Hagamos un inciso en la enumeración de los pueblos no ibéricos para hablar de la cultura de los verracos. El oeste de la meseta, concretamente las actuales provincias de Zamora, Salamanca, Ávila, Segovia, Cáceres y parte de la región portuguesa de Tras-os-Montes albergaron al pueblo de los vetones, creador de una cultura que, por los motivos que se indicarán, es conocida por el nombre que da título a esta entrada.
La población vetónica llegó a la Península antes del siglo VI, más o menos al mismo tiempo que lo hicieron los cántrabros, galaicos, lusitanos, carpetanos y pelendones. Todos ellos, instalados inicialmente en la meseta, sufrieron el choque de la última invasión (los vacceos-arévacos) y se vieron obligados a repartirse por la periferia meseteña.
La población previa de estos lugares era un conglomerado de gentes heterogéneas, en las que confluían las más diversas herencias étnicas y culturales. Las gentes de las cuevas, los hombres megalíticos, los influjos argáricos, los aires europeos de finales de la Edad de Bronce... todo ello se conjugaba en la vida de los meseteños que vieron aparecer a los vetones en el siglo VI a. de C.
Los vetones no tardaron en hacerse dueños de la situación, dominando a los idígenas y estructurándose a la manera de minoría étnica y cultural preeminente con una nobleza basada en la fuerza de sus armas.
Estamos hablando de un régimen de castas preponderantes que, mediante el uso de la fuerza, ejercieron su dominio sobra vastas áreas defendiendo con uñas y dientes sus privilegios sobre la población autóctona. De ellos sabemos que vivían dedicados en cuerpo y alma al ejercicio de las armas, costumbre que ya Estrabón nos ilustra cuando dice que los vetones fueron los primeros en compartir con los romanos la vida de campamento. Sí: las armas jamás envejecían en manos de los vetones. Su utillaje bélico se renovaba constantemente porque, en los ajuares funerarios, dejaban las armas en desuso que eran inmediatamente sustituídas por otras nuevas. Sus poblados fortificados se emplazaban en lugares inexpugnables, cerca de áreas montañosas y sobre cerros testigos. Construían sus muros con ángulos y cubos que permitían el tiro cruzado sobre los posibles asaltantes (esto nos indica que también eran atacados y que debían ejercer cierta defensa sobre sus infraestructuras). Lo cierto es que sufrían las incursiones de jinetes celtibéricos y tenían que defenderse también mediante la persuasión. Lo vemos en las ciudades vetonas como Las Cogotas, La Mesa de Miranda (Ávila), Bletisa o Las Merchanas (Salamanca).
La economía vetona tenía su base en la ganadería de toros, cerdos y cabras, cuyo cuidado se encargaba a la clase servil. Los castros poseían recintos secundarios, adosados a los muros, para recoger en ellos a los rebaños. Y tal vez por ello se han encontrado en la zona vetónica numerosas esculturas monolíticas de piedra granítica representando en una sola pieza y labradas en sentido poco realista, tantas figuras de toros, jabalíes o cerdos (incluso carneros). A veces es difícil identificarlos, pero los detalles anatómicos ayudan sobremanera porque representaron con gran cuidado detalles como los colmillos o los órganos sexuales del animal.
Recomendamos, si el lector visita Ávila, que además del museo, visite las propias murallas de la ciudad y busque entre sus bloques algunos de estos verracos que fueron reutilizados en época romana y después en el medievo como piezas arquitectónicas gracias a su solidez.
El reaprovechamiento, desafortunadamente, ha hecho que muchas de estas representaciones que califican a la cultura vetona, se hayan perdido o hayan sido destruidos por la ignorancia o el progreso.
VISITA MI PÁGINA WEB PINCHANDO EN EL SIGUIENTE ENLACE
La población vetónica llegó a la Península antes del siglo VI, más o menos al mismo tiempo que lo hicieron los cántrabros, galaicos, lusitanos, carpetanos y pelendones. Todos ellos, instalados inicialmente en la meseta, sufrieron el choque de la última invasión (los vacceos-arévacos) y se vieron obligados a repartirse por la periferia meseteña.
La población previa de estos lugares era un conglomerado de gentes heterogéneas, en las que confluían las más diversas herencias étnicas y culturales. Las gentes de las cuevas, los hombres megalíticos, los influjos argáricos, los aires europeos de finales de la Edad de Bronce... todo ello se conjugaba en la vida de los meseteños que vieron aparecer a los vetones en el siglo VI a. de C.
Los vetones no tardaron en hacerse dueños de la situación, dominando a los idígenas y estructurándose a la manera de minoría étnica y cultural preeminente con una nobleza basada en la fuerza de sus armas.
Estamos hablando de un régimen de castas preponderantes que, mediante el uso de la fuerza, ejercieron su dominio sobra vastas áreas defendiendo con uñas y dientes sus privilegios sobre la población autóctona. De ellos sabemos que vivían dedicados en cuerpo y alma al ejercicio de las armas, costumbre que ya Estrabón nos ilustra cuando dice que los vetones fueron los primeros en compartir con los romanos la vida de campamento. Sí: las armas jamás envejecían en manos de los vetones. Su utillaje bélico se renovaba constantemente porque, en los ajuares funerarios, dejaban las armas en desuso que eran inmediatamente sustituídas por otras nuevas. Sus poblados fortificados se emplazaban en lugares inexpugnables, cerca de áreas montañosas y sobre cerros testigos. Construían sus muros con ángulos y cubos que permitían el tiro cruzado sobre los posibles asaltantes (esto nos indica que también eran atacados y que debían ejercer cierta defensa sobre sus infraestructuras). Lo cierto es que sufrían las incursiones de jinetes celtibéricos y tenían que defenderse también mediante la persuasión. Lo vemos en las ciudades vetonas como Las Cogotas, La Mesa de Miranda (Ávila), Bletisa o Las Merchanas (Salamanca).
La economía vetona tenía su base en la ganadería de toros, cerdos y cabras, cuyo cuidado se encargaba a la clase servil. Los castros poseían recintos secundarios, adosados a los muros, para recoger en ellos a los rebaños. Y tal vez por ello se han encontrado en la zona vetónica numerosas esculturas monolíticas de piedra granítica representando en una sola pieza y labradas en sentido poco realista, tantas figuras de toros, jabalíes o cerdos (incluso carneros). A veces es difícil identificarlos, pero los detalles anatómicos ayudan sobremanera porque representaron con gran cuidado detalles como los colmillos o los órganos sexuales del animal.
Recomendamos, si el lector visita Ávila, que además del museo, visite las propias murallas de la ciudad y busque entre sus bloques algunos de estos verracos que fueron reutilizados en época romana y después en el medievo como piezas arquitectónicas gracias a su solidez.
El reaprovechamiento, desafortunadamente, ha hecho que muchas de estas representaciones que califican a la cultura vetona, se hayan perdido o hayan sido destruidos por la ignorancia o el progreso.
VISITA MI PÁGINA WEB PINCHANDO EN EL SIGUIENTE ENLACE
No hay comentarios:
Publicar un comentario