Tras varias entradas dedicada a comentar el impacto producido por el movimiento colonizador fenicio y griego en la población de nuestro país, toca ahora referirnos al misterioso, inquietante y no menos instructivo reino de Tartessos.
Dos grandes círculos culturales aparecen, efectivamente, como consecuencia de las colonizaciones: el tartésico y el ibérico. Tartessos es el nombre con el que se conoció en la antigüedad el primero de estos focos culturales. Los datos que obran en nuestro poder nos han llegado separadamente a través de los griegos por un lado y de un pueblo muy relacionado con el fenicio, por otro. Se trata éste último de los hebreos, que en diversos párrafos de la Biblia nos han dado noticias sueltas sobre aquel fabuloso mundo.
Abordar el tema de Tartessos significa, en primer lugar, enfrentarnos con algo que ya pertenecía al mundo de la leyenda en los tiempos en los que se escribieron las primeras noticias de su existencia. La literatura griega abunda en el tema de los viajes a países lejanos, paradisiacos y pródigos en producir cuanto el ser humano era capaz de desear. A los desheredados protagonistas de la segunda diáspora griega podemos imaginarlos sentados en los pórticos de sus ciudades portuarias, esperando la salida de las expediciones colonizadoras, soñando con llegar a tierras donde podrían disfrutar de lo que el cruel destino les privaba en sus propios hogares: riquezas cuantiosas y una larga vida, pacífica y dichosa. Muchas leyendas griegas reflejan, efectivamente, este estado de ánimo: la de los argonautas por ejemplo que encontramos en "El Vellocino de Oro" (las riquezas de la Cólquida).
Los misterios que rodeaban a los países a que estos relatos hacían referencia se desvanecían uno tras otro tan pronto como se ponía el pie en ellos, como es normal. Pero de todas formas, de todos estos enclaves fabulosos, solamente uno quedó definitivamente envuelto en las brumas del misterio para los griegos: Tartessos. Al parecer, las relaciones entre ambos pueblos fueron tan breves que no hubo tiempo suficiente para desvanecer el esplendor de la leyenda en la vulgaridad de lo cotidiano. Es curioso que, al poco de interrumpirse esos contactos, Tartessos desapareció. Así, la prematura muerte del Tartessos real pudo miy bien ser la causa de la inmortalidad de un Tartessos símbolo de los deseos de riquezas (metales tartésicos) y larga vida (longevidad de sus reyes) que los griegos buscaban con anhelo.
Guiados por las noticias griegas, otros muchos viajeros, historiadores y geógrafos posteriores emprendieron sucesivas "peregrinaciones" hacia la región donde se suponía que estuvo aquel fabuloso "mundo perdido", con la esperanza de encontrar la ciudad donde el mundo tartésico tuvo su capital.
Como hemos dejado dicho, las fuentes bíblicas - muy estudiadas a partir del siglo XVI, hacían referencia a un lugar llamado Tarsis, sin especificar si se trataba de una ciudad, una región o un reino. Pero en cualquier caso siempre aparecía como un poderoso emporio industrial y comercial, desde donde venían hasta las costas del Mediterráneo oriental oro, plata, hierro, estaño y plomo, y al que los fenicios enviaban toda clase de mercancías. Para los judíos, aquel enclave situado al otro extremo del Mediterráneo, constituyó no sólo un símbolo de felicidad y fortuna, como para los griegos, sino también un lugar al que no llegaba el poderío de su dios Yavéh. Así parece haberlo entendido el autor del libro de Jonás, cuando cuenta que su protagonista, deseoso de sustraerse a una difícil misión que Yavéh le había encomendado "... se dispuso a huir a Tarsis, fuera de la presencia de Yavéh, y bajó a Jope, donde halló un navío que se dirigía a Tarsis y, pagado el pasaje del barco, embarcó en él para marchar con ellos hacia la lejana tierra de Tarsis, huyendo de la presencia de su dios".
