Deseoso Alfonso VIII de vengar el desastre de Alarcos, y ante el grave peligro que amenazaba a los reinos cristianos, hizo grandes preparativos para una nueva expedición contra los moros.
Empezó por pedir el concurso a los demás príncipes españoles. en esto le ayudó el trovador Ramón Vidal de Bezandú, que lanzó el primer grito de la unidad nacional para exhortar a todos los cristianos de la Penísula a una acción común contra los agarenos. Su voz se convirtió en el himno de victoria y en pacto de alianza.
Le prestaron ayuda los otros reyes cristianos españoles, excepto el de León. Acudieron a la cita Pedro II el Católico, de Aragón y Sancho VII, el Fuerte, de Navarra, Don Diego López de Haro, señor de Vizcaya, tropas portuguesas, las Órdenes Militares, varios prelados y el arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez, historiador de esta gloriosa jornada, además de muchos caballeros y gentes aventureras de otras naciones.
El Papa había concedido honores de Cruzada a tal expedición, y todos parecían dispuestos a realizar un supremo esfuerzo para acabar de una vez con el poder de la Media Luna en España.
Comenzó el verano cuando se puso en marcha todo el ejército cristiano camino de Andalucía. Pero al atravesar las áridas llanuras de la Mancha, la gente extranjera empezó a desertar, pretextando no poder sufrir aquel terrible calor.
Una vez llegaron al puerto de Muradal en Sierra Morena, se encerraron en una hondonada que ofrecía grave riesgo. Entones, un pastor -o un ángel, según la legendaria y piadosa creencia-, se presentó ante el rey Alfonso VIII de Castilla y le dijo:
-Señor, ofrezco mostraros una vereda por donde podrá subir todo el ejército a una montaña, en cuyas laderas está emplazado el campamento de los almohades.
En la catedral de Toledo se erigió una estatua a este legendario "Pastor de las Navas", que, según la tradición, era un santo o un ángel enviado por el propio Dios para guiar a los soldados de la Cruz. Gonzalo Fernández de Oviedo dice que se llamaba Martín Alaja. Otros historiógrafos o escritores de leyendas religiosas afirman que se trataba de San Isidro, el patrón de Madrid, nacido en esta villa cuando acababa de ser conquistada por Alfonso VI. Leyendas hay de sobra...
El 16 de julio de 1212, en Sierra Morena, cerca del paso de Despeñaperros, se libró la batalla de las Navas de Tolosa, en la que, pese a que el ejército musulmán era cuatro veces superior al cristiano, el triunfo de Alfonso VIII fue decisivo y el poder de los almohades deshecho.
Las tropas sarracenas se hallaban extendidas en forma de una inmensa media luna, en cuyo centro estaba el rey Mohamed en-Násir, llamado "El Miramamolín" por nuestras crónicas.
Esta palabra es una corrupción de las dos arábigas "Emir almunenín", que significa, "Príncipe de los creyentes" Se hallaba el rey moro bajo la cobertura de su rica tienda, rodeada y defendida por una guardia de diez mil hombres de piel negra, que formaban con sus picas una muralla de acero. La lucha fue terrible y duró todo el día; pero asaltada por los navarros la fortaleza humana que levantaba la guardia musulmana y que defendían gruesas cadenas, los almohades se fugaron precipitadamente.
Desde entonces y por esto se añadieron al escudo de Navarra cadenas de oro, atravesadas en campo de sangre. Unidas al ejército navarro combatieron las milicias de Ávila, cuyo prelado, don Pedro Instancio, estuvo siempre al lado del rey don Sancho, como arzobispo de Toledo al lado de Alfonso VIII.
De las cadenas rotas por la gente de navarra, donó su rey un trozo a la catedral de Tudela y otros a varias iglesias.
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