La actividad que desarrolló la Inquisición sevillana contra los judaizantes llegó, a partir de 1480 a los más reprobables extremos. Solamente en 1481 fueron quemadas vivas unas 2.000 personas, otras tantas fueron quemadas en estatua (por haber muerto o huido), y 17.000 sufrieron penas más o menos graves. Los muertos fueron desenterrados y sus huesos incinerados. Los bienes de todos los que, vivos o muertos, habían sido declarados reos de muerte, eran confiscados y sus hijos inhabilitados para oficios o beneficios. En Andalucía quedaron vacías más de 4.000 casas.
Se hizo ver a la reina que la desaparición o emigración de gentes tan activas haría decaer el comercio. Pero no por ello cedió Isabel. También sobre Roma llovieron las quejas, obligando a intervenir al papa Sixto IV, que lo hizo a principios de 1482 mediante una bula en la que recogia las principales quejas llegadas a sus oídos en contra de la Inquisición:
"Según me cuentan han encarcelado a muchos injusta e indeliberadamente, sin atenerse a ordenación jurídica alguna; los han sometido a espantosas torturas, los han declarado injustamente herejes y han arrebatado sus bienes a los condenados al último suplicio"
La Inquisición atravesó, como consecuencia, una aguda crisis. A instancias del Papa se imponía una reorganización que, de momento, dio un parón de cerca de un año a la persecución inquisitorial contra los conversos.
Pero de las últimas experiencias se había llegado a una conclusión clarísima: los conversos solían volver a sus antiguas prácticas, incitados, al parecer, por sus antiguos correligionarios. Había, pues, que expulsar del país a los judíos. En 1482 comienzan, además, las hostilidades contra el reino de Granada. En consecuencia, había nuevos motivos para sospechar de los judíos: del mismo modo que en tiempos pasados abrieron las puertas de las ciudades a los invasores árabes, también ahora podían espiar para los moros granadinos, colaborar con ellos a manera de "quinta columna" enemiga en medio de los cristianos. Además, como solía ocurrir siempre que ardía la guerra, los judíos aprovecharían las circunstancias para enriquecerse a costa de los cristianos. Todos estos problemas se sentían con más agudeza en Andalucía, por motivos bien evidentes. Así pues, el 1 de enero de 1483 la Inquisición hizo pregonar en Sevilla un decreto que expulsaba a los judíos de las diócesis de Sevilla, Córdoba y Cádiz. Aquella primera expulsión vino a ser un ensayo general de lo que más tarde ocurrió. Los judíos ya no tenían motivos para esperar otra cosa. Constantemente vivían bajo la terrorífica amenaza:
"A causa de nuestros pecados sólo pocos quedamos de los muchos, y sufrimos muchas persecuciones y padecimientos, tanto que seremos aniquilados si Dios no nos guarda" -escribían los judíos en Castilla, en 1487, a las comunidades de Lombardía y Roma.
Para saber más puedes leer HISTORIA MEDIEVAL DE LAS ESPAÑAS II haciendo click AQUÍ (zona euro) o bien AQUÍ para el resto del Mundo.
Se hizo ver a la reina que la desaparición o emigración de gentes tan activas haría decaer el comercio. Pero no por ello cedió Isabel. También sobre Roma llovieron las quejas, obligando a intervenir al papa Sixto IV, que lo hizo a principios de 1482 mediante una bula en la que recogia las principales quejas llegadas a sus oídos en contra de la Inquisición:
"Según me cuentan han encarcelado a muchos injusta e indeliberadamente, sin atenerse a ordenación jurídica alguna; los han sometido a espantosas torturas, los han declarado injustamente herejes y han arrebatado sus bienes a los condenados al último suplicio"
La Inquisición atravesó, como consecuencia, una aguda crisis. A instancias del Papa se imponía una reorganización que, de momento, dio un parón de cerca de un año a la persecución inquisitorial contra los conversos.
Pero de las últimas experiencias se había llegado a una conclusión clarísima: los conversos solían volver a sus antiguas prácticas, incitados, al parecer, por sus antiguos correligionarios. Había, pues, que expulsar del país a los judíos. En 1482 comienzan, además, las hostilidades contra el reino de Granada. En consecuencia, había nuevos motivos para sospechar de los judíos: del mismo modo que en tiempos pasados abrieron las puertas de las ciudades a los invasores árabes, también ahora podían espiar para los moros granadinos, colaborar con ellos a manera de "quinta columna" enemiga en medio de los cristianos. Además, como solía ocurrir siempre que ardía la guerra, los judíos aprovecharían las circunstancias para enriquecerse a costa de los cristianos. Todos estos problemas se sentían con más agudeza en Andalucía, por motivos bien evidentes. Así pues, el 1 de enero de 1483 la Inquisición hizo pregonar en Sevilla un decreto que expulsaba a los judíos de las diócesis de Sevilla, Córdoba y Cádiz. Aquella primera expulsión vino a ser un ensayo general de lo que más tarde ocurrió. Los judíos ya no tenían motivos para esperar otra cosa. Constantemente vivían bajo la terrorífica amenaza:
"A causa de nuestros pecados sólo pocos quedamos de los muchos, y sufrimos muchas persecuciones y padecimientos, tanto que seremos aniquilados si Dios no nos guarda" -escribían los judíos en Castilla, en 1487, a las comunidades de Lombardía y Roma.
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