Lo que parece claro es que el tráfico debió de ser lo suficientemente denso como para permitir en cualquier momento el viaje con sólo llegar al puerto y "comprar el billete del pasaje". Es lo que se insinúa también en Ezequiel cuando describe "las naves de Tarsis" como "caravanas que traían sus mercancías". Según ests datos, era obvio identificar el Tarsis bíblico con el Tartessos griego, máxime cuando el nombre que le aplicaba la Biblia no era sino la versión hebrea de la palabra Tartessos, que, según los filólogos, parece pertenecer a un idioma indoeuropeo del asia Menor.
Sin embargo, no todo estaba tan claro. Otros libros bíblicos, en concreto el primero de los Reyes y el segundo de las Crónicas, contenían otros datos difíciles de conciliar con los anteriores. En un pasaje, por ejemplo, se decía: "No había nada de plata, no se hacía caso alguno de ésta en tiempos de Salomón, porque el rey tenía en el mar naves de Tarsis, con las de Hiram, y cada tres años llegaban naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales".
Si Tarsis se encontraba donde hemos supuesto en todo momento, quedan justificados hasta los monos, que podían proceder de Gibraltar. Pero ¿y los pavos reales? Estos no existían por aquel entonces en la cuenca mediterránea. Además, las palabras empleadas por la Biblia para referirse a "marfiles, pavos y monos" son las mismas curiosamente con que se designan en sánscrito, idioma hablado en la península del Indostán. Pero los especialistas dieron un paso más allá: la mayor parte de los marfiles hallados en la región palestina pertenecían a elefantes... ¡indios! Por otra parte, ¿cómo conciliar la supuesta intensidad comercial con la periodicidad trianual de los viajes?
(CONTINUARÁ)
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Dos grandes círculos culturales aparecen, efectivamente, como consecuencia de las colonizaciones: el tartésico y el ibérico. Tartessos es el nombre con el que se conoció en la antigüedad el primero de estos focos culturales. Los datos que obran en nuestro poder nos han llegado separadamente a través de los griegos por un lado y de un pueblo muy relacionado con el fenicio, por otro. Se trata éste último de los hebreos, que en diversos párrafos de la Biblia nos han dado noticias sueltas sobre aquel fabuloso mundo.
Abordar el tema de Tartessos significa, en primer lugar, enfrentarnos con algo que ya pertenecía al mundo de la leyenda en los tiempos en los que se escribieron las primeras noticias de su existencia. La literatura griega abunda en el tema de los viajes a países lejanos, paradisiacos y pródigos en producir cuanto el ser humano era capaz de desear. A los desheredados protagonistas de la segunda diáspora griega podemos imaginarlos sentados en los pórticos de sus ciudades portuarias, esperando la salida de las expediciones colonizadoras, soñando con llegar a tierras donde podrían disfrutar de lo que el cruel destino les privaba en sus propios hogares: riquezas cuantiosas y una larga vida, pacífica y dichosa. Muchas leyendas griegas reflejan, efectivamente, este estado de ánimo: la de los argonautas por ejemplo que encontramos en "El Vellocino de Oro" (las riquezas de la Cólquida).
Los misterios que rodeaban a los países a que estos relatos hacían referencia se desvanecían uno tras otro tan pronto como se ponía el pie en ellos, como es normal. Pero de todas formas, de todos estos enclaves fabulosos, solamente uno quedó definitivamente envuelto en las brumas del misterio para los griegos: Tartessos. Al parecer, las relaciones entre ambos pueblos fueron tan breves que no hubo tiempo suficiente para desvanecer el esplendor de la leyenda en la vulgaridad de lo cotidiano. Es curioso que, al poco de interrumpirse esos contactos, Tartessos desapareció. Así, la prematura muerte del Tartessos real pudo miy bien ser la causa de la inmortalidad de un Tartessos símbolo de los deseos de riquezas (metales tartésicos) y larga vida (longevidad de sus reyes) que los griegos buscaban con anhelo.
