Los cuatro reyes que siguen a Fruela I --Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo-, nada hicieron para adelantar la Reconquista. Quizá por eso se ha dicho que la tradición popular los ha castigado inventando la fábula del "Tributo de las Cien Doncellas".
Tal pacto se supone hecho por alguno de los cuatro monarcas con el califa de Córdoba, mediante el cual se comprometían los cristianos a entregar anualmente a los árabes cien hermosas doncellas para el harén de los califas.
Lo cierto es que, aunque autores como el Padre Mariana, después de haberle atribuido a Aurelio el pacto en cuestión, se lo adjudicase también a Mauregato, ni el Albeldense, ni Sebastián de Salamanca, que son las autoridades competentes, recogen nada sobre tal tributo, que probablemente no existió jamás y fue inventado en época muy posterior.
Verdaderamente, siendo muy escaso el número de mujeres con relación al de hombres que había entre los árabes (pues, como dijimos, éstos trajeron pocas con ellos) tal vez los califas pidieran a los reyes de Asturias -con quienes mantenían en ciertos momentos cordiales relaciones de paz y amistad-, que les enviasen, como gran favor y no en calidad de esclavas, cuantas mujeres quisieran tomar esposos musulmanes.
Sin embargo, la tendencia a todo lo poético y maravilloso, propia del carácter español, la fe sencilla de aquel tiempo y los gloriosos hechos de la guerra con los moros, originaron desde el principio de la Reconquista abundancia de tradiciones y leyendas en nuestra historia, y cuyo conocimiento es indispensable para comprender el espíritu de la época.
Ya Emilia Pardo Bazán dice:
"Nunca debemos pisotear una leyenda, sino acariciarla y llevarla en el seno, a estilo del gusano de seda que ha de hilar la materia prima de una tela riquísima".
Y Bécquer escribió:
"La crítica histórica, esa hija crédula de nuestros días, nos ha enseñado desde niños a sonreírnos de compasión al oír el relato de esas tradiciones que eran el brillante cimiento de nuestros anales patrios."
Conocido es el episodio que narra la admirable entereza de las doncellas de Simancas, y que sirvió a Lope de Vega para escribir una de sus más hermosas obras teatrales. En un manuscrito del siglo XVI, cuenta Antonio Cabezudo, cura párroco de la villa de Simancas, que el rey Mauregato ofrecía al califa de Córdoba como tributo cien hermosas doncellas cristianas. Contra esta ignominia se rebelaron los más valerosos vasallos, si bien no pudieron impedir que las cien doncellas fueran camino de Córdoba y de su deshonra. Pero acaudilladas por la hermosa y enérgica Leonor, que con palabra firme exhortaba a sus compañeras de infortunio, que se refugiaron en una torre y desde allí comunicaron a los árabes que antes de entregarse para servir al capricho del califa mutilarían sus cuerpos. Y así lo hicieron, cortándose, todas, las manos de sus brazos izquierdos.
Se ha dicho que este episodio motivó que fuese abolido el bárbaro e infamante tributo de las cien doncellas exigidas por los árabes, durante varios años de su dominio, a los príncipes cristianos de la Península.
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