Cuando Felipe II regresa a España en 1559, no sólo encuentra desasosegado e inquieto al país por causa de la asfixiante política fiscal a que se había recurrido para salir de la bancarrota del 57. También el protestantismo ha hecho su aparición en Castilla. Precisamente en 1558, la Inquisición descubrió focos heréticos en dos de las principales ciudades del reino, Valladolid y Sevilla. El enemigo de la cristiandad católica, el protestantismo, combatido hasta ahora en lejanos campos de batalla, aparece repentinamente de puertas adentro. España, cuyo espíritu de cruzada contra el Islam se estaba encauzando ahora hacia la lucha contra el protestantismo, se sintió sacudida al conocer la noticia. Mas lejos de constituir un nuevo y peligroso fenómeno, la pretendida herejía de las pequeñas comunidades de Valladolid y Sevilla era simplemente el final, bastante patético, de una historia de prácticas heterodoxas que había empezado muchos años atrás.
Las raíces de estos movimientos heterodoxos a los que aludimos no tenían nada que ver con el protestantismo, sino que eran anteriores a la revolución luterana y habían nacido del seno mismo del poderoso movimiento de reforma que se venía registrando en España desde muy antiguo. Ciertamente, antes de que comenzara la reforma protestante y, logicamente, mucho antes de que la Iglesia católica iniciase la gran reforma que siguió al Concilio de Trento, ya se trabajaba intensamente en España por volver al cristianismo más auténtico, más íntimo y mejor reflejado en la conducta de la jerarquía y de los fieles. Durante todo el siglo XIV, el deseo de llevar a cabo una auténtica reforma de la Iglesia había llegado a ser en España una verdadera obsesión, como ocurría en otras latitudes de la cristiandad. Las miradas de los reformadores se dirigían a todos los sectores de la Iglesia, pero hacían especial hincapié en la reforma de la cabeza, es decir, del papado, de la Curia Romana, de la alta jerarquía que eran los más llamados a dar ejemplo de reforma a la generalidad de los fieles. Los gigantescos obstáculos que oponía la institución jerárquica a la puesta en marcha de una reforma que, sin duda alguna, vendría a desterraar los múltiples abusos que se cometían, hicieron derivar las preocupaciones reformistas hacia otros objetivos más inmediatos: la reforma de los individuos, como medio para reformar la sociedad cristiana en su totalidad. De ahí nació, entre otras bienintencionadas iniciativas, un movimiento tendente a volver a las órdenes religiosas a la observancia de las normas que habían hecho florecer en tiempos pasados el fervor espiritual que ahora se echaba de menos. Así pues, dentro de casi todas las órdenes religiosas habían surgido ramas especiales de "observantes". A lo largo del siglo XV, sin embargo, bien por un aumento de fervor, bien porque estos observantes hubiesen decaído en sus propósitos, comienzan a aparecer dentro de las congregaciones de observancia otros grupos más radicales aún, los eremitas, hombres dispuestos a recluirse en una vida anacorética que les permitiese vivir sus ideales de cristianos y de religiosos con la mayor pureza. Al mismo tiempo, surgieron también algunas órdenes nuevas, imbuidas desde el principio del mismo espíritu eremítico.
