Dentro de este ambiente general de esfuerzos por llegar a la unión con Dios aparece una nueva vía, la de los "recogidos" o "vía del recogimiento". Su origen hay que buscarlo en el último cuarto del siglo XV. Nace en los círculos de franciscanos ultraobservantes, quienes, desde los tiempos de Villacreces, venían cultivando la oración mental metódica. Hasta los años veinte del siglo XVI, sin embargo, no comienzan a aparecer libros dedicados directamente a sistematizar estos métodos, pero es indudable su floración y difusión en los años que preceden a la feha indicada. Es interesante detenerse, aunque brevemente, a conocer algunas de las ideas que propugnaban los seguidores de esta vía de recogimiento, por cuanto que este movimiento anticipó en España muchas de las ideas que posteriormente se difundirían bajo el nombre o el patrocinio de otros movimientos espirituales, como el erasmismo, el protestantismo y el alumbradismo.
Entre los autores que expusieron estas doctrinas (Bernabé de Palma, Bernardino de Laredo...), vamos a fijarnos en el más importante de ellos, el franciscano Francisco de Osuna, autor de varios "Abecedarios", en los que su doctrina viene expuesta en un elegante y sabroso castellano.
Para los recogidos constituye un axioma fundamental el hecho de que todos los hombres tienen acceso a la comunicación con Dios y que todos están llamados por Él a la perfección, es decir, a ser sus amigos íntimos. Esta afirmación sería la misma que llevaría a considerar las doctrinas de Erasmo como novedosas y originales. Sin embargo, en España ya se conocía antes de que las primeras obras de Erasmo fueran traducidas al castellano y difundidas entre los lectores devotos. Para los recogidos, la forma de llegar a esa intimidad con Dios es la oración. Mas al exponer cómo debe ser esa oración, no cuentan únicamente con las enseñanas de los autores antiguos y con la doctrina bíblica y eclesiástica. Para ellos es capital la experiencia. Casi todos ellos insisten en este punto con machaconería. Desde el primer momento anuncian su propósito de no aconsejar ningún método de oración que los que ya han experimentado por sí mismos. No hablan de oídas; no hacen elucubraciones; tratan de comunicar sus más íntimas experiencias.
En primer lugar, dicen los recogidos, el hombre debe conocer lo que él es en realidad. A esta operación le dan el nombre de "aniquilación", entendiéndola, claro está, no como un ejercicio de autodesprecio más o menos ribeteado de masoquismo. Se trata de una apertura a la propia verdad, de un abrir los ojos a lo que realmente es cada uno. Una vez que el hombre ha llegado a captarse en su desnudez, conviene considerar cuánto ha hecho Dios por el hombre. El recogido, en consecuencia, se abre ahora a la contemplación de los "beneficios de Dios". La naturalezza, la historia, la vida, la obra de la redención son otros tantos cuadros donde pueden ir rastreando los beneficios divinos. Pero llega un momento en que el hombre se da cuenta de que ese Dios al que se abre cada vez más, es infinito e inagotable. Ante el misterio de un Dios que, siendo tan grande, invita al hombre a ser su amigo, el recogido no quiere distraerse haciendo disquisiciones intelectuales que no servirían más que para apartarle de su amigo. Es mejor abrirle el corazón, dejar a un lado, incluso, las oraciones vocales y la misma meditación intelectual para unirse con él en un acto de voluntad. Ésta es la "contemplación", el momento en que el hombre se recoge, se une íntimamente con Dios. En esta situación, Dios concedía, según podían testimoniar ellos por propia experiencia, un conocimiento de sí mismo mucho más perfecto que el que habrían sido capaces de alcanzar discurriendo y meditando. Dios les daba también una alegría que inundaba sus corazones y les impulsaba a desear la unión definitiva en el cielo. Mas no por ello descuidaban sus obligaciones como hombres ni como religiosos. Su laboriosidad era ejemplar; su obediencia, sincera y perfecta; su caridad, inmensa; su sentido de la justicia, estricto y a la vez lleno de humanidad.
Mas no todo el mundo les entendía debidamente. Movidos por su convicción de que todos los hombres podía cultivar la intimidad con Dios, los recogidos congregaban en torno a sí a cuantos querían escucharles, pequeños grupos que se reunían en casas particulares. A veces también los nobles acudían a ellos, deseosos de iniciarse en los misterios de aquella experiencia. A su vez, los iniciados también trataban de comunicar lo aprendido a otros catecúmenos. Mas al extenderse el ámbito de aquel movimiento, también se desvirtuó. Algunos malentendieron o exageraron algunas de las ideas que los recogidos predicaban. Entre ellos pronto destacó un grupo, principalmente en tierra de la actual provincia de Guadalajara, sobre los que la Inquisición no tardó en poner su sensible nariz. Los verdadersos recogidos trataron primero de aclarar los malentendidos que aquéllos albergaban en sus mentes. Cuando vieron que no era posible llegar a un acuerdo, trataron, al menos, de distinguir cuidadosamente las respectivas posiciones. Por este motivo, es entonces (hacia 1520) cuando se publican los primeros tratados en que se sistematiza el recogimiento, entre ellos los de Osuna. Pero el nuevo grupo ya había discurrido hacia su ruina por otro camino.
