Cerca de la actual villa de Coca, en la provincia de Segovia, había una pequeña ciudad de poco más de 5000 habitantes perteneciente al territorio de los vacceos. Se llamaba Cauca. Contra ella dirigió Lúculo su primer ataque sin motivo alguno que lo justificase. Los de Cauca preguntaron el motivo de la presencia del ejército en tiempos de paz y se les contestó que venían a castigarlos por los daños que habían causado en otro tiempo a sus vecinos carpetanos, aliados de Roma. Era el cínico pretexto que los romanos emplearían en tantas otras ocasiones. Los vacceos de la comarca acudieron al llamamiento de los caucenses y la batalla se dio en las afueras de la ciudad. Vencidos por el superior armamento romano, los vacceos cayeron en gran número al pie mismo de las murallas de su ciudad. Fue entonces cuando los ancianos pidieron a Lúculo condiciones pera la rendición. Tan desesperada era la situación que aceptaron todo lo que les fue exigido, incluso la presencia de una guarnición de 2000 hombres en la pequeña ciudad. Pensaban los de Cauca que así pondrían fin al absurdo conflicto, pero una vez dentro de la ciudad, los romanos de Lúculo cayeron sobre la población y la pasaron a cuchillo.
Los vacceos, horrorizados y aturdidos por la traición del general romano, huyeron para refugiarse en sus escasas fortalezas. En su territorio eran tres las principales plazas fuertes: Cauca, al sur, Intercatia (actual Villalpando), al noroeste y Pallantia (Palencia), al nordeste.
Ocupada Cauca, Lúculo se dirigió contra Intercatia. Todos sus esfuerzos por ocuparla fueron vanos: ni las máquinas de guerra lograron someter la ciudad. Los vacceos, escarmentados, no aceptaron los retos romanos de luchar en campo abierto. Las propuestas de rendición fueron rechazadas de plano: Lúculo no era de fiar, obviamente. Finalmente, Escipión se ofreció como garante del tratado que se firmara. El prestigio de su familia y el suyo propio movió a los defensores de Intercatia a firmar la paz, que obtuvieron después de entregar Lúculo 50 rehenes, abrigos para el invierno y cabezas de ganado. Lúculo se dirigió entonces a Pallantia, pero, hábilmente hostigado por la caballería enemiga, se vio obligado a retirarse a la Hispania Ulterior a pasar el invierno.
Entretanto, Galba había llevado a cabo algunas hazañas capaces de enrojecer al propio Lúculo. Al poco de llegar a la Ulterior, inició una campaña contra los lusitanos que resultó desastrosa para las armas romanas. Entonces, para dominarlos, recurrió también a la traición. Sabiendo que la raíz del bandolerismo lusitano era la falta de tierras laborables, publicó un bando anunciando que estaba dispuesto a dar tierras a cuantos viniesen a solicitarlas. Hasta tal punto era cierto que la pobreza estaba en la base de la inquietud lusitana que bastó aquel anuncio para que acudieran 30.000 solicitantes, atraídos por el ofrecimiento de Galba. Cedamos la palabra al historiador Apiano, que nos contará mejor qué ocurrió entonces:
"Atraídos por sus palabras, dejaron sus propias haciendas partiendo al lugar preparado por Galba. Éste los dividió en tres grupos, llevando a cada uno de ellos a un determinado llano y mandándoles que permaneciesen en él hasta que volviese. Dirigiéndose a los primeros, ordenóles que, como amigos que eran, entregasen sus armas, y habiéndolas entregado, los acorraló dentro de una cerca y envió contra ellos soldados armados que mataron a todos, aun cuando los lusitanos se lamentaban ante el nombre de los dioses e invocaban la fe jurada. Del mismo modo, con gran rapidez, mató a los del segundo grupo y a los del tercero, los cuales aún ignoraban lo sucedido en el primero..."
La propia opinión pública romana se vio sacudida al conocer estos hechos. Catón, movido por su integridad moral, y otros muchos no menos escandalizados, exigieron que se pidiesen responsabilidades de sus actos a Lúculo y a Galba. El primero logró sortear las acusaciones gracias a su dinero, que incluso le permitió levantar un templo a la Felicidad, en conmemoración de los "éxitos" obtenidos en Hispania. Galba, por el contrario, tuvo que comparecer ante los tribunales. Catón en persona actuó de acusador en aquel juicio. El tribuno de la plebe Lucio Libón, obtuvo la promulgación de una ley que ordenaba rescatar a los lusitanos esclavizados. Pero Galba, que era uno de los mejores oradores de su tiempo, se hizo cargo de su propia defensa y el Senado se sintió conmovido cuando Galba hizo que se acercasen a él sus dos hijitos y un tercer niño al que había adoptado, y con gestos patéticos rogó al Senado y al Pueblo Romano que los protegiese si, de ser merecedor de la muerte, él les faltaba algún día. No obstante no sólo llegó al corazón de sus jueces, sino también a sus bolsillos. Como resultado no sólo fue absuelto y los lusitanos vendidos, sino que todavía disfrutó de gran poder si bien su execrable memoria perduró en las mentes romanas durante décadas.