En Castilla, los disturbios que agitaron el reino en tiempos de don Pedro el Cruel (1350-1359), movieron a los hermanos Pedro y Alonso Fernandez Pecha a retirarse a unas desiertas montañas de Toledo, donde, en unión con otros anacoretas, dieron vida a la orden de San Jerónimo. En el seno de la orden franciscana se registraron también movimientos similares. El más importante de ellos fue el promovido a principios del siglo XV por Pedro Villacreces, en torno al cual se reunieron numerosos jóvenes, deseosos de llevar a la práctica el más puro ideal del franciscanismo. Entre ellos destacarían Pedro de Santoyo, Pedro Regalado y Lope de Salazar y Salinas. Los villacrecianos dieron vida a unos cuantos conventos en los que floreció una rigurosa ascética, un inflamado espíritu de oración y un cierto antiintelectualismo, que no era más que una reacción lógica contra los disparates por donde se estaba despeñando la decadente teología escolástica. Para ellos era mucho más interesante acercarse a Dios a través de las enseñanzas de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia y de algunos autores consagrados. Como eran tan pobres que no podían hacerse con las obras completas de sus autores favoritos, preferían copiar en largos catálogos las frases y los fragmentos más interesantes para su utilidad. Con esto les bastaba para iniciar un acercamiento a Dios que, más que por vía intelectual, consideraban que debía hacerse a través del afecto y la amistad de sus corazones para con Dios. Para lograr este trato amistoso con Dios, es decir, para orar debidamente, inventaron un método de oración mental del que sólo conocemos su existencia, pero que debió ser muy parecido a los muchos métodos y caminos que, paralelamente, propugnaron otros muchos entusiastas de la unión con Dios por medio de la oración. Aunque el objetivo era el mismo para todos aquellos reformadores, los métodos que empleaban solían diferir de unos a otros. Hubo quienes, entusiasmados con el método, lo complicaron tanto que por poco no perdieron de vista el fin que intentaban alcanzar. Nadie exageró tanto en este sentido como un escritor espiritual perteneciente al círculo de la "Devoción Moderna", movimiento de reforma que florecía en los Países Bajos desde mediados del siglo XIV. Nos referimos a Juan Mombaer (1460-1501), autor de un plúmbeo libraco que tituó "Rosal de ejercicios espirituales y sacras meditaciones", en el que el metodismo llegba a colmos tales como describir los veintitrés grados que se han de superar para dominar la memoria antes de entrar en oración... Sin llegar a estos extremos, había otros muchos autores en los Países Bajos, como Gerardo Groote, Gerardo Zerbolt, Tomás de Kempis..., cuyas obras se difundieron entre los observantes españoles. El tráfico comercial existente entre Castilla y los Países Bajos contribuyó, sin duda, a la difusión de sus obras. En muchas congregaciones observantes de España se difundieron ampliamente los métodos propugnados por aquellos autores y los libros de otros muchos escritores ascéticos y místicos del norte de Europa.
Las raíces de estos movimientos heterodoxos a los que aludimos no tenían nada que ver con el protestantismo, sino que eran anteriores a la revolución luterana y habían nacido del seno mismo del poderoso movimiento de reforma que se venía registrando en España desde muy antiguo. Ciertamente, antes de que comenzara la reforma protestante y, logicamente, mucho antes de que la Iglesia católica iniciase la gran reforma que siguió al Concilio de Trento, ya se trabajaba intensamente en España por volver al cristianismo más auténtico, más íntimo y mejor reflejado en la conducta de la jerarquía y de los fieles. Durante todo el siglo XIV, el deseo de llevar a cabo una auténtica reforma de la Iglesia había llegado a ser en España una verdadera obsesión, como ocurría en otras latitudes de la cristiandad. Las miradas de los reformadores se dirigían a todos los sectores de la Iglesia, pero hacían especial hincapié en la reforma de la cabeza, es decir, del papado, de la Curia Romana, de la alta jerarquía que eran los más llamados a dar ejemplo de reforma a la generalidad de los fieles. Los gigantescos obstáculos que oponía la institución jerárquica a la puesta en marcha de una reforma que, sin duda alguna, vendría a desterraar los múltiples abusos que se cometían, hicieron derivar las preocupaciones reformistas hacia otros objetivos más inmediatos: la reforma de los individuos, como medio para reformar la sociedad cristiana en su totalidad. De ahí nació, entre otras bienintencionadas iniciativas, un movimiento tendente a volver a las órdenes religiosas a la observancia de las normas que habían hecho florecer en tiempos pasados el fervor espiritual que ahora se echaba de menos. Así pues, dentro de casi todas las órdenes religiosas habían surgido ramas especiales de "observantes". A lo largo del siglo XV, sin embargo, bien por un aumento de fervor, bien porque estos observantes hubiesen decaído en sus propósitos, comienzan a aparecer dentro de las congregaciones de observancia otros grupos más radicales aún, los eremitas, hombres dispuestos a recluirse en una vida anacorética que les permitiese vivir sus ideales de cristianos y de religiosos con la mayor pureza. Al mismo tiempo, surgieron también algunas órdenes nuevas, imbuidas desde el principio del mismo espíritu eremítico.
