Ya rey, Alfonso VI no olvidó nunca la humillación que sufriera en Santa Gadea al tomarle el Cid aquel juramento de que no había participado en la muerte de su hermano Sancho II. Tal vez por eso, o por otras varias causas, lo cierto es que desterró de Castilla a su mejor súbdito. Por lo que el Cid, seguido de sus vasallos, abandonó el reino castellano y empezó a guerrear por su cuenta propia o como un mercenario.
En efecto, su gente acaudillada por Alvar Fáñez, conquistó Guadalajara. Y dirigida por Antolín de Soria, tomó la ciudad de este nombre, que erigió en capital de todo aquel territorio, llamado entonces Extremadura. La leyenda de su escudo era esta: "Soria pura -cabeza de Extremadura".
Más tarde el Cid Campeador llegó a conquistar la ciudad de Valencia, cuyas llaves envió en señal de vasallaje al rey Alfonso VI. Recuérdese que el Cid, a pesar de su grandeza y buena fortuna, nunca dejó, como buen castellano, de rendir vasallaje a su ingrato rey, enviándole con frecuencia regalos y embajadas y negándose siempre a combatirlo, sino, por el contrario, a prestarle en todo momento su decisiva ayuda, que el desagradecido Alfonso VI nunca supo corresponder.
El Cid Campeador murió en Valencia al poco tiempo de tomar esta ciudad. Sus restos mortales fueron llevados por su viuda doña Jimena y su deudo Alvar Fáñez (el conquistador de Guadalajara), desde Valencia a San Pedro de Cardeña. Más tarde se verificó su traslación a Burgos, cuyo Ayuntamiento los conserva en un artístico y monumental arcón.
Esta es, según la historia, la biografía del Cid. Pero la tradición y la poesía han esmaltado y enriquecido sus hechos, idealizando su figura y atribuyéndole novelescas aventuras y portentosas hazañas.
Los poemas del Cid son dos: uno de ellos se publicó en Viena en el año 1846 bajo el título de "Crónica Rimada de las cosas de España". Comienza con la Reconquista y llega hasta el reinado de Fernando I, deteniéndose en los hechos realizados por el Cid en aquellos tiempos; por lo cual suele titularse también este poema "Mocedades del Cid", consta de 1.826 versos y es de autor desconocido.
El otro, que fue escrito por Per Abbad, criado o siervo del héroe, principia con el destierro de éste, y se le da el título de "Mío Cid", constando de 3.744 versos.
Entre las muchas y novelescas hazañas que se cuetan del Cid figuran el desafío que, siendo aún muy joven, tuvo con el conde Lozano, ofensor de su anciano padre. El cartel o reto que le dirigió constituye aquel hermoso y conocido romance que principia así:
"Non es de sesudos homes
nin de infanzones de pró
facer denuesto a un fidalgo
que es tenudo más que vos."
Verificado el duelo, el adolescente Rodrigo mató a su poderoso adversario, que era el padre de su amada Jimena, con lo cual, no obstante este desgraciado suceso, hubo de casarse por mandato del rey, para que cesaran los odios entre ambas familias.
Otras portentosas aventuras fueron la peregrinación que hizo a Santiago, durante la cual se le apareció San Lázaro en figura de un leproso; la expedición que llevó a cabo contra el Papa, el emperador de Alemania y el rey de Francia; el engaño de que se valió para sacar a unos judíos de Burgos, llamados Raquel y Vidas, cierta cantidad de dinero; la batalla que, después de muerto, ganó a los moros; la conversión de un judío que, al hallarse el cadáver del Cid expuesto al público, se atrevió a mesarle la barba...
Y otros muchos episodios de esta índole, son los que forman la leyenda "cidiana" y han reproducido mil veces los romances, el teatro y la novela.
Desde Guillén de Castro en sus "Mocedades del Cid", hasta Hartzensbucsh y Fernán y González en sus respectivos dramas "La Jura de Santa Gadea" y "Cid Rodrigo de Vivar", la figura gigantesca del Cid, el "vencedor no vencido de moros ni de cristianos", como dicen los romances, ha pasado por la escena española como por un inmenso arco del triunfo.
Y no sólo en España, sino que aun ha inspirado a Corneille y otros grandes genios creaciones de que se ufanan los teatros internacionales, pues a todos ha trascendido su leyenda. En la figura del Cid Campeador, la leyenda y la historia se mezclan de tal modo que únicamente los historiadores modernos han logrado separar lo verdadero de lo legendario, reconstruir la vida histórica de este extraordinario personaje.
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