Gentes al parecer distintas de sus vecinos astures y vascones, los cántabros estaban igualmente radicados en su territorio desde épocas remotas. De estos pueblos tenemos abundantes informes, ya que, al haber sido los últimos focos de resistencia frente a la conquista romana, despertaron el interés de los historiadores romanos. Su territorio abarcaba desde el Sella al Nervión y por el sur se extendía hasta las cuencas altas de los ríos Esla, Cea, Carrión y Pisuerga. Como vemos, se trata de una región predominantemente montañosa cuya configuración influyó en la vida y costumbres de un pueblo que destacó por su espíritu de independencia, su rudeza y su bravura, que tanto maravillaron a los romanos.
Entre sus tribus destacaron los orgenomescos, a los que Ptolomeo sitúa en la ciudad de Orgenomeskón, su capital política, y en la de Vereasueca, situada en la desembocadura del río Nansa (Tinamenor). Hacia el oeste estaban los salaenos, que recibían su nombre de Salia; los avaringios, en la cuenca del Nansa; los concanos (que no han podido localizarse a ciencia cierta), los coniscanos en la región de Santander, y los vainienses en el rincón del sudoeste. Al sur de la cordillera Cantábrica habitaban los juliobrigenses, con las ciudades de Julióbruga y Octaviolca (véase que los toponímicos han sido influenciados por la lengua latina de sus conquistadores); los velegineses, los tamáricos y los moreccanos, entre otros.
Finalmente, más al oriente se situaban un conjunto de pueblos de complicada etnología que ocupaban las tierras del Alto Ebro, en un territorio correspondiente a parte del País Vasco y la Rioja. Las tribus que componían ese pueblo, muchas de ellas insuficientemente localizadas, serían las siguientes: los berones, gentes de clara filiación céltica, en la orilla derecha del Ebro a su paso por la Rioja, donde se les atribuye la ciudad de Varia. Al noroeste habitaban los turmódigos, con las ciudades de Bravum, Deobrígula, Sisaraca, Segísamo (Sasamón) y Ambiona, también de carácter predominantemente céltico.
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Entre sus tribus destacaron los orgenomescos, a los que Ptolomeo sitúa en la ciudad de Orgenomeskón, su capital política, y en la de Vereasueca, situada en la desembocadura del río Nansa (Tinamenor). Hacia el oeste estaban los salaenos, que recibían su nombre de Salia; los avaringios, en la cuenca del Nansa; los concanos (que no han podido localizarse a ciencia cierta), los coniscanos en la región de Santander, y los vainienses en el rincón del sudoeste. Al sur de la cordillera Cantábrica habitaban los juliobrigenses, con las ciudades de Julióbruga y Octaviolca (véase que los toponímicos han sido influenciados por la lengua latina de sus conquistadores); los velegineses, los tamáricos y los moreccanos, entre otros.
Finalmente, más al oriente se situaban un conjunto de pueblos de complicada etnología que ocupaban las tierras del Alto Ebro, en un territorio correspondiente a parte del País Vasco y la Rioja. Las tribus que componían ese pueblo, muchas de ellas insuficientemente localizadas, serían las siguientes: los berones, gentes de clara filiación céltica, en la orilla derecha del Ebro a su paso por la Rioja, donde se les atribuye la ciudad de Varia. Al noroeste habitaban los turmódigos, con las ciudades de Bravum, Deobrígula, Sisaraca, Segísamo (Sasamón) y Ambiona, también de carácter predominantemente céltico.
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