados a hundirlos en las cercanías de la ciudad gallega, al ser acosados por la escuadra anglo-holandesa. Fue un duro golpe al tesoro español.
Los ingleses preparan otro golpe maestro. Inglaterra se arrogará el monopolio de exportación de los vinos portugueses y colocará en todo Portugal sus productos manufacturados. Acompañando a esto, los puertos portugueses quedaban abiertos a la marina anglo-holandesa. Además, el gobierno de Lisboa apoyaría la causa del archiduque Carlos con 27.000 hombres. Estos tratados de Metuen (este era el nombre del embajador inglés) convertirán a Portugal en un satélite de Inglaterra para el resto de la Edad Moderna y Contemporánea.
El oro de Brasil llegaba casi íntegro a Londres, vía Lisboa. Es lógico, porque Portugal está más cerca del mar que de España, y tenía que girar en torno a la nación que dominaba el mar. La marina, avanzada de la diplomacia inglesa, dio otra respuesta resonante y de gran prestigio.
Inglaterra carecía de bases marítimas en el Mediterráneo. Gibraltar era una presa codiciada. Los objetivos de la flota eran Cádiz, donde fracasaron, y Barcelona, que fue defendida por el virrey Francisco de Velasco.
El almirante Rooke, para paliar estos resultados, intenta un golpe contra Gibraltar. En aquellos momentos a esta plaza no le daban excesiva importancia los españoles. La operación sería fácil, ya que la guarnición contaba sólo con 56 soldados y un centenar de milicianos. El 1 de agosto de 1704 el almirante Rooke toma posiciones en la bahía de Gibraltar. Por la tarde, 1.800 marinos, al mando del príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, alemán al servicio de Inglaterra y alma del proyecto, desembarcan, ocupan el istmo y cortan las comunicaciones con tierra firme.
El día 3 la flota inglesa bombardea a los defensores. Por la tarde, el gobernador de la plaza, Diego de Salinas, capitula, y el día 6 de agosto Damstadt ocupa la ciudad en nombre del archiduque Carlos, aunque la posesión efectiva queda para Inglaterra, de donde los ingleses ya no saldrían jamás.
Lo cuenta así el marqués de S. Felipe:
"Cuando Gibraltar se rindió, el príncipe de Darmstadt fijó en la muralla el estandarte imperial y proclamó rey de España al archiduque Carlos, pero resistiéronlo los ingleses, plantaron el suyo y aclamaron a la reina Ana, en cuyo nombre se confirmó la posesión y se quedó presidio inglés. Ésta ue la primera piedra que cayó de la española monarquía; chica, pero no de poca consecuencia".
Los franceses se dan claramente cuenta de la pérdida sufrida y, en consecuencia, envían su escuadra contra los ingleses. Las flotas contrarias se encuentran en Vélez-Málaga, donde se dio la principal batalla naval de la Guerra de Sucesión. Terminó en tablas, pero en adelante la flota francesa ya no disputará el Mediterráneo a los ingleses, que conquistarán también Menorca y apoyarán con su flota los desembarcos y las misiones de tierra, sin ser molestados. La flota española contaba en esos momentos con once unidades, de las cuales sólo cinco eran de alto bordo. Siete meses después un ejército cerca Gibraltar, pero, tras un sitio de tres meses, fracasa.
Los aliados, Austria, Inglaterra, Holanda, Prusia, Saboya y la mayoría de los estados alemanes reconocieron entonces al archiduque con el título de Carlos III de España (12 de septiembre de 1703).
Francia se encontraba mejor apoyada que en la Liga de Augsburgo, pues contaba con el apoyo del elector de Baviera y el de Colonia (a la vez príncipe-obispo de Lieja), y con España, que, contrariamente a lo dicho por algunos historiadores, y repetido por otros, jugó un papel crucial; en algunos momentos, más importante que el del propio Luis XIV, y siempre decisivo.
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