En las elecciones celebradas en Roma en el 198, además de los dos pretores que habitualmente se elegían para Roma y los dos que se enviaban a Sicilia, se eligieron otros dos destinados a cada una de las dos provincias de Hispania. De esta forma se incorporaban oficialmente los territorios al incipiente Imperio y se regulaban los poderes de las personas que habrían de gobernar en cada una de las dos regiones tomadas en conquista.
No conocemos detalladamente la forma en que cada ciudad o grupo tribal quedó vinculado a Roma. La política de los conquistadores para con las tribus se marcó dentro del objetivo de fijarlas en ciudades, concentrando en ellas la población que andaba dispersa por los castella y las turres. La autonomía de estas ciudades y de las ya existentes sólo se respetó en cuanto que convenía a los intereses romanos. En general, Roma trató de eliminar a los jefes y caudillos de los clanes, sustituyendo su autoridad por consejos de ciudadanos ancianos, especie de senados municipales, susceptibles de ser manipulados al antojo de los ocupantes.
Aparte de algunas ciudades como Sagunto, Cádiz, Tarraco, Ampurias, etc... con las que, por circunstancias especiales, los romanos firmaron tratados de alianza, el resto fue incluido en la categoría de ciudades estipendiarias, obligadas a suministrar tropas al ejército y a pagar un impuesto anual fijo e independiente de la cuantía de las cosechas, llamado estipendium. De la cuantía de estos estipendios nos pueden dar idea las cifras que, según los cálculos más modestos, ingresó Hispania en el erario romano en los seis primeros años del siglo II a. de C.: cerca de 200.000 libras de plata (unos 65.000 kg) y 5.000 libras de oro (alrededor de 1.600 kg). Aquí no van incluidas las cantidades que rebañaron cuantos intervinieron en la operación recaudatoria. Además se exigía un 50% de la cosecha de trigo y una tasa que afectaba al 95% restante.
No es de extrañar que en el otoño del 197 fuese la provincia Ulterior, la más pacífica, la que se alzase en armas contra los romanos. La chispa brotó precisamente en las ciudades portuarias de origen fenicio Málaca (Málaga) y Sexi (Almuñécar). Varios caudillos turdetanos las siguieron, destacando entre ellos un tal Culcas -régulo de Cástulo y de otras 17 ciudades quien, durante un tiempo, había sido aliado de Escipión el Africano) - y luscino, régulo de la región de Carmo (Carmona, Sevilla).
Es curioso constatar cómo la formidable revuelta de la Hispania Ulterior coincidió con un levantamiento, casi simultáneo, de caráter antirromano, en toda la cuenca mediterránea. En él participaron los galos del valle del Po, los macedonios, los sirios... e incluso Cartago, que, si bien pronto se volvió atrás, realizó algunas represalias contra Massinissa, rey de los númidas y aliado de Roma. No hace falta un exceso de imaginación para reconocer en ello la mano de Aníbal, que estaba relacionado familiarmente con algunos jefes turdetanos por su esposa, la castulonense Himilce.
La rebelión de la Ulterior se propagó rápidamente por la Citerior, donde alcanzó proporciones catastróficas, dado el carácter mucho más belicoso de sus habitantes. El ejército de la Citerior fue derrotado y el pretor que lo comandaba murió a causa de las heridas. Helvio, pretor de la Ulterior, en vista del cariz que tomaban los acontecimientos, envió al senado un angustioso informe y permaneció a la expectativa, sin atreverse a dar un paso hasta recibir instrucciones y apoyo. El senado decidió enviar un contingente de hombres a la Citerior al mando de cónsul Marco Porcio Catón, quien estableció su cuartel general en Emporion e inició de inmediato una represión contra los rebeldes de la Citerior. A los bergistanos los derrotó estrepitosamente y vendió a casi todos los supervivientes como esclavos. Atemorizados, muchos pueblos optaron por someterse, haciendo promesas de amistad y arrepentimiento ante sus dioses. Los sometidos debieron entregar sus armas - medida que, a lo que se ve, no resultaba demasiado eficaz -. Se demolieron las murallas de las ciudades, los fortines y las torres de atalaya, conservándose únicamente los muros de la ciudad de Segeda, de la que en adelante habrá ocasión de hablar.
