El hombre de Cromañón parece tener su orígen en las tierras del Próximo Oriente. Lo fundamental es que su capacidad de adaptación a los diversos ambientes fue tan grande que se difundieron por todo el mundo desplazando sin dificultad a las especies preexistentes. Así pues parece ser que los grandes troncos raciales se diferenciaron en el Cuaternario o Paleolítico Superior.
La vida del neántropo que nos ocupa se desarrolló durante la glaciación Würmiense, a partir del primer retroceso parcial del frío, desarrollando su máxima actividad hace unos 12.000 años, si bien ya existía desde el 50.000 a. de C.
Los fríos de la glaciación Würm desplazaron hacia el sur los enormes rebaños de animales. Europa se vio inundada de caballos, bisontes, ciervos, bueyes almizclados y renos. El mamut llegó hasta el Mediterráneo y las truchas poblaron nuestros ríos. En el sur y levante español predominaron los cérvidos, así como los asnos salvajes, los búfalos, los jabalíes y distintas especies de cápridos. En las actividades cinegéticas aparece con el Cromañón una nueva herramienta: el propulsor, un palo largo terminado por uno de sus puntos en una muesca en la que se sujetaba la azagaya y permitía imprimir mayor fuerza en el lanzamiento de la jabalina. Aparecieron también el arco y la flecha y las repercusiones de estos avances tecnológicos influyeron sensiblemente en la caza, la pesca y la recolección vegetal.
Estamos en el Paleolítico Superior. Se estima que la población de la Península Ibérica oscilaría entre los 25.000 y os 50.000 habitantes. Aparecen los rituales religiosos vinculados a la fecundidad y a la caza, las pinturas rupestres, los rituales de iniciación y una sofisticación cultural sin precedentes.
La religión, es un hecho, supone, además de la trascendencia, una superioridad del ser extrahumano que le exige al hombre aceptar su dependencia del más allá, de las fuerzas de la naturaleza, de la divinidad. Podemos decir que el hombre se hace preguntas para las que no tiene respuesta. Con el paso de las generaciones, nuestro antepasado comprende la sucesión de las estaciones, observa el cielo, calcula los primeros calendarios y estudia en profundidad las migraciones de los hervíboros y se integra más eficientemente en los ciclos de la naturaleza que lo rodean y desbordan. El apogeo cultural llega en torno al 35.000 a. de C. y se caracteriza por la sustitución de las piezas líticas del musteriense por aquéllas que marcarán la siguiente etapa.
Aparece la religiosidad auriñacense y las tallas femeninas son numerosísimas (hablamos de las "venus"). Se trata de estatuillas de piedra o hueso proliferan por toda Europa y de las que sin embargo en la Península Ibérica no se han hallado restos. Aparecen sin embargo huellas de manos en las paredes de las cuevas acompañando las pinturas de animales. En la pasticidad artistica destaca el uso del polvo de carbó u ocre y un sorprendente detalle: algunas de estas manos - casi siempre negativos - aparecen con amputaciones de uno o varios dedos (¿firmas? ¿accidentes?). Tal vez estemos ante el testimonio gráfico de constatación de tratados o confirmaciones sociales o simplemente ante anécdotas relevantes en la historia tribal.
En la última etapa aparecen en las pinturas murales personas retratadas con máscaras rituales con un sorprendente paralelismo etnográfico con los actuales disfraces animales que utilizan algunas culturas primitivas contemporáneas de otras zonas del planeta.
En torno al 18.000 a. de C. comienza el período Solutrense, producto tal vez de nuevas invasiones procedentes de centroeuropa que se asentaron principalmente en el sudoeste francés. Los portadores del solutrense sabían tallar la piedra con una habilidad exquisita: nunca antes se habían producido útiles de sílex tan perfeccionados; y aunque comienzan a escasear los buriles, las puntas de flecha con forma de hoja de laurel de entre 10 y 30 centímetros de longitud hacen pensar en flechas y lanzas mucho más sofisticadas.
Las creaciones artísticas derivan hacia frisos esculpidos en las cuevas o abrigos que van más allá de las "simples" pinturas rupestres precedentes. El Solutrense desapareció con cierta brusquedad hacia el 15.000 a. de C. seguido por un período de transición que conduciría al Magdaleniense en torno al 13.000, cuando la cultura del Paleolítico Superior lanza un último y poderoso destello.
