El desconcertante mandato del Senado le llegó a Marcelo mientras estaba en Córdoba. Sus opiniones personales, afines a las propugnadas por el ala izquierda democrática, moderada y pacifista, le hacían preferible dar a los celtíberos el trato humanitario que merecían antes que aniquilarlos, como pedían los adictos a Escipión. Obviamente, no podía anteponer sus opiniones personales a las órdenes de sus superiores. Su mandato ya estaba próximo a expirar. Podía, no obstante, dar largas a la ruptura de hostilidades con cualquier pretexto, pero ello sólo le valdría para que tomasen cuerpo las voces que en Roma ya le tachaban de cobarde. Su dimisión no serviría más que para confirmar tan malévola opinión. No obstante, supo encontrar una solución, al fin y al cabo, honorable. En pleno invierno se trasladó desde Córdoba hasta Celtiberia al frente de su ejército y acampó a un kilómetro escaso de Numancia. En apariencia, las órdenes del Senado comenzaban a cumplirse al pie de la letra, pero, según parece, el asedio a Numancia fue totalmente simulado. Al mismo tiempo neoció secretamente con los arévacos. Una vez que se ataron todos los cabos, un jefe arévaco llamado Litenón, salió de la ciudad ofreciendo la rendición en las condiciones que fijase Marcelo. Éste les cobró una importante suma de dinero (600 talentos) como idemnización de guerra; a cambio, los arévacos conservaban su autonomía. La paz quedó sellada entre ambos contendientes. El Senado, ante los hechos consumados y, en parte también, ante las dificultades que se acumularon para reclutar tropas con destino al frente celtibérico, confirmó la paz concluida por Marcelo. Polibio (en la imagen), historiador que tenía mucho que agradecer a Escipión, llegó a tachar de traidor al cónsul. Pero el hecho es que en los nueve años siguientes (151-143) la paz prevaleció en Celtiberia y esa paz se debió, en último término, a Marcelo.
Pero los halcones no estaban dispuestos a ceder terreno a las palomas. El mismo año 151, las elecciones designan para Hispania a otro cónsul, Lucio Licinio Lúculo, y a otro pretor, Sergio Sulpicio Galba. De Lúculo, cuya familia era pobre, salió dispuesto a enriquecerla a costa de los españoles. Galba era igualmente codicioso, si no por necesidad, por naturaleza, y o vaciló ante la alevosía o el perjurio cuando podían servir a sus fines. La paz firmada por Marcelo contrariaba sus planes de enriquecerse mediante la guerra. Por eso ninguno de los dos dudaron en provocarla, si no en Celtiberia, sí en otras regiones de la meseta.
Mas para hacer la guerra necesitaban un ejército y nadie tenía ganas de alistarse con destino a Hispania, pues los hispanos tenían fama de belicosos; el clima era muy duro, las tierras pobres, las ganancias pocas y la muerte más que posible. Al no presentarse voluntarios, se optó por echar a suertes entre los reclutas de cada año. Los designados se negaron en bloque; como no era posible castigarlos a todos, hubo que cambiar de procedimiento:el servicio militar se redujo a seis años. Pero fue inútil. Se llegó a recurrir a la violencia, incluso al rapto de soldados... pero tampoco.
Entonces, un joven patricio inflamado de patriotismo se presentó voluntariamente para ir a Hispania como tribuno del ejército. Era Escipión Emiliano. Al conocerse su gesto, otros muchos patricios siguieron su ejemplo. Escipión fue nombrado lugarteniente del cónsul. Lúculo y Galba partieron, por fin, para Hispania, al frente de sus tropas...
... y la cosa comenzó a ponerse interesante... (CONTINUARÁ)
Pero los halcones no estaban dispuestos a ceder terreno a las palomas. El mismo año 151, las elecciones designan para Hispania a otro cónsul, Lucio Licinio Lúculo, y a otro pretor, Sergio Sulpicio Galba. De Lúculo, cuya familia era pobre, salió dispuesto a enriquecerla a costa de los españoles. Galba era igualmente codicioso, si no por necesidad, por naturaleza, y o vaciló ante la alevosía o el perjurio cuando podían servir a sus fines. La paz firmada por Marcelo contrariaba sus planes de enriquecerse mediante la guerra. Por eso ninguno de los dos dudaron en provocarla, si no en Celtiberia, sí en otras regiones de la meseta.
Mas para hacer la guerra necesitaban un ejército y nadie tenía ganas de alistarse con destino a Hispania, pues los hispanos tenían fama de belicosos; el clima era muy duro, las tierras pobres, las ganancias pocas y la muerte más que posible. Al no presentarse voluntarios, se optó por echar a suertes entre los reclutas de cada año. Los designados se negaron en bloque; como no era posible castigarlos a todos, hubo que cambiar de procedimiento:el servicio militar se redujo a seis años. Pero fue inútil. Se llegó a recurrir a la violencia, incluso al rapto de soldados... pero tampoco.
Entonces, un joven patricio inflamado de patriotismo se presentó voluntariamente para ir a Hispania como tribuno del ejército. Era Escipión Emiliano. Al conocerse su gesto, otros muchos patricios siguieron su ejemplo. Escipión fue nombrado lugarteniente del cónsul. Lúculo y Galba partieron, por fin, para Hispania, al frente de sus tropas...
... y la cosa comenzó a ponerse interesante... (CONTINUARÁ)
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