
Con el tiempo aparecieron los primeros utensilios para facilitar las sencillas labores agrícolas. La azada y el arado ya se conocían en el 6.000 a. de C., así como las más antiguas rejas de arado, fabricadas en madera o incluso piedra, y que sólo servían para remover superficialmente las tierras blandas y húmedas. En torno al 3.000 a. de C. nuestros antepasados se las ingeniaron para enganchar los animales a sus arados, hecho que le permitió utilizar a los animales como fuente de energía mecánica. El enjaezamiento de caballos y bueyes consistiría en un yugo que se colocaría sobre la cruz de los animales sujetándola por una tira de cuero pasada alrededor de los pescuezos, cuando el tiro se inclinaba hacia adelante, el filete le apretaba la garganta obstaculizando su respiración y disminuyendo su fuerza. Otra forma de uncir, en este caso a los bueyes, consistía en atar el yugo a las astas, método asimismo ineficaz, ya que obligaba al animal a realizar un esfuerzo intolerable con su pescuezo. Lo más curioso es que todos estos inconvenientes no se superaron en Europa hasta el siglo IV d. de C., momento en el que se adoptó el collar rígido que se había inventado en China dos siglos antes. En cualquier caso, el antiguo arnés neolítico sobrevivió en Europa hasta bien entrado el siglo XII.
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