No es mi intención extenderme "ad infinitum" con la Segunda Guerra Púnica, pero sin ella no se explicaría todo lo que pasó después en esto que llamamos España.
La guerra en Italia, a la muerte de los Escipiones, había tomado un rumbo favorable a las armas romanas. Aníbal trataba de multiplicarse tratando de atraer aliados a sus filas entre los pueblos del sur de Italia, los macedonios, etc... pero los romanos habían conseguido a su vez rehacerse de los desastres sufridos merced a su extraordinaria energía y capacidad.
Cuando Terencio, derrotado en Cannas, regresó a Roma, el pueblo y el gobierno en masa salieron a recibirle y a agradecerle su confianza en la República. Las luchas partidistas entre aristócratas y demócratas habían pasado al olvido. Paralelamente, se estimularon los sentimientos religiosos del pueblo, tratando de hacer de la lucha contra los cartagineses una especie de "cruzada". Se envió al santuario de Delfos una misión encargada de consultar con el divino Apolo, se realizaron bárbaros sacrificios humanos destinados a calmar el supersticioso terror que se había apoderado del pueblo. Las calamidades siempre exaltaron las devociones, eso es un hecho.
Después de haber fracasado todos los medios humanos, no cabía esperar sino que los dioses enviasen un salvador - ¿os suena la "idea"? -, y Roma lo encontró en aquel muchacho de diecisiete años que, en la batalla de Tricinio, había logrado salvar a su padre de una muerte segura.
El joven héroe se había hecho muy popular entre sus conciudadanos, que admiraban en él su varonil belleza y su profunda religiosidad, que casi llegaba a misticismo. Se contaba que solía pasar las horas muertas encerrado en los templos, como si conversara con los dioses, y que era favorecido por éstos en sueños y apariciones. Polibio, que estuvo muy relacionado con su familia, atribuía su buena fortuna a su clarividente razón y a la confianza que tenía en su propio criterio. Tito Livio y Apiano, sin embargo, prefieren hacernos creer que el muchacho era el predilecto de los dioses, idea a la que el mismo héroe se aferraría después de sus incomparables éxitos.
Cuenta Apiano que el día señalado para elegir un general para Hispania nadie se presentó como voluntario, lo cual aumentó la consternación de los romanos. Pero por fin se ofreció aquel joven que pasaría a la historia como Escipión el Africano.
(CONTINUARÁ)
La guerra en Italia, a la muerte de los Escipiones, había tomado un rumbo favorable a las armas romanas. Aníbal trataba de multiplicarse tratando de atraer aliados a sus filas entre los pueblos del sur de Italia, los macedonios, etc... pero los romanos habían conseguido a su vez rehacerse de los desastres sufridos merced a su extraordinaria energía y capacidad.
Cuando Terencio, derrotado en Cannas, regresó a Roma, el pueblo y el gobierno en masa salieron a recibirle y a agradecerle su confianza en la República. Las luchas partidistas entre aristócratas y demócratas habían pasado al olvido. Paralelamente, se estimularon los sentimientos religiosos del pueblo, tratando de hacer de la lucha contra los cartagineses una especie de "cruzada". Se envió al santuario de Delfos una misión encargada de consultar con el divino Apolo, se realizaron bárbaros sacrificios humanos destinados a calmar el supersticioso terror que se había apoderado del pueblo. Las calamidades siempre exaltaron las devociones, eso es un hecho.
Después de haber fracasado todos los medios humanos, no cabía esperar sino que los dioses enviasen un salvador - ¿os suena la "idea"? -, y Roma lo encontró en aquel muchacho de diecisiete años que, en la batalla de Tricinio, había logrado salvar a su padre de una muerte segura.
El joven héroe se había hecho muy popular entre sus conciudadanos, que admiraban en él su varonil belleza y su profunda religiosidad, que casi llegaba a misticismo. Se contaba que solía pasar las horas muertas encerrado en los templos, como si conversara con los dioses, y que era favorecido por éstos en sueños y apariciones. Polibio, que estuvo muy relacionado con su familia, atribuía su buena fortuna a su clarividente razón y a la confianza que tenía en su propio criterio. Tito Livio y Apiano, sin embargo, prefieren hacernos creer que el muchacho era el predilecto de los dioses, idea a la que el mismo héroe se aferraría después de sus incomparables éxitos.
Cuenta Apiano que el día señalado para elegir un general para Hispania nadie se presentó como voluntario, lo cual aumentó la consternación de los romanos. Pero por fin se ofreció aquel joven que pasaría a la historia como Escipión el Africano.
(CONTINUARÁ)
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