18 mar 2013

DOÑA URRACA Y SU REINADO

Alfonso VI murió en el año 1109 sin dejar hijos varones que pudiesen heredarle para acaudillar la guerra de Reconquista.  Cuando Alfonso perdió a su hijo Sancho en Uclés, el problema de la sucesión empezó a preocuparle, orientando la solución de la difícil cuestión hacia su hija mayor, Urraca, mujer controvertida y viuda con un hijo de Raimundo de Borgoña.
La memoria de este príncipe va unida a notables construcciones de aquella época, como la catedral de Salamanca y las murallas de Ávila, levantadas con restos romanos e incluso celtibéricos, como todos sabemos (magnífica experiencia recorrerlas y encontrar entre sus tabiques toros y otras figuras de la época prerromana).
En Castilla no había entonces dificultad en que una mujer sucediera a un monarca, pues no había doctrina ni legislación contrarias al respecto, pero tampoco podía alegarse precedente alguno en dicho sentido.
Sin embargo, por encima del problema jurídico de esta sucesión existía la importante necesidad de atender, en la forma que se resolviese la sucesión, a la tarea imprescindible de la Reconquista.  Por esta razón parece que Alfonso VI se preocupó de que su hija Urraca casara con un hombre capaz de acaudillar los ejércitos y llevar a cabo la necesaria guerra contra el Islam.
Desde 1104 reinaba en Aragón Don Alfonso I "el Batallador", hijo de Don Pedro y nieto de Don Sancho Ramírez, autor de la fusión de Aragón y Navarra en 1076.
Para casar a Doña Urraca prevaleció la candidatura de Alfonso I el Batallador, y así la hija de Alfonso VI casó en segundas nupcias con el rey de Aragón.
Este matrimonio, que había sido un acuerdo político y al cual se sometió la caprichosa y voluble doña Urraca con viva repugnancia, fue pronto motivo de largas luchas y grandes escándalos entre los dos reinos, el de Castilla y el de Aragón.
entre los cónyuges surgieron en seguida alarmantes desavenencias, que concluyeron por una guerra con Aragón.  Los historiadores disputan sobre si la responsabilidad de estos hechos es imputable a la extravagante reina de Castilla o al escaso tacto del monarca aragonés, diciendo unos que Doña Urraca no era un modelo de fidelidad conyugal, y afirmando otros que Don Alfonso I la maltrataba brutalmente.
Sea como fuere, el hecho es que durante la guerra declarada entre Castilla y Aragón los pueblos quedaron huérfanos de autoridad, pues unos seguían el partido del rey aragonés, otros del de Doña Urraca, algunos el de su hijo Alfonso, y no pocos permanecían neutrales.
Estos últimos comenzaron a organizar para su defensa y régimen el gobierno local de los "Concejos" o "Municipios", nuevo elemento político que se desenvuelve al calor de estas luchas, y que será la escuela donde el estado llano se capacite para entrar luego en las Cortes.
De esta forma se indemnizaban los pueblos con las libertades que conquistaban, de los perjuicios materiales que la guerra les producía.
Uno de los pueblos que alcanzó mayor autonomía fue Valladolid, que ya desde el reinado anterior era gobernado en propiedad por el célebre Pedro Ansúrez o Peransúrez, por concesión especial de Alfonso VI, y que ahora recibió una organización municipal completamente libre.
Entretanto, el príncipe Alfonso, hijo de Doña Urraca, criábase en Galicia, cuyo gobierno le asignara su abuelo.   Allí le proclamaron rey sus partidarios a cuyo frente estaba ahora el arzobispo Gelmírez, por haberse enemistado con la reina.
Su padrastro, el rey de Aragón, intentó apoderarse del joven Alfonso, y estuvo a punto de conseguirlo en el combate de Villadangos.  Pero la ciudad de Ávila, done le llevaron sus parciales, supo resistir al monarca aragonés, manteniendo fielmente la custodia del "rey niño".
Refiere la tradición que, irritado Alfonso el Batallador, hizo decapitar a varios caballeros avileses que habían ido a parlamentar con él, echando luego sus cabezas en calderas de agua hirviendo.
Por esto se dio al sitio en que tal hecho ocurrió el nombre de "Hervencias", y el de "Ávila de los Caballeros" a la ciudad.

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