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La vida del neántropo que nos ocupa se desarrolló durante la glaciación Würmiense, a partir del primer retroceso parcial del frío, desarrollando su máxima actividad hace unos 12.000 años, si bien ya existía desde el 50.000 a. de C.
Los fríos de la glaciación Würm desplazaron hacia el sur los enormes rebaños de animales. Europa se vio inundada de caballos, bisontes, ciervos, bueyes almizclados y renos. El mamut llegó hasta el Mediterráneo y las truchas poblaron nuestros ríos. En el sur y levante español predominaron los cérvidos, así como los asnos salvajes, los búfalos, los jabalíes y distintas especies de cápridos. En las actividades cinegéticas aparece con el Cromañón una nueva herramienta: el propulsor, un palo largo terminado por uno de sus puntos en una muesca en la que se sujetaba la azagaya y permitía imprimir mayor fuerza en el lanzamiento de la jabalina. Aparecieron también el arco y la flecha y las repercusiones de estos avances tecnológicos influyeron sensiblemente en la caza, la pesca y la recolección vegetal.
Estamos en el Paleolítico Superior. Se estima que la población de la Península Ibérica oscilaría entre los 25.000 y os 50.000 habitantes. Aparecen los rituales religiosos vinculados a la fecundidad y a la caza, las pinturas rupestres, los rituales de iniciación y una sofisticación cultural sin precedentes.
La religión, es un hecho, supone, además de la trascendencia, una superioridad del ser extrahumano que le exige al hombre aceptar su dependencia del más allá, de las fuerzas de la naturaleza, de la divinidad. Podemos decir que el hombre se hace preguntas para las que no tiene respuesta. Con el paso de las generaciones, nuestro antepasado comprende la sucesión de las estaciones, observa el cielo, calcula los primeros calendarios y estudia en profundidad las migraciones de los hervíboros y se integra más eficientemente en los ciclos de la naturaleza que lo rodean y desbordan. El apogeo cultural llega en torno al 35.000 a. de C. y se caracteriza por la sustitución de las piezas líticas del musteriense por aquéllas que marcarán la siguiente etapa.
Aparece la religiosidad auriñacense y las tallas femeninas son numerosísimas (hablamos de las "venus"). Se trata de estatuillas de piedra o hueso proliferan por toda Europa y de las que sin embargo en la Península Ibérica no se han hallado restos. Aparecen sin embargo huellas de manos en las paredes de las cuevas acompañando las pinturas de animales. En la pasticidad artistica destaca el uso del polvo de carbó u ocre y un sorprendente detalle: algunas de estas manos - casi siempre negativos - aparecen con amputaciones de uno o varios dedos (¿firmas? ¿accidentes?). Tal vez estemos ante el testimonio gráfico de constatación de tratados o confirmaciones sociales o simplemente ante anécdotas relevantes en la historia tribal.
En la última etapa aparecen en las pinturas murales personas retratadas con máscaras rituales con un sorprendente paralelismo etnográfico con los actuales disfraces animales que utilizan algunas culturas primitivas contemporáneas de otras zonas del planeta.
En torno al 18.000 a. de C. comienza el período Solutrense, producto tal vez de nuevas invasiones procedentes de centroeuropa que se asentaron principalmente en el sudoeste francés. Los portadores del solutrense sabían tallar la piedra con una habilidad exquisita: nunca antes se habían producido útiles de sílex tan perfeccionados; y aunque comienzan a escasear los buriles, las puntas de flecha con forma de hoja de laurel de entre 10 y 30 centímetros de longitud hacen pensar en flechas y lanzas mucho más sofisticadas.
Las creaciones artísticas derivan hacia frisos esculpidos en las cuevas o abrigos que van más allá de las "simples" pinturas rupestres precedentes. El Solutrense desapareció con cierta brusquedad hacia el 15.000 a. de C. seguido por un período de transición que conduciría al Magdaleniense en torno al 13.000, cuando la cultura del Paleolítico Superior lanza un último y poderoso destello.
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