Entre los autores que expusieron estas doctrinas (Bernabé de Palma, Bernardino de Laredo...), vamos a fijarnos en el más importante de ellos, el franciscano Francisco de Osuna, autor de varios "Abecedarios", en los que su doctrina viene expuesta en un elegante y sabroso castellano.
Para los recogidos constituye un axioma fundamental el hecho de que todos los hombres tienen acceso a la comunicación con Dios y que todos están llamados por Él a la perfección, es decir, a ser sus amigos íntimos. Esta afirmación sería la misma que llevaría a considerar las doctrinas de Erasmo como novedosas y originales. Sin embargo, en España ya se conocía antes de que las primeras obras de Erasmo fueran traducidas al castellano y difundidas entre los lectores devotos. Para los recogidos, la forma de llegar a esa intimidad con Dios es la oración. Mas al exponer cómo debe ser esa oración, no cuentan únicamente con las enseñanas de los autores antiguos y con la doctrina bíblica y eclesiástica. Para ellos es capital la experiencia. Casi todos ellos insisten en este punto con machaconería. Desde el primer momento anuncian su propósito de no aconsejar ningún método de oración que los que ya han experimentado por sí mismos. No hablan de oídas; no hacen elucubraciones; tratan de comunicar sus más íntimas experiencias.
En primer lugar, dicen los recogidos, el hombre debe conocer lo que él es en realidad. A esta operación le dan el nombre de "aniquilación", entendiéndola, claro está, no como un ejercicio de autodesprecio más o menos ribeteado de masoquismo. Se trata de una apertura a la propia verdad, de un abrir los ojos a lo que realmente es cada uno. Una vez que el hombre ha llegado a captarse en su desnudez, conviene considerar cuánto ha hecho Dios por el hombre. El recogido, en consecuencia, se abre ahora a la contemplación de los "beneficios de Dios". La naturalezza, la historia, la vida, la obra de la redención son otros tantos cuadros donde pueden ir rastreando los beneficios divinos. Pero llega un momento en que el hombre se da cuenta de que ese Dios al que se abre cada vez más, es infinito e inagotable. Ante el misterio de un Dios que, siendo tan grande, invita al hombre a ser su amigo, el recogido no quiere distraerse haciendo disquisiciones intelectuales que no servirían más que para apartarle de su amigo. Es mejor abrirle el corazón, dejar a un lado, incluso, las oraciones vocales y la misma meditación intelectual para unirse con él en un acto de voluntad. Ésta es la "contemplación", el momento en que el hombre se recoge, se une íntimamente con Dios. En esta situación, Dios concedía, según podían testimoniar ellos por propia experiencia, un conocimiento de sí mismo mucho más perfecto que el que habrían sido capaces de alcanzar discurriendo y meditando. Dios les daba también una alegría que inundaba sus corazones y les impulsaba a desear la unión definitiva en el cielo. Mas no por ello descuidaban sus obligaciones como hombres ni como religiosos. Su laboriosidad era ejemplar; su obediencia, sincera y perfecta; su caridad, inmensa; su sentido de la justicia, estricto y a la vez lleno de humanidad.
Mas no todo el mundo les entendía debidamente. Movidos por su convicción de que todos los hombres podía cultivar la intimidad con Dios, los recogidos congregaban en torno a sí a cuantos querían escucharles, pequeños grupos que se reunían en casas particulares. A veces también los nobles acudían a ellos, deseosos de iniciarse en los misterios de aquella experiencia. A su vez, los iniciados también trataban de comunicar lo aprendido a otros catecúmenos. Mas al extenderse el ámbito de aquel movimiento, también se desvirtuó. Algunos malentendieron o exageraron algunas de las ideas que los recogidos predicaban. Entre ellos pronto destacó un grupo, principalmente en tierra de la actual provincia de Guadalajara, sobre los que la Inquisición no tardó en poner su sensible nariz. Los verdadersos recogidos trataron primero de aclarar los malentendidos que aquéllos albergaban en sus mentes. Cuando vieron que no era posible llegar a un acuerdo, trataron, al menos, de distinguir cuidadosamente las respectivas posiciones. Por este motivo, es entonces (hacia 1520) cuando se publican los primeros tratados en que se sistematiza el recogimiento, entre ellos los de Osuna. Pero el nuevo grupo ya había discurrido hacia su ruina por otro camino.
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