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Los vacceos, horrorizados y aturdidos por la traición del general romano, huyeron para refugiarse en sus escasas fortalezas. En su territorio eran tres las principales plazas fuertes: Cauca, al sur, Intercatia (actual Villalpando), al noroeste y Pallantia (Palencia), al nordeste.
Ocupada Cauca, Lúculo se dirigió contra Intercatia. Todos sus esfuerzos por ocuparla fueron vanos: ni las máquinas de guerra lograron someter la ciudad. Los vacceos, escarmentados, no aceptaron los retos romanos de luchar en campo abierto. Las propuestas de rendición fueron rechazadas de plano: Lúculo no era de fiar, obviamente. Finalmente, Escipión se ofreció como garante del tratado que se firmara. El prestigio de su familia y el suyo propio movió a los defensores de Intercatia a firmar la paz, que obtuvieron después de entregar Lúculo 50 rehenes, abrigos para el invierno y cabezas de ganado. Lúculo se dirigió entonces a Pallantia, pero, hábilmente hostigado por la caballería enemiga, se vio obligado a retirarse a la Hispania Ulterior a pasar el invierno.
Entretanto, Galba había llevado a cabo algunas hazañas capaces de enrojecer al propio Lúculo. Al poco de llegar a la Ulterior, inició una campaña contra los lusitanos que resultó desastrosa para las armas romanas. Entonces, para dominarlos, recurrió también a la traición. Sabiendo que la raíz del bandolerismo lusitano era la falta de tierras laborables, publicó un bando anunciando que estaba dispuesto a dar tierras a cuantos viniesen a solicitarlas. Hasta tal punto era cierto que la pobreza estaba en la base de la inquietud lusitana que bastó aquel anuncio para que acudieran 30.000 solicitantes, atraídos por el ofrecimiento de Galba. Cedamos la palabra al historiador Apiano, que nos contará mejor qué ocurrió entonces:
"Atraídos por sus palabras, dejaron sus propias haciendas partiendo al lugar preparado por Galba. Éste los dividió en tres grupos, llevando a cada uno de ellos a un determinado llano y mandándoles que permaneciesen en él hasta que volviese. Dirigiéndose a los primeros, ordenóles que, como amigos que eran, entregasen sus armas, y habiéndolas entregado, los acorraló dentro de una cerca y envió contra ellos soldados armados que mataron a todos, aun cuando los lusitanos se lamentaban ante el nombre de los dioses e invocaban la fe jurada. Del mismo modo, con gran rapidez, mató a los del segundo grupo y a los del tercero, los cuales aún ignoraban lo sucedido en el primero..."
La propia opinión pública romana se vio sacudida al conocer estos hechos. Catón, movido por su integridad moral, y otros muchos no menos escandalizados, exigieron que se pidiesen responsabilidades de sus actos a Lúculo y a Galba. El primero logró sortear las acusaciones gracias a su dinero, que incluso le permitió levantar un templo a la Felicidad, en conmemoración de los "éxitos" obtenidos en Hispania. Galba, por el contrario, tuvo que comparecer ante los tribunales. Catón en persona actuó de acusador en aquel juicio. El tribuno de la plebe Lucio Libón, obtuvo la promulgación de una ley que ordenaba rescatar a los lusitanos esclavizados. Pero Galba, que era uno de los mejores oradores de su tiempo, se hizo cargo de su propia defensa y el Senado se sintió conmovido cuando Galba hizo que se acercasen a él sus dos hijitos y un tercer niño al que había adoptado, y con gestos patéticos rogó al Senado y al Pueblo Romano que los protegiese si, de ser merecedor de la muerte, él les faltaba algún día. No obstante no sólo llegó al corazón de sus jueces, sino también a sus bolsillos. Como resultado no sólo fue absuelto y los lusitanos vendidos, sino que todavía disfrutó de gran poder si bien su execrable memoria perduró en las mentes romanas durante décadas.
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