Hasta los años que preceden al primer milenio antes de Cristo pocas, por no decir ninguna, de las noticias que se manejan sobre nuestro pasado proceden de relatos, no digamos documentados, ni siquiera legendarios o míticos. Únicamente la piqueta de los arqueólgos nos ha podido ayudar a penetrar en el arcano de la Prehistoria. Gracias a ellos nos hemos hecho una idea aproximada de la situación de la Península en esos lejanos tiempos.
En los albores del primer mileno antes de nuestra era encontramos en la Península Ibérica una población heterogénea formada por un fuerte sustrato de ascendencia paleolítica. Hipotéticas invasiones habrían aportado sangre africana y centroeuropea; a su impulso hemos visto aparecer el megalitismo y su prolongación en la cultura del vaso campaniforme, extendida vigorosamente hasta lejanas tierras. Paralelamente, los sucesivo círculos culturales almerienses han aportado técnicas y estilos procedentes del mundo mediterráneo que han asimilado y difundido por el resto del territorio. Finalmente, otras corrientes culturales elevaron el nivel técnico de algunos sectores a la altura alcanzada por las gentes del centro de Europa. En conjunto, la población peninsular se nos presentó por gentes dedicadas a la agricultura y al pastoreo, en posesión de unos conocimientosde minería y metalurgia que les permitían equiparse debidamente para la paz y para la guerra e incluso mantener un activo tráfico comercial con apartadas regiones. En algunas zonas, principalmente en el sur, las tradiciones sociales del megalitismo pervivieron en forma de una marcada estratificación en la que algunos grandes señores predominaron políticamente sobre la población común. Pero también quedaron tierras en las que sobrevivieron otros grupos aferrados a los antiguos esquemas económicos y sociales típicamente prehistóricos.
Sin embargo, a partir de ahora, entrarán en contacto con la población peninsular otros pueblos mucho más avanzados, procedentes del Mediterráneo Oriental: los fenicios y los griegos, portadores cada uno de ellos de una cultura que ya les permite la expresión escrita. A consecuencia de su venida, los pueblos hispánicos experimentarán una profunda transformación que los hará entrar definitivamente en la Historia. Así, si en adelante buena parte de la información seguirá dependiendo de la arqueología, poco a poco irán apareciendo elementos de juicio procedentes de los mismos hombres que hicieron la Historia. Unos nos darán noticias propias por sí mismos, otros nos enviarán sus mensajes a través de sus propias escrituras. De otros, las noticias nos llegarán a través de intermediarios más o menos próximos a lo ocurrido, más o menos veraces. Pero el paso se ha dado ya. La Prehistoria se desvanece y su lugar será ocupado por la auténtica Historia.
Los historiadores y geógrafos más explícitos que se ocuparon de nuestro territorio fueron los griegos (y luego los romanos) que recogieron tradiciones y relatos originados en los siglos precedentes a su llegada. Citemos algunos:
Excílax de Carianda (490 a.C.) escribió su Periplo Mediterráneo en el que describía las tierras próximas al Estrecho de Gibraltar, Herodoto, el "padre de la Historia" (480-430 a.C.), da a lo largo de su obra diversas noticias sobre el país de los Tartessos. El procónsul de África, Rufo Festo Avieno (86 a.C.) compuso su Ora Marítima aprovechando las noticias de una obra anterior, llamada El Periplo Masiliota, por recogerse en ella noticias dadas sobre las costas peninsulares por un navegante griego de la colonia de Marsella (Massalia) del siglo VI a. de C. Tucídides (460-400 a.C.) también se refiere a las gentes ibéricas en sus Guerras del Peloponeso. Otro tanto hacen algunos comediógrafos griegos como Aristófanes y Menandro. Platón (427-348 a.C.) recoge en sus diálogos Timeo y Critón el mito de la Atlántida. Estrabón (s. I a.C.), Jenofonte (430-350 a.C.), Aristóteles (384-312 a.C.), Píteas (hacia el 330 a.C.), Polibio (200-120 a.C.) y Posidonio (s. II a.C.) son los nombres de algunos más entre los muchos relatores de cosas hispánicas que podrían enumerarse.
