En la Hispania "pacificada" podríamos contar unos 549 núcleos urbanos de distinta consideración e importancia. En primer lugar había 26 colonias, ciudades formadas por ciudadanos romanos o latinos directamente trasplantados a nuestra Península desde Italia. Le seguían los municipios, es decir, ciudades a las que, por haber favorecido o aceptado de buen grado el dominio romano, se les concedían los mismos derechos que a los diudadanos romanos (concretamente 26 municipios romanos y 45 latinos - formados por habitantes cuya estirpe no era ni romana ni latina, pero a la que se le conferían los derechos matizados de una u otra ciudadanía).
Además de las colonias que ya hemos ido conociendo (Corduba, Carteia, Metellinum, Graccurris...) figuran otras de nueva creación fundadas en tiempos de Julio César o de Octavio Augusto como, por ejemplo, Hispalis (Sevilla), Barcino (Barcelona), Caesar Augusta (Zaragoza), Emérita Augusta (Mérida), etc... Todas estas "ciudades romanas" se gobernaban según un esquema muy parecido al de la misma ciudad de Roma: en la base del gobierno de cada una de éstas había una asamblea similar al senado de la Metrópoli, formada por un centenar de ciudadanos llamados decuriones. Para poder ser elegido decurión era necesario poseer una fortuna personal variable según la categoría de cada ciudad. Una vez elegido por los ciudadanos, el decurión conservaba su cargo de por vida. Los decuriones elegían cada año, de entre sus miembros, a los magistrados que debían gobernar la ciudad durante este tiempo. En las colonias se escogían dos (duumviros) y en los municipios cuatro (quadrumviros). Se nombraban también ediles y cuestores, con funciones similares a las que en Roma correspondían a los mismos cargos. Cada cinco años se llevaba a cabo un censo de la población en el que se hacía especial referencia a los recursos económicos de cada uno de los inscritos, en orden de fijar los impuestos que cada uno debía pagar.
El grupo de ciudades peregrinas o extranjeras lo constituían los núcleos que se regían por sus propias costumbres (en total 305). Las había de tres clasess: las ciudades inmunes (6), que estaban exentas de impuestos; las federadas (3), que se habían entregado a los romanos a cambio de conservar su autonomía; finalmente estaban las estipendiarias (296), que habían sido tomadas a la fuerza y estaban obligadas a pagar tributos englobados bajo la denominación de "stipendium", y carecían de autonomía municipal hasta el punto de que los gobernadores de las provincias estaban autorizados a inspeccionar su gobierno y a intervenir en sus finanzas.
Fue en el contexto de esta organización política en el que tuvo lugar la romanización cultural de Hispania, si bien hemos de reparar en que sólo el 17% de las ciudades eran puramente romanas. Las razones del desfase inicial entre la romanización cultural y la política hay que buscarlas en el interés de los gobernantes republicanos por no conceder los derechos de que disfrutaban los ciudadanos romanos y latinos a las ciudades sometidas, a no ser que se hicieran merecedoras de ello. Esta línea política propugnada por el antiguo partido aristocrático e impugnada, precisamente, por los partidarios de la democratización del poder vio su fin cuando se resolvieron las llamadas "guerras sociales", que habían ensangrentado el último siglo de la República romana, enfrentando a la oligarquía con los partidarios de conceder a las ciudades asociadas los derechos de que únicamente disfrutaban los ciudadanos romanos.
El advenimiento del Imperio con Augusto puso fin, en el orden social, a la hegemonía ejercida hasta entonces por los grandes terratenientes y negociantes que integraban la antigua oligarquía. En lo económico se siguió la paralela ruina de aquella forma de capitalismo feudal que había impreso su sello al último período de la República, coartando el desarrollo económico del mundo antiguo.
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Además de las colonias que ya hemos ido conociendo (Corduba, Carteia, Metellinum, Graccurris...) figuran otras de nueva creación fundadas en tiempos de Julio César o de Octavio Augusto como, por ejemplo, Hispalis (Sevilla), Barcino (Barcelona), Caesar Augusta (Zaragoza), Emérita Augusta (Mérida), etc... Todas estas "ciudades romanas" se gobernaban según un esquema muy parecido al de la misma ciudad de Roma: en la base del gobierno de cada una de éstas había una asamblea similar al senado de la Metrópoli, formada por un centenar de ciudadanos llamados decuriones. Para poder ser elegido decurión era necesario poseer una fortuna personal variable según la categoría de cada ciudad. Una vez elegido por los ciudadanos, el decurión conservaba su cargo de por vida. Los decuriones elegían cada año, de entre sus miembros, a los magistrados que debían gobernar la ciudad durante este tiempo. En las colonias se escogían dos (duumviros) y en los municipios cuatro (quadrumviros). Se nombraban también ediles y cuestores, con funciones similares a las que en Roma correspondían a los mismos cargos. Cada cinco años se llevaba a cabo un censo de la población en el que se hacía especial referencia a los recursos económicos de cada uno de los inscritos, en orden de fijar los impuestos que cada uno debía pagar.
El grupo de ciudades peregrinas o extranjeras lo constituían los núcleos que se regían por sus propias costumbres (en total 305). Las había de tres clasess: las ciudades inmunes (6), que estaban exentas de impuestos; las federadas (3), que se habían entregado a los romanos a cambio de conservar su autonomía; finalmente estaban las estipendiarias (296), que habían sido tomadas a la fuerza y estaban obligadas a pagar tributos englobados bajo la denominación de "stipendium", y carecían de autonomía municipal hasta el punto de que los gobernadores de las provincias estaban autorizados a inspeccionar su gobierno y a intervenir en sus finanzas.
Fue en el contexto de esta organización política en el que tuvo lugar la romanización cultural de Hispania, si bien hemos de reparar en que sólo el 17% de las ciudades eran puramente romanas. Las razones del desfase inicial entre la romanización cultural y la política hay que buscarlas en el interés de los gobernantes republicanos por no conceder los derechos de que disfrutaban los ciudadanos romanos y latinos a las ciudades sometidas, a no ser que se hicieran merecedoras de ello. Esta línea política propugnada por el antiguo partido aristocrático e impugnada, precisamente, por los partidarios de la democratización del poder vio su fin cuando se resolvieron las llamadas "guerras sociales", que habían ensangrentado el último siglo de la República romana, enfrentando a la oligarquía con los partidarios de conceder a las ciudades asociadas los derechos de que únicamente disfrutaban los ciudadanos romanos.
El advenimiento del Imperio con Augusto puso fin, en el orden social, a la hegemonía ejercida hasta entonces por los grandes terratenientes y negociantes que integraban la antigua oligarquía. En lo económico se siguió la paralela ruina de aquella forma de capitalismo feudal que había impreso su sello al último período de la República, coartando el desarrollo económico del mundo antiguo.
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