16 nov 2015

MADRID, CAPITAL DEL IMPERIO DE FELIPE II

Felipe II pone en España la capital de todos sus reinos. Hasta entonces, la corte había pasado de ciudad en ciudad, acercándose a los problemas de los súbditos allá donde surgían. En adelante, Felipe decidió que su gran monarquía

"tuviese ciudad que pudiera hacer eloficio del corazón, que su principado y asiento está en el medio del cuerpo para ministrar igualmente su virtud en la paz y en la guerra a todos los Estados".

A partir de 1561, Madrid pasa a ser la capital de los Estados de Felipe II, y desde entonces, excepto en breves intervalos, la capital de España. La situación geográfia de Madrid, enclavada prácticamente en el centro peninsular y casi a la misma distancia de todas las regiones periféricas, hacía de esta ciudad el emplazamiento ideal para la administración central de los estados de la Península. Pero desde el punto de vista económico y, sobre todo, dentro del cuadro de las posesiones de España en el mundo, Madrid sólo era una capital artificial. Este hecho se evidenció después de la anexión de Portugal a la Corona de España, cuando se ofreció a Felipe II la ciudad de Lisboa como nueva capital de sus dominios. En su lucha por el dominio del Atlántico, el que no fuese Lisboa la capital del Imperio de Felipe fue uno de tantos factores entre los que contribuyeron al desastre final.
En Madrid poseía la Corona un alcázar, situado en el mismo lugar donde hoy se levanta el Palacio Real que luego construyeron los Borbones. La ciudad, por otra parte, estaba emplazada en un lugar agradable y sano, con tierras aptas para el crecimiento de una gran ciudad, con campos fértiles y aguas abundantes. Allí residiría la corte. Felipe, sin embargo, deseaba para sí mismo una residencia diferente, y para erigirla eligió El Escorial. En el mismo año en que Madrid fue elegida para capital de sus estados, designó también el lugar donde se alzaría el monumental monasterio de San Lorenzo, en el cual el rey construyó a la vez un templo, un palacio, un mausoleo, un museo y una biblioteca donde se reunirían los más ricos tesoros del arte y la ciencia acumulados hasta entonces. Un enorme edificio que se comenzó en 1563, y cuya construcción no culminó hasta 1584. Surgido como un monumento conmemorativo de la batalla de San Quintín, el monasterio se dedicó a San Lorenzo, pues en su día se había obtenido aquella victoria (10 de agosto). El Escorial, sin embargo, llegaría a convertirse en el símbolo cabal de la monarquía filipina, a la que con razón podríamos denominar también "la monarquía de El Escorial". No hay que imaginar, no obstante, a Felipe pernnemente recluido en aquel palacio. Habitualmente sólo residía allá durante el verano, si bien se retiraba a él con frecuencia buscando las mejores condiciones de trabajo, la distancia mínima, pero indispensable, de aquel hormiguero de funcionarios y cortesanos en que poco a poco se fue convirtiendo Madrid, y el ambiente espiritual del monasterio.
La religión ocupaba, en efecto, en el corazón de Felipe un lugar importantísimo. Todos los aspectos de su vida y de su actividad estuvieron fuertemente impregnados por sus convicciones religiosas, su sólida fe y su intensa piedad. Siempre que se vio en trance de tomar decisiones delicadas, su escrupulosa conciencia le llevó consultar a sus confesores y teólogos y a atender sus dictámenes, por encima, incluso, de lo que sus ministros le aconsejaban.

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