Guiados por las noticias griegas, otros muchos viajeros, historiadores y geógrafos posteriores emprendieron sucesivas "peregrinaciones" hacia la región donde se suponía que estuvo aquel fabuloso "mundo perdido", con la esperanza de encontrar la ciudad donde el mundo tartésico tuvo su capital.
Como hemos dejado dicho, las fuentes bíblicas - muy estudiadas a partir del siglo XVI, hacían referencia a un lugar llamado Tarsis, sin especificar si se trataba de una ciudad, una región o un reino. Pero en cualquier caso siempre aparecía como un poderoso emporio industrial y comercial, desde donde venían hasta las costas del Mediterráneo oriental oro, plata, hierro, estaño y plomo, y al que los fenicios enviaban toda clase de mercancías. Para los judíos, aquel enclave situado al otro extremo del Mediterráneo, constituyó no sólo un símbolo de felicidad y fortuna, como para los griegos, sino también un lugar al que no llegaba el poderío de su dios Yavéh. Así parece haberlo entendido el autor del libro de Jonás, cuando cuenta que su protagonista, deseoso de sustraerse a una difícil misión que Yavéh le había encomendado "... se dispuso a huir a Tarsis, fuera de la presencia de Yavéh, y bajó a Jope, donde halló un navío que se dirigía a Tarsis y, pagado el pasaje del barco, embarcó en él para marchar con ellos hacia la lejana tierra de Tarsis, huyendo de la presencia de su dios".
Lo que parece claro es que el tráfico debió de ser lo suficientemente denso como para permitir en cualquier momento el viaje con sólo llegar al puerto y "comprar el billete del pasaje". Es lo que se insinúa también en Ezequiel cuando describe "las naves de Tarsis" como "caravanas que traían sus mercancías". Según ests datos, era obvio identificar el Tarsis bíblico con el Tartessos griego, máxime cuando el nombre que le aplicaba la Biblia no era sino la versión hebrea de la palabra Tartessos, que, según los filólogos, parece pertenecer a un idioma indoeuropeo del asia Menor.
Sin embargo, no todo estaba tan claro. Otros libros bíblicos, en concreto el primero de los Reyes y el segundo de las Crónicas, contenían otros datos difíciles de conciliar con los anteriores. En un pasaje, por ejemplo, se decía: "No había nada de plata, no se hacía caso alguno de ésta en tiempos de Salomón, porque el rey tenía en el mar naves de Tarsis, con las de Hiram, y cada tres años llegaban naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales".
Si Tarsis se encontraba donde hemos supuesto en todo momento, quedan justificados hasta los monos, que podían proceder de Gibraltar. Pero ¿y los pavos reales? Estos no existían por aquel entonces en la cuenca mediterránea. Además, las palabras empleadas por la Biblia para referirse a "marfiles, pavos y monos" son las mismas curiosamente con que se designan en sánscrito, idioma hablado en la península del Indostán. Pero los especialistas dieron un paso más allá: la mayor parte de los marfiles hallados en la región palestina pertenecían a elefantes... ¡indios! Por otra parte, ¿cómo conciliar la supuesta intensidad comercial con la periodicidad trianual de los viajes?
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2 comentarios:
Le dejo enlace por si le interesa aportar algun conocimiento mas sobre tartessos
http://books.google.es/books?id=ErVFeCm-wvsC&lpg=PA44&ots=Uiq5z4Eyxf&dq=tartessos%20creta&pg=PA44#v=onepage&q=tartessos%20creta&f=false
muchas gracias Dose. Hago público el enlace por si a alguien más le interesase. Habrá más entradas sobre Tartessos en el futuro. De momento voy a ser un poco cronológico para agilizar el blog y luego iremos retomando.
Muy amable por pasar por este rinconcillo.
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