Se cuenta que Hernando del Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, se llevó una severa reprimenda por parte de la reina pues hubo referido cierta acción del rey, su marido, sin mencionarla a ella, que también había tomado partido en la misma. Doña Isabel dio a luz, poco después, a la princesa doña Juana, y don Hernando del Pulgar escribió intencionadamente así: "El 6 de noviembre de 1479 parieron sus majestades".
Por exigencias e su cargo, los Reyes Católicos nunca tuvieron un palacio propio. La suya fue una corte trashumante. A la reina Isabel le gustaba presidir en persona los tribunales de justicia en compañía de su esposo don Fernando, o sola si éste se hallaba ausente, si bien respetando siempre el doble tronco y bajo el dosel cuyo faldón contenía la frase Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando.
Sus deberes oficiales no impedían a la reina ser una perfecta ama de casa. Ella remendaba la ropa del rey, su marido. De hecho le dijo al arzobispo Carrillo:
-No tenéis que volverme a la rueca, señor arzobispo. No la he soltado nunca. Ella es mi cetro en las intimidades de mi hogar.
Ostentosos en los actos cortesanos, los Reyes Católicos fueron en realidad modestísimos en la intimidad. Ni don Fernando ni su esposa pecaron de otra cosa que de frugalidad y austeridad. Otra anécdota, ésta referente al almirante de Castilla, cuenta que los monarcas lo invitaron a comer con la siguiente sentencia:
-Quedáos a comer con nosotros, señor almirante, que hoy tenemos pollo.
Al igual que hoy, no parece que en aquellos tiempos fuese un manjar demasiado regio el pollo.
Isabel la Católica tuvo poca suerte con sus hijos. Envejeció prematuramente y vio quebrantada su salud, por lo que, cuando vio próximo su fin, decidió testar, designando como heredera del reino castellano a su hija doña Juana, y a su esposo don Fernando como regente, si aquella no estaba en disposición de gobernar, pues su razón se hallaba algo perturbada desde hacía tiempo.
Al firmar, murmuró débilmente:
-¡Triste porvenir el de mi España, llamada a padecer los disparates de una pobre loca y las necedades de su marido, un fatuo incorregible!
En su testamento doña Isabel recomendó que no se enajenara nunca de sus reinos la plaza de Gibraltar. También rogaba a sus herederos y sucesores que los indios de América fueran tratados al igual que los súbditos, "como que al emprender el descubrimiento se había tenido en mira, ganar almas para el Cielo y no esclavos para la Tierra."
Previsora fue en esto como en todo la gran reina, pues los primeros colonos de América se oponían a la cristianización de los indios, para no tener que considerarlos como hermanos alegando que eran "por la inferioridad de su raza, incapaces de bautismo".
Los Papas tuvieron que expedir varias bulas para que no les fuera negado dicho sacramento a quienes (por obligación) lo pidiesen. Y nuestros misioneros, con el glorioso padre Las Casas a la cabeza, lucharon valerosamente para defender a los indígenas contra la avaricia y crueldad de algunos de sus dominadores, haciendo triunfar la causa civilizadora (osea, evangelizadora) y el pensamiento de Isabel la Católica. Sin comentarios.
El 7 de octubre de 1504 Pedro Mártir escribía al conde de Tendilla:
"Está dominada la reina por una fiebre que la consume; no quiere tomar alimento y le atormenta una sed devoradora. Esta malhadada enfermedad, según todos los informes, va a terminar en hidropesía."
El 12 del mismo mes doña Isabel hizo testamento y el 23 de noviembre otorgó un codicilo: en el Castillo de la Mota, aun existentente en Medina del Campo, que fue siempre la mansión predilecta de la reina.
La gran Isabel I la Católica murió el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo. Sus restos fueron trasladados a Granada y enterrados en su catedral.
1 comentario:
La recomendacion sobre la plaza fuerte de Gibraltar, plaza a la que dono un escudo con un castillo y una llave fue desoida por el primer Borbon nada mas pisar España.
Y asi nos ha ido...
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