9 may 2015

CISNEROS, EL REFORMADOR (y III)

Efectivamente, apenas el visitador terminaba su plática, se levantaban los monjes a defender sus privilegios con las bulas pontificias en la mano. Cisneros, impertérrito, ordenaba que se las entregasen y allí mismo las quemaba. Acto seguido les quitaba sus fincas, rentas y posesiones, dejándoles lo necesario para vivir y vestir con austeridad; destinaba el resto al sostenimiento de los conventos de monjas pobres, escuelas, hospitales y demás instituciones asistenciales. La comunidad pasaba a depender del provincial de los observantes. Si se advertían conatos de resistencia, se instalaban allí unos cuantos frailes observantes para que impusieran su régimen.
Pero la dureza de los métodos cisnerianos no quedó sin respuesta. Comunidades hubo que abandonaron masivamente los conventos. Los de Toledo salieron procesionalmente de la ciudad cantando un salmo que comenzaba así: "Al salir los israelitas de Egipto la casa de Jacob de un pueblo bárbaro..." (Salmo 113). Los de Talavera tuvieron que ser expulsados por la fuerza. Los de Salamanca organizaron alborotos callejeros.
Los frailes se quejaban de que, al faltarles sus rentas, no podrían costear sus estudios. Cisneros, en respuesta, con parte de los bienes secuestrados, dotó un estudio en Alcalá de Henares, el mismo que años después se convertiría en la Universidad de Alcalá. Los nobles que habían entregado sus bienes a los conventuales también protestaron, proque con la reforma se ponían en peligro los privilegios que les correspondían como patronos de las iglesias beneficiarias. Un abad de Segovia se erigió en portaestandarte de la rebelión. Muchos de los perjudicados acudieron a su lado dispuestos a presentar un frente común contra Cisneros, pero éste, sin inmutarse, mandó que encarcelaran al atrevido clérigo, si bien éste huyó a Roma antes de que lo prendiesen. El escándalo era mayúsculo. El rey dio orden de destierro para los rebeldes. Muchos escaparon a Marruecos, donde se hicieron mahometanos; otros llegaron a Italia dispuestos a presionar al Papa para que calmase los furores reformistas de Cisneros. Después de un violento forcejeo entre la Curia y los reyes, la reforma se impuso y los observantes prevalecieron sobre los claustrales.
El celo de Cisneros se aplicó también a su propio cabildo en Toledo. Un buen día, los atónitos canónigos contemplaron a uns obreros ocupados en construir celdas en el claustro de la catedral toledana. Pensando, con razón, que el arzobispo se proponía obligarlos a llevar una vida de comunidad, privándoles de las comodidades que gozaban como beneficiarios de la más rica iglesia de España, enviaron a Roma a uno de sus colegas para que intrigara en la Curia contra los planes de Cisneros. El comisionado desembarcó, poco después, en el puerto de Ostia, cercano a Roma. Apenas puso el pie en tierra, quedó sorprendido al ver que salía a recibirle nada menos que el embajador de los Reyes Católicos en la corte papal (el rey Fernando el Católico fue el primero de Europa en hacer uso de las sedes diplomáticas permanentes). Por todo saludo, el embajador, siguiendo las intrucciones recibidas de los reyes, lo puso en prisión y lo devolvió a España. Sin embargo, Cisneros no cargó la mano sobre los canónigos con la misma energía que empleó con los frailes. Prefirió archivar su proyecto y tratar deatraerlos por las buenas a una vida más honesta y austera.
No le faltaron colaboradores a Cisneros en tarea de tanta envergadura. Uno de los más eficaces fue la misma reina Isabel, que se encargó personalmente de la reforma de los conventos de monjas. Las clarisas, que dependían de los franciscanos conventuales, solían llevar un tenor devida semejante a la orden masculina paralela. La reina iba con frecuencia a los conventos relajados. Se sentaba tranquilamente a conversar con las monjas, cosiendo, bordando y rezando con ellas. Poco a poco se enteraba de cuanto era necesario reformar y, con toda suavidad, las amonestaba a cumplir exactamente sus deberes. Por si no bastaba la autoridad e la reina para que lass monjas aceptasen la reforma, se les ponía además bajo la dirección de los frailes observantes. De esta forma se consiguió una profunda reforma de los institutos religiosos de España, que sería un valioso precedente de la que, muchos años después, llevaría a cabo el Concilio de Trento. Aquí debe buscarse también la base de la rica floración espiritual que ofrecía el país en lo sucesivo.

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