En los albores del primer mileno antes de nuestra era encontramos en la Península Ibérica una población heterogénea formada por un fuerte sustrato de ascendencia paleolítica. Hipotéticas invasiones habrían aportado sangre africana y centroeuropea; a su impulso hemos visto aparecer el megalitismo y su prolongación en la cultura del vaso campaniforme, extendida vigorosamente hasta lejanas tierras. Paralelamente, los sucesivo círculos culturales almerienses han aportado técnicas y estilos procedentes del mundo mediterráneo que han asimilado y difundido por el resto del territorio. Finalmente, otras corrientes culturales elevaron el nivel técnico de algunos sectores a la altura alcanzada por las gentes del centro de Europa. En conjunto, la población peninsular se nos presentó por gentes dedicadas a la agricultura y al pastoreo, en posesión de unos conocimientosde minería y metalurgia que les permitían equiparse debidamente para la paz y para la guerra e incluso mantener un activo tráfico comercial con apartadas regiones. En algunas zonas, principalmente en el sur, las tradiciones sociales del megalitismo pervivieron en forma de una marcada estratificación en la que algunos grandes señores predominaron políticamente sobre la población común. Pero también quedaron tierras en las que sobrevivieron otros grupos aferrados a los antiguos esquemas económicos y sociales típicamente prehistóricos.
Sin embargo, a partir de ahora, entrarán en contacto con la población peninsular otros pueblos mucho más avanzados, procedentes del Mediterráneo Oriental: los fenicios y los griegos, portadores cada uno de ellos de una cultura que ya les permite la expresión escrita. A consecuencia de su venida, los pueblos hispánicos experimentarán una profunda transformación que los hará entrar definitivamente en la Historia. Así, si en adelante buena parte de la información seguirá dependiendo de la arqueología, poco a poco irán apareciendo elementos de juicio procedentes de los mismos hombres que hicieron la Historia. Unos nos darán noticias propias por sí mismos, otros nos enviarán sus mensajes a través de sus propias escrituras. De otros, las noticias nos llegarán a través de intermediarios más o menos próximos a lo ocurrido, más o menos veraces. Pero el paso se ha dado ya. La Prehistoria se desvanece y su lugar será ocupado por la auténtica Historia.
Los historiadores y geógrafos más explícitos que se ocuparon de nuestro territorio fueron los griegos (y luego los romanos) que recogieron tradiciones y relatos originados en los siglos precedentes a su llegada. Citemos algunos:
Excílax de Carianda (490 a.C.) escribió su Periplo Mediterráneo en el que describía las tierras próximas al Estrecho de Gibraltar, Herodoto, el "padre de la Historia" (480-430 a.C.), da a lo largo de su obra diversas noticias sobre el país de los Tartessos. El procónsul de África, Rufo Festo Avieno (86 a.C.) compuso su Ora Marítima aprovechando las noticias de una obra anterior, llamada El Periplo Masiliota, por recogerse en ella noticias dadas sobre las costas peninsulares por un navegante griego de la colonia de Marsella (Massalia) del siglo VI a. de C. Tucídides (460-400 a.C.) también se refiere a las gentes ibéricas en sus Guerras del Peloponeso. Otro tanto hacen algunos comediógrafos griegos como Aristófanes y Menandro. Platón (427-348 a.C.) recoge en sus diálogos Timeo y Critón el mito de la Atlántida. Estrabón (s. I a.C.), Jenofonte (430-350 a.C.), Aristóteles (384-312 a.C.), Píteas (hacia el 330 a.C.), Polibio (200-120 a.C.) y Posidonio (s. II a.C.) son los nombres de algunos más entre los muchos relatores de cosas hispánicas que podrían enumerarse.
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