La corriente conceptista tiene su máximo representante en Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), uno de los gigantes de nuestra literatura, cultivador de todos los géneros literarios. Quevedo es el representante más característico de la mentalidad de la España barroca, de aquella sociedad que, bajo brillantes apariencias formales, vivía la profunda desilusión de quien descubre repentinamente que todas sus hazañas, sus luchas, sus guerras y sus titánicos esfuerzos no han tenido más adversario que inofensivos molinos de viento. Quevedo afronta la crisis de la conciencia nacional con una ezcla de senequismo estoico y cristiano, condimentada de amargura y pesimismo, al mismo tiempo que cultiva la sátira, el panfletismo político, los temas eróticos y los burlescos con un tono que ha contribuído a que la figura de Quevedo pase a la historia popular como la de un ingenioso bufón que se burla alegremente de una sociedad a cuya diversión él mismo contribuye.
Entre los nombres de los muchos que dieron esplendor a nuestra literatura citremos también a los siguientes: Francisco de Rioja, Rodrigo Caro, Juan de Arguijo, los hermanos Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, Esteban Manuel de Villegas, Juan Rufo, Pedro de Oña, Juan de Castellanos, Bernardo de Balbuena, Cristóbal de Virués, fray Diego de Ojeda, Luis Barahona de Soto y José de Villaviciosa.
El mecenazgo real, nobiliario y eclesiástico, en conjunción con la expansividad católica de la Contrarreforma, contribuye a que durante este siglo las artes plásticas alcanzasen en España un grado de esplendor del que no faltan precedentes en el siglo XVI.
Francisco de Ribalta y José de Ribera, "el Españoleto", destacan como pintores dentro de una línea que se ha denominado naturalista. En Sevilla, en torno al taller del pintor Francisco Pacheco, se forman Alonso Cano y Velázquez, que, junto a Roelas, Zurbarán, Valdés Leal y Bartolomé Esteban Murillo, llevan a su apogeo a la escuela sevillana. De entre todos ellos destacaría como uno de los más importantes de la pintura universal Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660), nombrado por Felipe IV su pintos exclusivo. De él arranca la escuela madrileña de pintura, en la que se suelen colocar los nombres de Juan Bautista Martínez del Mazo, Juan de Pareja y Francisco de Palacios. Otros talleres madrileños fueron los de Pedro de las Cuevas, Francisco Rizi, Juan Carreño de Miranda y Claudio Coello.
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Entre los nombres de los muchos que dieron esplendor a nuestra literatura citremos también a los siguientes: Francisco de Rioja, Rodrigo Caro, Juan de Arguijo, los hermanos Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, Esteban Manuel de Villegas, Juan Rufo, Pedro de Oña, Juan de Castellanos, Bernardo de Balbuena, Cristóbal de Virués, fray Diego de Ojeda, Luis Barahona de Soto y José de Villaviciosa.
El mecenazgo real, nobiliario y eclesiástico, en conjunción con la expansividad católica de la Contrarreforma, contribuye a que durante este siglo las artes plásticas alcanzasen en España un grado de esplendor del que no faltan precedentes en el siglo XVI.
Francisco de Ribalta y José de Ribera, "el Españoleto", destacan como pintores dentro de una línea que se ha denominado naturalista. En Sevilla, en torno al taller del pintor Francisco Pacheco, se forman Alonso Cano y Velázquez, que, junto a Roelas, Zurbarán, Valdés Leal y Bartolomé Esteban Murillo, llevan a su apogeo a la escuela sevillana. De entre todos ellos destacaría como uno de los más importantes de la pintura universal Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660), nombrado por Felipe IV su pintos exclusivo. De él arranca la escuela madrileña de pintura, en la que se suelen colocar los nombres de Juan Bautista Martínez del Mazo, Juan de Pareja y Francisco de Palacios. Otros talleres madrileños fueron los de Pedro de las Cuevas, Francisco Rizi, Juan Carreño de Miranda y Claudio Coello.
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