En la siguiente entrada abordaremos lo que ocurría mientras tanto en la Ulterior...
No conocemos detalladamente la forma en que cada ciudad o grupo tribal quedó vinculado a Roma. La política de los conquistadores para con las tribus se marcó dentro del objetivo de fijarlas en ciudades, concentrando en ellas la población que andaba dispersa por los castella y las turres. La autonomía de estas ciudades y de las ya existentes sólo se respetó en cuanto que convenía a los intereses romanos. En general, Roma trató de eliminar a los jefes y caudillos de los clanes, sustituyendo su autoridad por consejos de ciudadanos ancianos, especie de senados municipales, susceptibles de ser manipulados al antojo de los ocupantes.
Aparte de algunas ciudades como Sagunto, Cádiz, Tarraco, Ampurias, etc... con las que, por circunstancias especiales, los romanos firmaron tratados de alianza, el resto fue incluido en la categoría de ciudades estipendiarias, obligadas a suministrar tropas al ejército y a pagar un impuesto anual fijo e independiente de la cuantía de las cosechas, llamado estipendium. De la cuantía de estos estipendios nos pueden dar idea las cifras que, según los cálculos más modestos, ingresó Hispania en el erario romano en los seis primeros años del siglo II a. de C.: cerca de 200.000 libras de plata (unos 65.000 kg) y 5.000 libras de oro (alrededor de 1.600 kg). Aquí no van incluidas las cantidades que rebañaron cuantos intervinieron en la operación recaudatoria. Además se exigía un 50% de la cosecha de trigo y una tasa que afectaba al 95% restante.
No es de extrañar que en el otoño del 197 fuese la provincia Ulterior, la más pacífica, la que se alzase en armas contra los romanos. La chispa brotó precisamente en las ciudades portuarias de origen fenicio Málaca (Málaga) y Sexi (Almuñécar). Varios caudillos turdetanos las siguieron, destacando entre ellos un tal Culcas -régulo de Cástulo y de otras 17 ciudades quien, durante un tiempo, había sido aliado de Escipión el Africano) - y luscino, régulo de la región de Carmo (Carmona, Sevilla).
Es curioso constatar cómo la formidable revuelta de la Hispania Ulterior coincidió con un levantamiento, casi simultáneo, de caráter antirromano, en toda la cuenca mediterránea. En él participaron los galos del valle del Po, los macedonios, los sirios... e incluso Cartago, que, si bien pronto se volvió atrás, realizó algunas represalias contra Massinissa, rey de los númidas y aliado de Roma. No hace falta un exceso de imaginación para reconocer en ello la mano de Aníbal, que estaba relacionado familiarmente con algunos jefes turdetanos por su esposa, la castulonense Himilce.
La rebelión de la Ulterior se propagó rápidamente por la Citerior, donde alcanzó proporciones catastróficas, dado el carácter mucho más belicoso de sus habitantes. El ejército de la Citerior fue derrotado y el pretor que lo comandaba murió a causa de las heridas. Helvio, pretor de la Ulterior, en vista del cariz que tomaban los acontecimientos, envió al senado un angustioso informe y permaneció a la expectativa, sin atreverse a dar un paso hasta recibir instrucciones y apoyo. El senado decidió enviar un contingente de hombres a la Citerior al mando de cónsul Marco Porcio Catón, quien estableció su cuartel general en Emporion e inició de inmediato una represión contra los rebeldes de la Citerior. A los bergistanos los derrotó estrepitosamente y vendió a casi todos los supervivientes como esclavos. Atemorizados, muchos pueblos optaron por someterse, haciendo promesas de amistad y arrepentimiento ante sus dioses. Los sometidos debieron entregar sus armas - medida que, a lo que se ve, no resultaba demasiado eficaz -. Se demolieron las murallas de las ciudades, los fortines y las torres de atalaya, conservándose únicamente los muros de la ciudad de Segeda, de la que en adelante habrá ocasión de hablar.
En la siguiente entrada abordaremos lo que ocurría mientras tanto en la Ulterior...
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