Y llegó en el 179 Tiberio Sempronio Graco para hacerse cargo de la prefectura de la Hispania Citerior iniciando su gestión con una ofensiva militar en la que operaron coordinadamente los dos ejércitos. Albino, pretor de la Ulterior, penetró en dirección al territorio de los vacceos. Graco, por su parte, después de someter algunas ciudades de la Ulterior, penetró en Oretania y Carpetania, ocupando la ciudad de Alce, a unos 20 km de Toledo, cuyo caudillo, Thurro, se pasó al servicio de los romanos. Por la región del Tajo llegó hasta Caravis, ciudad aliada de Roma, a la que libró del asedio a que estaba sometida por los celtíberos. En las campañas del Moncayo topó con un ejército de celtíberos a los que derrotó y Livio nos cuenta que esa victoria puso fin a la guerra.
Graco, para celebrar sus triunfos, fundó la ciudad de Graccurris, actual Alfaro, en el año 178. No pensemos que esta fundación respondía a la vanidad de un militar afortunado: con ella trató de asegurar las fronteras entre los territorios dominados por Roma y los pueblos vascones. Al mismo tiempo tuvo la ocasión de poner en práctica una de sus más inteligentes iniciativas.
Conocidos son los problemas sociales que minaban la precaria salud de los pueblos ibéricos de la Península, en especial los celtíberos, los vetones y los lusitanos. La concentración de la propiedad territorial en manos de unos cuantos terratenientes obligaba a amplios sectores de la población a mantenerse mediante un género de vida que podríamos calificar de "bandolerismo". Las fértiles tierras del Guadalquivir, del Ebro y de la franja levantina, eran saqueadas por aquellos grupos de bandidos desposeídos y hambrientos.
Una vez que Roma ocupó los territorios más ricos de la Península, se endureció la resistencia a las incursiones de aquellos ladrones seminómadas. Pero la solución del problema no estaba en la fuerza. Era necesario darle a aquellas gentes las tierras que necesitaban, con lo cual, por una parte se satisfarían sus reivindicaciones más elementales y, por otra, se les haría sedentarios. Este fue el objetivo que Graco se propuso alcanzar con la fundación de Graccurris: los celtíberos recibieron lotes de tierra. En consecuencia, fue posible la paz: multitud de tribus y ciudades firmaron tratados de amistad y alianza con Roma a cambio del pago de unos tributos razonables y a prestar servicio militar. También adquirían el compromiso de no amurallar sus ciudades: había comenzado la aculturación romana de la Península Ibérica. Los romanos concedían a las ciudades contratantes el derecho de acuñar moneda, derecho que equivalía en realidad a una obligación que a su vez facilitaba a Roma la recaudación de impuestos y la saca de metales preciosos. Entre las ciudades aliadas destacaba Segóbriga (Saélices), la más importante de Cetiberia (de la que hablaremos en el futuro), la cual pactó con Roma condiciones de plena igualdad.
Graco, para celebrar sus triunfos, fundó la ciudad de Graccurris, actual Alfaro, en el año 178. No pensemos que esta fundación respondía a la vanidad de un militar afortunado: con ella trató de asegurar las fronteras entre los territorios dominados por Roma y los pueblos vascones. Al mismo tiempo tuvo la ocasión de poner en práctica una de sus más inteligentes iniciativas.
Conocidos son los problemas sociales que minaban la precaria salud de los pueblos ibéricos de la Península, en especial los celtíberos, los vetones y los lusitanos. La concentración de la propiedad territorial en manos de unos cuantos terratenientes obligaba a amplios sectores de la población a mantenerse mediante un género de vida que podríamos calificar de "bandolerismo". Las fértiles tierras del Guadalquivir, del Ebro y de la franja levantina, eran saqueadas por aquellos grupos de bandidos desposeídos y hambrientos.
Una vez que Roma ocupó los territorios más ricos de la Península, se endureció la resistencia a las incursiones de aquellos ladrones seminómadas. Pero la solución del problema no estaba en la fuerza. Era necesario darle a aquellas gentes las tierras que necesitaban, con lo cual, por una parte se satisfarían sus reivindicaciones más elementales y, por otra, se les haría sedentarios. Este fue el objetivo que Graco se propuso alcanzar con la fundación de Graccurris: los celtíberos recibieron lotes de tierra. En consecuencia, fue posible la paz: multitud de tribus y ciudades firmaron tratados de amistad y alianza con Roma a cambio del pago de unos tributos razonables y a prestar servicio militar. También adquirían el compromiso de no amurallar sus ciudades: había comenzado la aculturación romana de la Península Ibérica. Los romanos concedían a las ciudades contratantes el derecho de acuñar moneda, derecho que equivalía en realidad a una obligación que a su vez facilitaba a Roma la recaudación de impuestos y la saca de metales preciosos. Entre las ciudades aliadas destacaba Segóbriga (Saélices), la más importante de Cetiberia (de la que hablaremos en el futuro), la cual pactó con Roma condiciones de plena igualdad.
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