Una de estas tareas, a juicio de los arbitristas, era la de hacer participar a los diferentes reinos de la Corona en las cargas que, de momento, sólo gravitaban sobre la esquilmada Castilla. Lerma consiguió que las Cortes de Cataluña concediesen al rey un subsidio de 1.100.000 ducados en 1599 y que las de Valencia votasen otro de 400.000; pero de las cantidades aprobadas, la mayor parte se repartió entre los mismos diputados que las habían votado, como compensación al hecho mismo de haberlas concedido. Así pues, el que más salió ganando con aquellos subsidios fue el duque de Lerma, que acrecentó su prestigio ante Felipe III, fascinado al ver cómo había conseguido tan elevados subsidios en unos reinos tradicionalmente caracterizados por su cicatería para con la Corona. Sus artimañas, sin embargo, no tuvieron resultado en Vizcaya, donde fracasó en 1601 en su intento de extender a aquellas provincias el impuesto de los "millones". De este modo, la intentada reforma tributaria terminó en un fracaso, y una vez más no quedó más remedio que extraer a Castilla lo que los demás reinos habían negado.
Naturalmente, la aristocracia no estaba dispuesta a consentir una reforma fiscal que tocase sus bolsillos y dejase en paz los de los sufridos pecheros. Lerma, desde luego, no manifestó el menor deseo de hacerlo; él habría sido uno de los más perjudicados. Por eso, dejando a un lado todos los proyectos sensatos que se le ofrecían, optó por tomar medidas del tenor de las siguientes: puso en venta los cargos públicos en medida mucho mayor a la practicada durante el reinado anterior. Muchas de las tierras de jurisdicción real pasaron a la jurisdicción señorial, por compraventa. Los vasallos de la Corona protestaron; mas de nada les valió. Fueron vendidos, juntamente con las tierras, a los nobles. En 1613, el duque de Lerma, que acababa de adquirir la villa de Arganda, se presentó en ella, acompañado del arzobispode Toledo, para tomar posesión de su nuevo señorío, a pesar del desagrado que manifestaron abiertamente los vecinos ante aquel atropello.
Ninguna otra de sus descabelladas reformas tuvo tan perniciosas consecuencias para la economía castellana como las manipulaciones que el duque llevó a cabo en el sistema monetario castellano. Como recordará el lector, el sistema vigente en Castilla en el siglo XVI arranzaba de las reformas monetarias introducidas por los Reyes Católicos en 1497, cuando, mediante las llamadas Ordenanzas de Medina del Campo, introdujeron la moneda de oro conocida como "excelente de Granada" (es decir, el ducado). Este sistema, con ligeras modificaciones, estuvo vigente en España hasta el año 1598. La primera de estas modificaciones la introdujo Carlos V cuando rebajó la ley del excelente de Granada(1537) para impedir la salida de oro español al extranjero. La segunda fue obra de Felipe II, en 1566. Por estas fechas, la afluencia de plata americana era tan grande, que el precio de este metal descendió. Para ajustar la relación existente entre la moneda de oro (el ducado, llamado escudo desde la devaluación de 1537) y la plata, el oro se revaluó, de modo que el escudo pasó, de valer 350 maravedís, a valer 400.
A finales del siglo XVI, la plata americana comienza a llegar con menos profusión. La era argentífera comenzaba a dar señales de debilitamiento. Hacia 1621 puede darse por terminada. En tales circunstancias, los estados de Europa se encuentran ante la necesidad de hacer frente a la escasez de metal amonedable, y no les queda otro recurso que valerse del cobre para sus monedas. Empieza así un nuevo periodo en la historia monetaria, caracterizado precisamente por el auge del cobre, dando origen a una época que fue bautizada por Spooner con el nombre de "la revolución del cobre". Este metal mantendría su vigencia hasta 1680, fecha en que comienza a llegar masivamente el oro del Brasil, que permite la introducción en Europa de sistemas monetarios bimetálicos, es decir, basados en el oro y la plata como metales integrantes de sus monedas.
Europa pudo superar la crisis de falta de plata mediante acuñaciones masivas de monedas de cobre puro; mas al mismo tiempo, los estados que no supieron manejar con prudencia este nuevo instrumento, se vieron envueltos en un proceso inflacionista sin precedentes. Precisamente con Felipe III se abre en España este desastroso proceso. Su padre, por más que sus problemas financieros habían sido realmente asfixiantes, nunca se había atrevido a devaluar la moneda. Había pasado tres veces por el amargo trance de suspender pagos, pero nunca accedió a que la ley de la moneda se rebajase. La abundancia de plata americana le había permitido, oportunamente, hacer frente a sus compromisos financieros. Cuando ésta comenzó a escasear, Felipe III no tuvo más remedio que acudir a las acuñaciones en cobre, a las llamadas "monedas de vellón".
En 1599 tuvo lugar la primera de estas acuñaciones. Cada marco de cobre puro, en lingote, costaba en el mercado 34 maravedís. Para acuñarlo se gastaban en la ceca, por marco, 34 maravedís. En total, el Estado gastaba 64 maravedís en comprar y acuñar cada marco de cobre. Ahora bien, con un marco podían sacarse 140 monedas de un maravedí de valor, con lo que el Estado obtenía, en cada nuevo marco acuñado, un beneficio de 72 maravedís limpios. Evidentemente, semejante medida perjudicaba a cuantos debían cobrar del Estado cualquier cantida y, en general, a todos los acreedores. Las Cortes manifestaron airadamente su protesta; pero a los tres años ya se vuelven a acuñar monedas de vellón, y esta vez de menos valor aún. Por cada marco de cobre se sacaron monedas por valor de 280 maravedís. El precio del cobre, por entonces, había aumentado ligeramente. Cada marco costaba al Estado 45 maravedís. Los gastos de la ceca seguían siendo los mismos. Así pues, teniendo en cuenta que los gastos totales ascendían a 79 maravedís por marco y que con cada marco se hacían 280 monedas de maravedí, los beneficios del Estado ascendían a 201 maravedís por marco, es decir, al 254,43%.
