Vista la deriva política de Asdrúbal, las colonias de origen griego acudieron a Roma, que las declaró sus aliadas. Inmediatamente fijó a los cartagineses como límite de sus conquistas ibéricas el cauce del río Ebro, firmando con Cartago el Tratado del Ebro en el año 226 a.C. Sin embargo, no tardaron en surgir dificultades. La ciudad de Sagunto, de la cual nada se decía en el tratado, solicitó apoyo de Roma en contra de los cartagineses, y aquélla se lo prestó. En realidad Roma violaba su propio pacto, cosa nada rara en su devenir político.
Esto coincidió con la muerte de Asdrúbal a manos de un celtíbero, vengador del régulo Tago, a quien el general cartaginés había hecho crucificar. El senado de Cartago eligió entonces para el mando del ejército en Hispania al joven Aníbal, hijo de Amílcar y vehemente partidario de la guerra con Roma. Este gran genio militar, cuando fue nombrado caudillo de las fuerzas púnicas, contaba 29 años. Aníbal, más que un hombre, era la personificación del odio implacable de Cartago a Roma y de la incompatibilidad histórica entre ambas repúblicas que, antes o después, tendrían que dirimir por las armas su preponderancia sobre el mundo conocido: no había sitio para dos potencias en el Mediterráneo.
Después de someter algunas provincias del centro, Aníbal buscó un pretexto para renovar las hostilidades contra Roma, atacando a una de sus ciudades aliadas: Sagunto. Tal hecho motivó la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.), y cuyo desenlace representó la derrota completa de los cartagineses y el apogeo definitivo de Roma.
Una de las poblaciones sometidas por Anúbal en su expedición por el centro de la Península fue Elmántica (Salamanca), a cuyos habitantes permitió el vencedor que salieran incólumes, aunque desarmados. Pero las mujeres sacaron bajo sus vestidos gran número de armas, y con ellas los salmantinos acometieron y desmandaron a los desprevenidos cartagineses.
Repuesto, sin embargo, Aníbal, cayó inmediatamente sobre ellos, entrando de nuevo en la ciudad. Otras poblaciones, por temor a los romanos, se hicieron aliadas de los cartagineses, entre ellas la célebre Cástulo, perteneciente a los Oretanos y cuyas ruinas se ven hoy cerca de Linares (Jaén). En dicha ciudad andaluza tomó Aníbal por esposa a Himilce, como ya hemos contado por aquí. Lo que no hemos dicho es que con ella tuvo un hijo, llamado Haspar, que fue prenda de unión entre cartagineses y oretanos.
Abandonada Sagunto a sus propias fuerzas, porque su poderosa aliada se limitó a enviar embajadores a Cartago pidiendo explicaciones, ofreció una resistencia heroica ante los cartagineses. Aníbal la sitió y los saguntinos resistieron durante ocho largos meses. Pero al quedarse sin esperanzas de auxilio, prefirieron sucumbir todos entre las ruinas humeantes de su población, antes de someterse a las represalias del invasor.
Como Numancia años después frente a los romanos, el caso de Sagunto se ha presentado siempre como ejemplo del amor a la independencia y símbolo del heroísmo hispánico de la época. Dice Polibio que Aníbal sacó de Sagunto rico botín y que hizo esclavos a sus supervivientes. Pero según refieren otros historiadores griegos y romanos, los defensores no se rindieron, y cuando sus defensas estaban arruinadas por los arietes y las catapultas prendieron fuego a la ciudad y se arrojaron todos a las llamas. Y ninguna otra población acudió en su socorro, porque la idea de patria era en aquellos tiempos tan estrecha y circunscrita que no traspasaba los muros de la ciudad natal.
Dicen las fuentes que el ejército cartaginés que sitió Sagunto era de unos 150.000 hombres, aunque sin duda se trata de unas cifras bastante exageradas.
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