Se dice que el italiano marqués de Pescara, al servicio del rey de España, recibió un mensaje de Francisco I de Francia, ofreciéndole 200.000 escudos de oro si salía personalmente a combatir contra él.
-Decid a vuestro rey -contestó el de escara al mensajero- que si dineros tiene, que se los guarde; que yo sé bien que los habrá menester para su rescate.
No tardó en confirmarse la profecía del marqués.
Al caer prisionero en la batalla de Pavía Francisco I, llegóse ante él su pariente el duque de Borbón y, arrodillado, le dijo:
-Señor, si mi parecer hubiera tomado en algunas cosas, ni Vuestra Majestad se viera en la necesidad presente, ni la sangre de la Casa y nobleza de Francia anduviera tan derramada y pisoteada por los campos de Italia.
Alzó el rey francés los ojos al cielo, y tras suspirar respondió:
-Paciencia, duque, pues ventura falta.
Un testigo ocular afirma que, al poco de caer prisionero el monarca francés, se le acercó un arcabucero español, el cual le dijo:
-Señor, sepa Vuestra Majestad que ayer, sabiendo que se daría la batalla, hice seis balas de plata y una de oro para mi arcabuz; las de plata para unos "musiures" y la de oro para vos. Creo que empleé cuatro sin contar las otras muchas que disparé contra la tropa común. No topé con más "musieures", y por esto es por lo que me sobraron dos; la de oro veísla aquí, y agradecedme la voluntad de os dar la más honrosa muerte que a príncipe se ha dado. Más pues Dios no quiso que os viese en la batalla, tomadla para ayuda de vuestro rescate, que ocho ducados, que es una onza, pesa.
Se cuenta que el rey la tomó, y dijo al soldado que le agradecía el buen deseo, lo cual fue muy celebrado.
La tienda de campaña de Francisco I también cayó en poder de las tropas españolas, habiéndola conservado en su poder los descendientes del marqués de Pescara, quienes se la regalaron mucho más tarde al rey Alfonso XII. Restaurada por orden del malogrado monarca, se exhibe hoy en la Armería Real de Madrid. Está revestida de gruesa lona y es, en su interior, de estilo persa.
Después de caer prisionero en Pavía, Francisco I escribió a su madre una carta, de la cual se hicieron célebres las caballerescas palabras que tanto son recordadas: "Todo se ha perdido menos el honor".
Si bien los historiadores, principalmente los franceses, se han olvidado de estos comentarios del rey de carácter más prosaico, que decían: "...y la vida, que se ha salvado".
Francisco I fue conducido a Madrid, donde permaneció un año, firmándose luego un tratado o concordia por cuya gracia recobró su libertad el rey de Francia, bajo condición de devolver al monarca español el ducado de Borgoña y renunciar a toda pretensión sobre Nápoles y Milán. Y para garantizar el cumplimiento de tal concordia, dejó como rehenes a dos de sus hijos.
Pero olvidando lo estipulado, Francisco I, apenas traspuso la frontera, exclamó con orgullo:
-¡Aún soy rey!
Y seguidamente rompió el tratado firmado con Carlos I, uniéndose a la Liga Clementina, formada por el Papa Clemente VII contra el emperador. Además envió un cartel de desafío al monarca español.
Lo cierto del caso es que si bien Carlos I aceptó el reto, el rey francés buscó varias excusas para eludir el lance de honor que él mismo había propuesto.
Para enfrentarse contra la Liga Clementina el condestable de Borbón marchó sobre Roma, que fue tomada por asalto. Queriendo dar ejemplo a sus soldados, Borbón trepó por una escala sobre la muralla; pero un tiro de arcabuz disparado, según se dice, por el célebre escultor Benvenuto Cellini, le dejó sin vida.
Entretanto, las tropas del condestable Borbón, que idolatraban a su jefe, se hicieron dueñas de Roma y la convirtieron en el teatro de horribles escenas cuyos principales autores fueron los alemanes luteranos que como mercenarios había en el ejército de Borbón.
El jefe de los luteranos, Jorge Frundsberg, llevaba siempre consigo una cadena que decía ser destinada para estrangular al Pontífice si caía en sus manos. Este viejo soldado murió de un ataque de apoplejía durante el saco de Roma.
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