A Leovigildo le sucedió otro de sus hijos llamado Recaredo (586-601), quien, dándose cuenta de la gravedad del problema religioso -no sólo por convicción, sino por hábil tacto político- abjuró pública y solemnemente del arrianismo en el III Concilio de Toledo (587) siendo a continuación imitado por sus familiares y la corte en pleno.
A partir de este momento España fue oficialmente católica hasta la muerte del dictador Franco.
Este suceso fue de trascendentales consecuencias, porque abrió al clero, y con él a la raza hispano-latina que le constituía, la puerta de un beneficioso ascendiente político. Desde entonces el Trono y el Altar formaron una estrecha alianza, viniendo a resultar una monarquía teocrático-militar, en que a veces el poder eclesiástico invadía la esfera del civil y éste la de aquél.
Ni qué decir tiene que algunos de los próceres que permanecieron fieles al arrianismo tramaron conjuras contra Recaredo, pero todas resultaron frustradas, y el monarca pudo consagrarse a realizar la fusión del elemento hispano-romano con el gótico. Dirigidas a este fin, Recaredo ordenó algunas reformas administrativas y políticas que tenían por objeto igualar en derechos civiles a godos y españoles. Y también mandó que en lo sucesivo fuese la lengua latina, y no la gótica, la que se usase en los documentos públicos.
A este monarca sucedió su hijo bastardo Liuva II (601-603), a quien los arrianos privaron de la vida al derrocarlo del trono. Según San Isidoro, Recaredo dejó también dos hijos legítimos, llamados Suintila y Geila, sin que se sepa por qué fue preferido el bastardo para sucederle en el trono. Tampoco hay seguridad de que el Suintila que luego reinó fuese hijo de este nombre, tenido por Recaredo.
En el trono abandonado por Liuva II se sentó Viterico (603-610), jefe de los arrianos. Pero no consiguió su intento de restaurar el arrianismo, porque una contrarrevolución le dio la corona a Gundemaro (610-612), representante del partido católico, que ya dominaba en toda la Península.
Sisbuto (612-621) fue nombrado para suceder a Gundemaro. Llevado de su vehemente celo religioso no sólo restableció el catolicismo en todo el país, sino que decretó la expulsión de los judíos que nos e bautizaran. Este pueblo se hallaba en España desde que comenzó su dispersión por el mundo en el reinado del emperador Adriano, dedicándose en nuestro país, como en todas partes, al comercio y a la usura.
El rey Sisebuto creó la escuadra de la España visigoda, con el fin de defender sus costas de los ataques piráticos que causaban, con sus saqueos, cuantiosos males y constante inquietud. Venció a los vascones y redujo a la mínima expresión los territorios bizantinos del Sur, aprovechando que estaban empeñados en una agotadora guerra con los persas.
Tras el fugaz reinado de Recaredo II (621), hijo de Sisebuto, ocupó el trono Suintila (621-631), que logró expulsar definitivamente a los bizantinos, realizando así la unidad nacional gótica sobre el territorio peninsular. Así pudo llamarse "rey de toda la España visigoda". Sin embargo, al intentar convertir en hereditaria la monarquía, que hasta entonces había sido electiva, una sublevación de los magnates le privó del trono (aunque salvó la vida). Esto se explica porque ya entonces la Iglesia iba dulcificando los expeditivos hábitos de los godos.
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