En Castilla, los disturbios que agitaron el reino en tiempos de don Pedro el Cruel (1350-1359), movieron a los hermanos Pedro y Alonso Fernandez Pecha a retirarse a unas desiertas montañas de Toledo, donde, en unión con otros anacoretas, dieron vida a la orden de San Jerónimo. En el seno de la orden franciscana se registraron también movimientos similares. El más importante de ellos fue el promovido a principios del siglo XV por Pedro Villacreces, en torno al cual se reunieron numerosos jóvenes, deseosos de llevar a la práctica el más puro ideal del franciscanismo. Entre ellos destacarían Pedro de Santoyo, Pedro Regalado y Lope de Salazar y Salinas. Los villacrecianos dieron vida a unos cuantos conventos en los que floreció una rigurosa ascética, un inflamado espíritu de oración y un cierto antiintelectualismo, que no era más que una reacción lógica contra los disparates por donde se estaba despeñando la decadente teología escolástica. Para ellos era mucho más interesante acercarse a Dios a través de las enseñanzas de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia y de algunos autores consagrados. Como eran tan pobres que no podían hacerse con las obras completas de sus autores favoritos, preferían copiar en largos catálogos las frases y los fragmentos más interesantes para su utilidad. Con esto les bastaba para iniciar un acercamiento a Dios que, más que por vía intelectual, consideraban que debía hacerse a través del afecto y la amistad de sus corazones para con Dios. Para lograr este trato amistoso con Dios, es decir, para orar debidamente, inventaron un método de oración mental del que sólo conocemos su existencia, pero que debió ser muy parecido a los muchos métodos y caminos que, paralelamente, propugnaron otros muchos entusiastas de la unión con Dios por medio de la oración. Aunque el objetivo era el mismo para todos aquellos reformadores, los métodos que empleaban solían diferir de unos a otros. Hubo quienes, entusiasmados con el método, lo complicaron tanto que por poco no perdieron de vista el fin que intentaban alcanzar. Nadie exageró tanto en este sentido como un escritor espiritual perteneciente al círculo de la "Devoción Moderna", movimiento de reforma que florecía en los Países Bajos desde mediados del siglo XIV. Nos referimos a Juan Mombaer (1460-1501), autor de un plúmbeo libraco que tituó "Rosal de ejercicios espirituales y sacras meditaciones", en el que el metodismo llegba a colmos tales como describir los veintitrés grados que se han de superar para dominar la memoria antes de entrar en oración... Sin llegar a estos extremos, había otros muchos autores en los Países Bajos, como Gerardo Groote, Gerardo Zerbolt, Tomás de Kempis..., cuyas obras se difundieron entre los observantes españoles. El tráfico comercial existente entre Castilla y los Países Bajos contribuyó, sin duda, a la difusión de sus obras. En muchas congregaciones observantes de España se difundieron ampliamente los métodos propugnados por aquellos autores y los libros de otros muchos escritores ascéticos y místicos del norte de Europa.
4 comentarios:
Buenos días,
Me encanta su blog Historia incompleta de las Españas. Estoy interesada en la mentalidad política y social de la iglesia católica en España en el tiempo de sta teresa de Jesús. Podría proporcionarme alguna información? He encontrado una pista interesante en sus textos I y III pero falta el II.
Muchas gracias.
marai@live.com
María
Buenos días. Le agradezco su comentario y procedo a recomendarle que visite mi web (el enlace lo encontrará a la derecha del blog) y busque, en mi colección de manuales de Historia, los tomos referidos a LAS ESPAÑAS MODERNAS. Reciba un cordial saludo.
Muchas gracias.
Por cierto, he encontrado el II.
Intento entender por qué a STJ la perseguía la inquisición.
Por eso le recomiendo mis libros. Para entender la Inquisición y su modus operandi, es importante conocer la realidad política de las Españas en dicha época. En esos manuales, creo, encontrará un hilo conductor hacia las respuestas que busca. Es la intención que subyace en los mismos: no ser excesivamente académicos, pero sí muy ilustrativos. También puede serle de utilidad BREVE HISTORIA ANECDÓTICA DE LAS ESPAÑAS. Muchas gracias a usted. Siempre.
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