Naturalmente, la aristocracia no estaba dispuesta a consentir una reforma fiscal que tocase sus bolsillos y dejase en paz los de los sufridos pecheros. Lerma, desde luego, no manifestó el menor deseo de hacerlo; él habría sido uno de los más perjudicados. Por eso, dejando a un lado todos los proyectos sensatos que se le ofrecían, optó por tomar medidas del tenor de las siguientes: puso en venta los cargos públicos en medida mucho mayor a la practicada durante el reinado anterior. Muchas de las tierras de jurisdicción real pasaron a la jurisdicción señorial, por compraventa. Los vasallos de la Corona protestaron; mas de nada les valió. Fueron vendidos, juntamente con las tierras, a los nobles. En 1613, el duque de Lerma, que acababa de adquirir la villa de Arganda, se presentó en ella, acompañado del arzobispode Toledo, para tomar posesión de su nuevo señorío, a pesar del desagrado que manifestaron abiertamente los vecinos ante aquel atropello.
Ninguna otra de sus descabelladas reformas tuvo tan perniciosas consecuencias para la economía castellana como las manipulaciones que el duque llevó a cabo en el sistema monetario castellano. Como recordará el lector, el sistema vigente en Castilla en el siglo XVI arranzaba de las reformas monetarias introducidas por los Reyes Católicos en 1497, cuando, mediante las llamadas Ordenanzas de Medina del Campo, introdujeron la moneda de oro conocida como "excelente de Granada" (es decir, el ducado). Este sistema, con ligeras modificaciones, estuvo vigente en España hasta el año 1598. La primera de estas modificaciones la introdujo Carlos V cuando rebajó la ley del excelente de Granada(1537) para impedir la salida de oro español al extranjero. La segunda fue obra de Felipe II, en 1566. Por estas fechas, la afluencia de plata americana era tan grande, que el precio de este metal descendió. Para ajustar la relación existente entre la moneda de oro (el ducado, llamado escudo desde la devaluación de 1537) y la plata, el oro se revaluó, de modo que el escudo pasó, de valer 350 maravedís, a valer 400.
A finales del siglo XVI, la plata americana comienza a llegar con menos profusión. La era argentífera comenzaba a dar señales de debilitamiento. Hacia 1621 puede darse por terminada. En tales circunstancias, los estados de Europa se encuentran ante la necesidad de hacer frente a la escasez de metal amonedable, y no les queda otro recurso que valerse del cobre para sus monedas. Empieza así un nuevo periodo en la historia monetaria, caracterizado precisamente por el auge del cobre, dando origen a una época que fue bautizada por Spooner con el nombre de "la revolución del cobre". Este metal mantendría su vigencia hasta 1680, fecha en que comienza a llegar masivamente el oro del Brasil, que permite la introducción en Europa de sistemas monetarios bimetálicos, es decir, basados en el oro y la plata como metales integrantes de sus monedas.
Europa pudo superar la crisis de falta de plata mediante acuñaciones masivas de monedas de cobre puro; mas al mismo tiempo, los estados que no supieron manejar con prudencia este nuevo instrumento, se vieron envueltos en un proceso inflacionista sin precedentes. Precisamente con Felipe III se abre en España este desastroso proceso. Su padre, por más que sus problemas financieros habían sido realmente asfixiantes, nunca se había atrevido a devaluar la moneda. Había pasado tres veces por el amargo trance de suspender pagos, pero nunca accedió a que la ley de la moneda se rebajase. La abundancia de plata americana le había permitido, oportunamente, hacer frente a sus compromisos financieros. Cuando ésta comenzó a escasear, Felipe III no tuvo más remedio que acudir a las acuñaciones en cobre, a las llamadas "monedas de vellón".
En 1599 tuvo lugar la primera de estas acuñaciones. Cada marco de cobre puro, en lingote, costaba en el mercado 34 maravedís. Para acuñarlo se gastaban en la ceca, por marco, 34 maravedís. En total, el Estado gastaba 64 maravedís en comprar y acuñar cada marco de cobre. Ahora bien, con un marco podían sacarse 140 monedas de un maravedí de valor, con lo que el Estado obtenía, en cada nuevo marco acuñado, un beneficio de 72 maravedís limpios. Evidentemente, semejante medida perjudicaba a cuantos debían cobrar del Estado cualquier cantida y, en general, a todos los acreedores. Las Cortes manifestaron airadamente su protesta; pero a los tres años ya se vuelven a acuñar monedas de vellón, y esta vez de menos valor aún. Por cada marco de cobre se sacaron monedas por valor de 280 maravedís. El precio del cobre, por entonces, había aumentado ligeramente. Cada marco costaba al Estado 45 maravedís. Los gastos de la ceca seguían siendo los mismos. Así pues, teniendo en cuenta que los gastos totales ascendían a 79 maravedís por marco y que con cada marco se hacían 280 monedas de maravedí, los beneficios del Estado ascendían a 201 maravedís por marco, es decir, al 254,43%.
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